Funestos espacios entre los vástagos quebradizos, cargan los pasos que se desgastan mientras se pierden al cuadro silencioso. Los que mueren aun, caminan cansados y hambrientos como todos los que cesaron dentro de esta bruma universal. Desorientados todos en el sinsentido, ¿Dónde ir? Si ya el horizonte fue destruido, ¿qué hacer, si el vacío es tiempo de improviso?, las montañas no tienen lagos para proyectar su lejanía. No hay medio, flotamos entre la ceniza y hojas secas. Ni sol, ni luna; ni amigos, ni enemigos; ni polos atrayentes, toda relación es innecesaria, no hay puertos ni tesoros, menos victorias en el fin del porvenir.
El último vínculo con el que nos sentíamos personas a muerto también como toda institución. No hay nada, y eso desespera, la esperanza deambula con su pena plasmada en las huellas de pies arrastrados; va y vuelve como animal encerrado, se turba en la culpa de su inocencia, no quiere ver los ojos opacos de quienes piden caridad para el sueño, mira las puntas de sus pies mientras repite sin parar la última frase antes de su fracaso en la era postrera, esa en la que no pensaron por ver las estrellas, en la cual la luz se apaga y la tinta coagula; las trompetas sonaron mucho antes, sin embargo no era más que una canción desesperada del limosnero triste o el payaso leproso. El destino resulto desarticulado, los deseos igualmente cargas, como el peso de la cruz que ya fue de los hombres, todos vieron desde la altura el desastre de las casas. Aquel cuerpo deforme como gas o como mancha repasa las puertas quemadas, las grietas, los cristales derramados en el paseo marchito. El cadáver exquisito toma en su mano los ismos y lanza risotadas por todas partes, corriendo va entre las callejuelas azotadas por el eco, para lanzar por última vez la canica en la almohada ya ensangrentada que guarda bajo el alfiler… así en lágrimas de leche el último cuervo se baña, allí donde el cadáver baila en su propia tumba antes de volver a despertar.