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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 11.

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Capítulo 11: “Y Verás Que en la Vida Hay Que Sufrir”.
Nota de Autora:
Ahoi a todo el mundo. Mi humor ha aumentado considerablemente gracias a vuestras lecturas, es algo de veras muy considerado de su parte.
Además, Mägo de Oz, mi banda favorita ha sacado disco. Se suponía que lo liberaban en Navidad, pero el domingo 01 de diciembre me enteré que lo sacaban el 03 de diciembre. Comprenderán que me puse muy feliz. Celtic Land es su nombre y está de veras maravilloso, nada que ver con el disco anterior que sacaron que estaba muy malo para mi gusto.
Así que, vayan buscando “Pagan Party”, track 07 del disco 01 de Celtic Land, porque es la canción de capítulo.
Pero, algo que me tiene de veras de malas, es que el estreno de “El Hobbit: La Desolación de Smaug”, una película que vengo esperando desde junio, se ha pospuesto en Chile (que es donde vivo) del 12 de diciembre al 26 de diciembre… ¿No creen que es mucho? Bueno, igual la iré a ver, ¿qué tanto?
Otra cosa que me ha puesto como Kraken es que para un informe de Física para el Liceo mis compañeros de grupo no me han enviado sus partes y he tenido que hacer todo yo sola. Afortunadamente el profe me ha permitido separarme del grupo.
La frase que da título a este capítulo está sacada de uno de los versos del coro de “No Queda Sino Batirnos”, canción que os debe tener hasta la coronilla de tantas veces que la he puesto como canción de capítulo. Bueno, a estas alturas debéis entender que no me pertenece, que es única y exclusivamente de la banda española de folk metal céltico Mägo de Oz.
El presente capítulo está dedicado a una gran amiga mía de nombre Alejandra “Janita” Arriagada, quien cumplió quince años el 02 de este mes. ¡Felicidades, Jan! ¡Qué cumplas muchos años más! Y que cuando tengas algún problema tomes el ejemplo de este capítulo: siempre hay un plan “B”.
Otra cosa, en este capítulo hay una alusión clara al Espejo de Galadriel… bueno... sólo por el funcionamiento del mentado artilugio, no es que aparezca el espejo de la Dama de la Luz, sino que aparece un objeto que permite ver escenas de distintas épocas y personas de una forma bastante similar. El Espejo de Galadriel no me pertenece, es de Tolkien, pero el objeto que acabo de crear literariamente hablando, sí ha salido de mis neuronas locas. Gracias por leer todo esto, con vosotros “Y Verás Que en la Vida Hay Que Sufrir”.
Dirck Sheefnek azotó con una furia desmedida su vaso de Whiskey contra el suelo de baldosas de su camarote. De más está decir que el vidrio se hizo trizas y que todo el líquido se derramó por cualquier parte.
Lo primero le importó un pimiento, él no era quien iba a tener que limpiar todo ese desastre. Pero lo segundo realmente lo puso más furioso si es que era posible enojarse más.
-Cabeza fría, Dirck, tú eres el mejor-se dijo a sí mismo.
Caminó hasta la licorera y se sirvió otro vaso idéntico al anterior. Bebió un par de tragos saboreando el fuerte licor. Echó a andar como león enjaulado por el camarote y optó por sentarse en su lustroso sofá negro de dos cuerpos.
Ya no quedaban pertrechos si no hubiese caso oír. Hacía dos meses que había hecho abortar a Sheila. Se preguntó qué hubiese sucedido si él no hubiese actuado de esa forma tan vil y disoluta. Ella ya estaría de cinco meses…
Y, desde antes de eso que no se abastecían, es decir, iban para los tres meses sin recoger provisiones.
Estaban en el Mar Caribe, lugar transitadísimo que bullía de comercio legal e ilícito. Pero su orgullo le impedía abastecerse de factibles piratas o convertirse en uno para sobrevivir. Prefería morir de hambre pero con honor, si es que algo de honor le quedaba…
Cupo en la cuenta de que se había acabado el Whiskey. Fue a por otro y volvió a sentarse. Y ahí se quedó cavilando sobre lo que lo había llevado a ser el desprestigiado Contramaestre Dirck Sheefnek.
Dos meses antes…
La puerta del camarote de Dirck Sheefnek fue golpeada con suavidad.
-Mi Contramaestre, ¿puedo pasar?-preguntó una voz que delataba a una mujer joven del otro lado de la puerta.
-Adelante-dio su permiso, preguntándose de quien se podía tratar a las ocho de la mañana.
Grande fue su sorpresa cuando una tímida Liselot Van der Decken ingresó cerrando la puerta tras sí. ¡¿Qué hacía esa joven levantada tan temprano?! ¿Por qué estaba en su camarote? ¿Qué quería de él? Un mal presentimiento surcó su mente.
La muchacha botó sin querer una figurita de la mesa alcanzando a cogerla en el aire justo antes de que se hiciera trizas. Sonrió estúpidamente dejándola en su lugar.
Todo mal presentimiento se disipó de la mente de Dirck. Una muchacha así de infantil e idiota según su forma de ver no era ninguna contraparte para el gran Contramaestre del Evertsen.
Dejó las cartas de navegación y el GPS sobre la mesa. Quizás una amena charla con la jovencita disipase de su mente la ira por el no funcionamiento del GPS y el mensaje de “No Hay Señal”.
Solícitamente fue hasta la licorera a servirle un vaso de Whiskey a ella también.
-No, muchas gracias-dijo ella.
Sin importar lo que ella dijese, le sirvió un vaso y le llevó una silla, viendo en ella una potencial presa.
-Dígame, ¿qué se le ofrece, señorita Van der Decken?-preguntó.
Liselot se alarmó por el tono de voz de su contraparte, previendo que estaba fingiendo para ella un rol de buen samaritano. Se alertó y deseó huir. Se hubiese ido si no hubiese recordado las recomendaciones de Lowie. “No te dejes engañar, mantén claro a qué vas”, le había dicho. Tenía que hacer justicia.
-¡Modales los míos!-dijo él, siguiendo con su juego-. Siéntese, por favor-le indicó la silla.
Cuando ella se hubo sentado, le puso el vaso de Whiskey entre las manos. “No le recibas nada de comer ni beber, puede intentar drogarte si adivina tus intenciones”, había dicho Lowie.
-Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?-inquirió el Contramaestre.
Liselot tomó aire, tratando de parecer nerviosa. No le fue difícil, de veras estaba asustada. Estar sentada frente a ese hombre no le gustaba nada. Pero tenía que hacer algo por los hombres del Evertsen. Todas las esperanzas de esos marines recaían sobre cuatro personas: John Morrison, Aloin Zwaan, Lodewijk Sheefnek y Liselot Van der Decken.
-Verá, Contramaestre, muchos de sus hombres han muerto, los heridos son más que los que pueden luchar y servir…-dijo sin alcanzar a terminar.
-¡¿Y qué puedo hacer?! ¿Aliarme con piratas?-replicó Sheefnek con sorna, cayendo inmediatamente en su error-. ¡Oh! Lo siento, señorita, pero verá, usted viene con toda la idea de continuar el legado de su difunto padre y eso me descompone sobremanera, ¿por qué no, mejor…?-interrogó quedándose en el limbo, con la idea fija de llevársela a la cama lo antes posible.
-He venido a proponerle un trato-se le escapó.
-¿Sí?-preguntó Sheefnek con lascivia, sintiendo que la chica se ofrecía en bandeja de plata.
Se acercó suavemente a la chica, la que se parapetó del otro lado de la mesa que les dividía.
-Sí. Me gustaría servir en el navío-dijo ella, recordando todas y cada una de las cosas que Lowie y John le habían dicho.
-Para qué hacer trabajar a tan bella muchacha, con vuestra presencia sois más que suficiente-dijo, acercándose a la muchacha que comenzaba a asustarse.
Le parecieron deliciosos esos labios curvados por la incertidumbre, aquellos ojos sesgados por el miedo y ese cuerpo agazapado.
-Me parece mal estar libre todo el tiempo, cuando todos arriesgan sus vidas y corren de aquí para allá-explicó ella.
-Sed mi secretaria personal, entonces. Ya hacéis los talleres y podéis ayudar en la cocina-dijo Dirck con una sonrisa sardónica.
A Liselot no le gustó nadita el rumbo que tomaban las cosas. Antes, probablemente no hubiese entendido la indirecta, pero ahora comprendía completamente a qué se refería el contramaestre.
-Preferiría…-fue cortada por un vozarrón.
-Viniste a pedir trabajo y te lo he dado-dijo Sheefnek tomándola por los hombros.
-He venido a pedir que se me dé el cargo de Cadete-dijo Liselot con voz firme y segura.
Nunca supo de dónde sacó el valor para pronunciar esa frase tan simple y tampoco supo cómo los labios del Contramaestre cubrieron los suyos y cómo la lengua de ese hombre tan despiadado se hundió en su boca hasta ese momento inexperta. Abrió los ojos, asfixiada. No podía entender, pero comenzaba a odiar por primera vez.
Afortunadamente, golpearon la puerta. El Contramaestre la miró con un airecito cómplice y dio su permiso. Entró un Oficial.
-Espere-dijo Sheefnek.
Fue hacia un gabinete y, de una de las muchas carpetas, sacó una forma, garabateo los datos sugeridos y puso su firma y timbre en la parte de debajo de la hoja.
El oficial y Liselot se miraron el uno al otro.
-Listo, vaya por el uniforme, desde ahora es la Cadete Van der Decken y dese prisa, su primer turno es a las 9:00, entregue el papeleo al Suboficial.-dijo extendiendo la hoja a Liss.
Liselot salió disimulando perfectamente bien. Los ojos los tenía llorosos, lo sabía, pero tenía que llegar a su camarote, ir a por ropa, entregar el papel y todo antes de las nueve que ahí le dirían en qué punta del bajel tenía el turno.
¡Vaya! Estaba aprendiendo a priorizar. Y en su corazón primaba la racionalidad y tras ella la humillación que sentía. Humillación que no quedaría impune.
Chocó contra alguien o algo. ¡Vaya! Seguía siendo tan despistada como siempre.
Levantó la vista. ¡Rayos! Era Lowie… ahora tendría que abrir su herida y… el tiempo se acababa.
-Eres despistada, pero jamás miras el suelo. ¿Qué pasa?-preguntó Lowie enarcando una ceja.
-No estoy de humor-dijo ella pasando de largo.
-No te reconozco en tus palabras-dijo Lowie.
De veras que ella tampoco se reconocía a sí misma en esas palabras. No sabía por qué le hablaba así a Lowie, sabía que podía confiar en él. “El tiempo se agota”, canturreó su mente. Era la escusa más fácil, pero no era cierta. Tenía miedo de lo que fuese a pasar, sabía que un ataque de ira en esos momentos era lo peor que podía pasar.
Lowie la miró de pies a cabeza. Vio que llevaba un papel. Sin más se lo arrebató y vio la firma de su padre al final de la hoja.
-¿Qué te hizo?-preguntó con la mirada fija en los ojos de su amiga.
Liselot no se pudo contener y cayó en el hombro de Lowie. El muchacho sintió cómo las lágrimas de su mejor amiga se escurrían por su camisa.
Liss no era de llorar. Era sensible e infantil. Siempre encontraba el lado bueno de las cosas, siempre se concentraba en las cosas buenas. Expulsando lo que le hiciera daño de sus primeras prioridades. Nunca lloraba, a menos que fuese algo de veras grave.
La abrazó y le masajeó la espalda. Madurar era un proceso doloroso y él lo sabía mejor que nadie. Por eso no había querido que ella madurase, por eso ella era así de alegre, jovial, infantil, dulce, inocente y sensible. Pero ahora se había topado de golpe con la realidad.
No podía dejarla sola en eso…
-¿Qué te hizo?-preguntó.
-Es la persona más indecente que jamás conocí-dijo ella.
-¿Qué te hizo?-preguntó de nueva cuenta.
-Me besó-dijo ella.
Para Liss eso había sido terrible. Pero había cosas peores y él lo sabía. Quería decir que ella seguía siendo tan sensible e inmadura. Aún así le dio una rabia feral lo que su padre había hecho.
-No te duela lo que ese monstruo hizo. Tendrás la oportunidad de decidir sobre su destino como él se ha dado el lujo de decidir sobre el de todos-dijo Lowie.
Liselot se secó las lágrimas y levantó la cabeza. Lo que Lodewijk vio entonces, no lo olvidaría jamás: en los ojos de su mejor amiga, que hasta ahora había sido tan dulce, se cernía el deseo de venganza, la crueldad y la ira.
-Ya verá-dijo ella.
Estaba aprendiendo a odiar. Si algo bueno quedaba en ella, desaparecería. Tenía que detener eso. Muy útil podía ser Liselot así, pero primero estaba el alma de su mejor amiga.
-¿Traes lo que te dije?-preguntó, para cambiar el tema.
-Sí, lo tienes en tu mano. Mi primer turno es a las nueve-indicó ella.
Se enlazaron de los hombros y riendo echaron a andar. El Oficial salió del camarote de Sheefnek en ese momento y el ponzoñoso hombre saboreó su copa de Whiskey pensando que Liselot le servía más si le daba confianza y le daba el gusto con pequeñas cosas. Ya vería cómo vengarse de la ralea Van der Decken.
O7 de junio de 2008…
Aliet abrió la puerta de su casa con total cansancio. Arrastró su equipaje dentro utilizando una fuerza sobrehumana. ¡Decidido! Cuando volviese a viajar, iría con una sola muda. O nunca más escribiría un libro gracias al cual la llamarían desde París para ir a promocionarlo a la Ciudad del Amor.
Había querido ir con Niek, pero a él lo ascenderían justo en esa época, así que había tenido que ir solita a publicitar su libro sobre la psicología de los adolescentes. Tenía tres en casa, era una experta.
¡Maldita sea! Nadie venía a ayudarla con todo su cargamento… ¡Vaya gentileza!
-¡Señora Aliet!-exclamó la nana.
Sin más, aquella mujer regordeta cargó con todas las maletas de su patrona hasta la segunda planta.
Aliet fue a la cocina a por un vaso de jugo. ¡Qué extraño! Liselot debería de estar ahí dándole un mega abrazo y las gemelas deberían de haber llegado a arrancársela de raíz.
-Feliz cumple, ma-dijo Sophie, quien estaba extrañamente de pésimo humor.
-No le digas eso, cínica. ¿Qué tal la gira, ma?-preguntó Ivanna.
-Bien-dijo Aliet.
No en vano era psicóloga, podía notar a la legua cuando algo andaba mal con alguien y aquí sus dos gemelas le estaban ocultando algo.
Se sentó en la mesa de la cocina con su mentado vasito de jugo de naranjas. Las gemelas se habían cargado con los helados.
-¿Dónde está Liselot?-preguntó.
Silencio gutural…
-¿Aún no sale de clases?-preguntó.
Consultó el reloj. No, ya eran las siete de la tarde.
-¡Vamos! ¡Díganme algo!-dijo mirando alternativamente la una a la otra.
-Dile tú, tienes más tacto-dijo Ivanna a su gemela.
-Tú eres más directa-la elogió Sophie, evidentemente incómoda con la situación.
Tal como Sophie pensaba, Ivanna rodó los ojos y decidió acabar el tema de una sola vez.
-Liselot y papá desaparecieron-dijo, tras tomar aire muy hondo.
La cara de su madre fue indefinible.
-¡¿Qué?!-dijo cuando finalmente pudo recobrar la voz.
-Desaparecieron…-repitió.
-¡¿Cómo?!-preguntó Aliet, sintiendo que la vida se le iba.
-Tras el ascenso de papá, él se fue en su barco al día siguiente a Somalia. Lo rastrearon y, de la nada, le perdieron el rastro. Nunca lo pudieron volver a conectar-dijo Ivanna.
-A Liselot la sentimos esa mañana salir de casa casi después de que papá se fue. Nunca más supimos de ella-completó Sophie-. Nunca la volvieron a encontrar.
-Dios Santo, Dios Santo-dijo Aliet.
Las tres sucumbieron a llorar. No había esperanza ni destino así.
A esa misma hora, pero en un lugar y tiempo completamente distintos, Liselot se miró al espejo. Por primera vez en toda su vida no se reconoció
Ya no llevaba su blusa de hombro caído ni sus jeans ajados, tampoco sus zapatillas.
Una metralleta al hombro, un uniforme verde, unas botas lustrosas y negras.
Nada de especial tenía todo aquello… excepto esa piocha y ese listón con belcro, ambos en su pecho: Cadete Liselot Van der Decken.
No, no era la misma, definitivamente no era la misma.
-Liss, tu segundo turno-sintió que Lowie decía desde afuera.
Tomó aire y salió rumbo a su segundo turno del día.

-Mamá…-dijo Ivanna golpeando la puerta.
-Mamá-canturreó la voz de Sophie.
La voz de ésta última intentó sonar divertida, pero la situación vivida hace un rato le impedía serlo. La noche caía sobre Ámsterdam y una feria de verano se iba a inaugurar en un Boulevard de la ciudad.
Aliet abrió la puerta del cuarto que antes compartiera con Niek. Lágrimas secas se cernían sobre sus anchos pómulos.
-Mamá, de nada sirve llorar-dijo Ivanna.
Aliet intentó secar las lágrimas con el dorso de la mano, aunque fue inútil.
-Mamá, hoy es tu cumpleaños. ¿Qué tal te parece si vamos a la Feria de Verano y cenamos ahí?-propuso Sophie-. Descuida, que esta vez los pagos corren por nuestra cuenta.
Eso sólo le hizo ganarse un palmetazo por parte de su hermana, quien hubiese indicado gustosa a su gemela que si quería pagar ella no había problema, pero que no la incluyese, si su madre no hubiese estado presente.
-No, gracias, chicas. Id solas si queréis-dijo Aliet.
-Pero mamá-reclamó Sophie.
-¡He dicho que no!-gritó Aliet, cerrando extrañamente furiosa la puerta tras sí.
Otro palmetazo para Sophie.
-Ya, si yo también lo siento-se disculpó.
-Por tu culpa no iré a la inauguración-le soltó su oportunista hermana.
-Vamos, total la nana se queda con mamá-dijo Sophie.
Luego de eso el par de gemelas se emperifolló como era usual en ellas y salió rumbo a tomar el metro y, tras hacer como diez mil trasbordos, llegaron a un escenario gigante al final del Boulevard.
-Interesante… espero no haber olvidado los pies en casa-bromeó Sophie.
-Comencemos por ahí-dijo Ivanna señalando con el índice una carpa a su diestra.
Uno de los cientos de puestos que pretendían visitar esa noche.

Liselot salió medianamente reventada de su turno nocturno. No podía haberle tocado un mejor puesto que el de vigía en el peor horario: comenzaba a caer la noche, no se veía nada, le dolía la vista de tanto forzarla y no pasaba absolutamente nada en altamar. ¡Dios! ¡Que ya se venía durmiendo!
Por precaución tomó la ruta larga. Hubiese sido muchísimo más fácil haber cruzado por el pasillo hacia el cual daba el camarote del Contramaestre. Pero… podía verla.
Si tenía miedo, que al cabo le preocupaba la situación, podía pasar corriendo. Nadie dudaría que eso se atribuyera a su aire infantil, pero todos comenzarían a preguntarse… ¿por qué ella reaccionaba así al pasar por ahí? E, inextricablemente, comenzarían a indagar más de la cuenta.
No podía levantar sospechas y, como el flojo del Contramaestre apenas salía de su camarote, podía tomar la ruta larga sin mayores inconvenientes excepto cansarse más.
Su decisión la sorprendió un tanto. Comenzó a notar que su madurez le quitaba lo intrépida que hasta ahora había sido, le quitaba aquella ciega valentía que antes era característica suya.
¡Demonios! ¡Quería tirarse a dormir un rato! Llegó a su camarote y entró. Cerró rápidamente para cerciorarse que nadie la siguiese y se colase dentro.
Se tiró en la cama y se disponía a dormir cuando su teléfono rengueó. En voz alta se preguntó cómo a esa cosa le quedaba batería… bueno… Sheefnek era tan obstinado que hasta cebollas le echaba al transformador energético y eso hacía que todos estuviesen medio muertos de hambre pero con celulares cargados.
-¿A qué hora vienes?-se escuchó la urgida voz de Lowie del otro lado del parlante.
-¿A dónde?-preguntó ella sin recordar nadita de nada.
-Reunión, hoy, medianoche… ¿te suena? ¡Liss! ¡No digas qué lo olvidaste!-se desesperó Lowie.
-¡Ya voy!-dijo ella cortando.
Una vez que su IPhone acusó que la llamada había terminado, maldijo con toda su alma… probablemente era la primera maldición que decía en su vida y por eso le sonó extraño.
Sin más, acostumbrada a no poder dormir, se marchó a las mazmorras.
Sophie e Ivanna caminaron hasta la tienda señalada anteriormente. Su madre a esas horas dormía, según les avisó la nana por mensaje de texto. Corrieron la cortina de la entrada.
Encontraron adentro, en la penumbra, a una mujer. Estaba sentada en un raido taburete en frente de una mesa en la cual había una bandeja y un jarro de plata.
Decía llamarse Naomie. Las mentes de las chicas volaron a su hermana… esa era una vil coincidencia del destino… pero esta bruja sí existía. Naomie… eso decía la piocha colgante que llevaba.
Era muy alta y delgada, de tersa piel mate. Sus ojos avellana fulguraban ante el brillo del agua. El cabello negro lo llevaba peinado con un pañuelo y estaba vestida con una polera blanca, muy similar a una túnica, y unos pantalones blancos holgados. Llevaba sandalias negras y un anillo de oro en el anular izquierdo.
-Entrad, sin miedo-dijo su voz suave y sensual.
Ambas gemelas se miraron con sus mejores caras de “¿En qué nos hemos metido?” y entraron.
La mujer destapó de un tirón la bandeja. Sacó agua de un bidón y la puso en el jarro… Comenzó a entonar un antiguo cántico en un idioma que las niñas no pudieron entender, pues no comprendían el griego ni la adoración a la Diosa del Mar.
Vertió el contenido del recipiente en la bandeja de plata. Posó su mano izquierda sobre el agua, la cual tomó luz propia, volviéndose de un plateado brillante, como una estrella líquida, traspasando todo a su paso.
Sin apartar su mano ni su energía del recipiente se volvió a las gemelas y dijo:
-Esta bandeja podrá mostraros eventos del pasado, del presente y del futuro. No temáis en pensar en quién queráis para saber lo que pasará con esa persona, si veis su futuro podéis ayudarle a cambiarlo-dijo.
Ambas se acercaron.
-¿Queréis ver?-.
Las chicas se acercaron más.
-Depende de cuánto cueste-indicó Sophie.
-Claro que queremos-dijo Ivanna dándole un palmetazo a su hermana.
Ambas gemelas concentraron sin querer sus mentes en su hermana Liselot. El agua comenzó a enturbiarse, volviéndose cada vez más plomiza. Cuando alcanzó su punto máximo, el ambiente se puso de veras tenso.
Un par de segundos transcurrieron así y una fuerte luminiscencia sobrevino a dicha tensión, dando la impresión a las chicas de que la presión, llegado su cénit, había producido una explosión dentro de la bandeja y que el agua había estallado.
Aquellos rayos dorados iluminaron toda la estancia por unos momentos para luego desvanecerse suavemente en el aire.
Cuando todo volvió a su estado normal, en la superficie del agua se vio formada la imagen de un navío que ambas reconocieron como el Evertsen navegando frente a las costas de Ámsterdam en un amanecer.
Ambas se sobresaltaron: resonó un estruendo y solo pudieron apreciar el mar, era como si las aguas se hubiesen tragado al Evertsen. Acto seguido una seguidilla de olas perturbó la superficie del agua hasta que la imagen del mar desapareció por completo.
Cuando el agua se tranquilizó, vieron a un hombre con ropas del siglo XVIII en la cubierta del Evertsen frente a su padre, le decía la fecha: 31 de mayo de 1715. Lo que ellas no sabían era que se trataba del Capitán Jack Rackham.
Sobrevino a esa imagen lo siguiente: vieron a un hombre maléfico sonreír. Era un pirata del siglo XVIII y él mismo se delataba. Lo que ellas no sabían era que se trataba del pérfido Olonés. Y acto seguido le vieron dar la orden de disparar contra el Evertsen y oyeron los cañones de L’Olonais resonar en el casco del navío holandés.
Otra imagen se formó: su hermana Liselot disparando frenéticamente en la borda contra el navío del pérfido capitán que habían visto hace unos segundos.
Y vieron algo más: su padre morir en brazos de su hermana mayor en medio del fragor de una batalla. Cerrar sus ojos, ver a Liselot llorar desconsolada. Al lado suyo un irascible Lodewijk mirando con sus ojos llenos de profundo odio al pirata que yacía desmayado y que ellas reconocieron como el que habían visto recién. Cañones resonar, ametralladoras también y gritos desgarradores que proferían los hombres y mujeres al morir.
Contuvieron el aliento… su padre moría y ambas podían sentir que ya había muerto, sus corazones se lo decían.
Las lágrimas comenzaron a caer una tras otra. Naomie quiso preguntar si deseaban seguir viendo o si ya había sido suficiente, pero entendió que ellas necesitaban saber la verdad de buen recaudo. Pudo ver en la penumbra de la habitación cómo ambas hermanas se abrazaban dándose mutuo consuelo y condolencias.
Una imagen se formó con mayor claridad y nitidez. Ambas pudieron ver una prisión. No era una prisión cualquiera, sino que era metálica y amplia, dentro de ella, como un laberinto, se subdividían cada una de las celdas diminutas.
Reconocieron aquella estancia como los calabozos del Evertsen, la vista desde las alturas cesó y sintieron como si cayesen de golpe dentro de uno de los minúsculos cuartos. Era como hacerle zoom a una fotografía panorámica.
Dentro de la pequeña celda se congregaban decenas de personas, eran los supervivientes de la tripulación holandesa. Eran más de cien, quizás. No tenían idea cómo tantas personas eran capaces de entrar en una pieza tan pequeña. Sus dudas pasaron a segundo plano cuando vieron sobre el camastro a su hermana Liselot con un rostro furibundo y maduro como jamás la habían visto. La enlazaba por los hombros Lodewijk Sheefnek con una expresión igualmente seria. Un paso más adelante estaba un muchacho de origen inglés y un paso más adelante que él se posicionaba Sheila Zeeman quien hablaba con aire serio, casi de líder.
Justo en ese instante comenzaba a formarse un alboroto entre los oyentes.
-¡Callaos! ¿O queréis que Sheefnek siga dejándoos sin comida ni dignidad?-gritó la mujer. A sus palabras todos conservaron la calma y el silencio de nueva cuenta-. Como os decía, tengo una llave de un cuartucho abandonado. Me la dio Sheefnek cuando éramos pareja con el fin de que le ayudase a custodiar algunos recursos que pensaba compartir conmigo, los cuales nunca llegaron. En resumidas cuentas, ese cuartucho me pertenece y es lo suficientemente amplio como para emplearlo de bodega.
-¡¿De qué nos sirve una bodega si no tenemos qué guardar en ella?!-gritó un tipo desde el fondo de la sala.
Lodewijk, Liselot y John menearon la cabeza con aire molesto.
-Primero, cállate o baja la voz, que si sigues chillando nos van a oír. Segundo, tengo la llave de la bodega personal de Sheefnek, de ella podemos sacar recursos suficientes como para abastecernos en épocas de crisis. Si comenzamos a robarle progresivamente podríamos obtener víveres suficientes. Armas, comida, agua, electricidad.
-Pero si nos sorprende vamos a volver a foja cero-discutió el tipo que anteriormente había hablado, expresando así que el plan de Sheila no lo convencía en lo más mínimo.
-Parece que usted, caballero, no está acostumbrado a las épocas de pobreza ni a correr riesgos por un ideal-añadió el siempre apasionado John Morrison-. Si actuamos de forma inteligente ese tirano no habría de darse cuenta de lo que estamos haciendo y si se percata, ¿caso nos reunimos aquí para darle el gusto? Hasta donde yo recuerdo nos estamos reuniendo para promover un motín, señores. Y todo se solucionaría si cada uno de nosotros guarda en dicha despensa comunitaria una parte de su ración diaria de municiones y víveres. Ahora no la necesitamos, pero más adelante sí.
-Lo mismo con los recursos tecnológicos, siempre son útiles-indicó el eternamente práctico Lowie.
-Y bien, ¿alguien se opone a lo propuesto por Sheila Zeeman? De ser así, que proponga pues alguna idea para suplir la falla que presente el plan de ella para que sea aprobado por la Asamblea-indicó John.
No se movió ni una mosca.
-¿Nadie?-todos menearon la cabeza-. Se aprueba, pues.
Y, finalmente, las cansadas Ivanna y Sophie pudieron apreciar la imagen de Sheefnek bebiendo Whiskey como si no hubiese un mañana y rumiando oscuros planes en su camarote.
-Bien, se ha acabado todo por hoy-indicó Naomie.
Ambas muchachas se apartaron con los ojos llorosos de la bandeja.
-La paga es de 10 Euros-indicó.
Ivanna sacó de su bolso la mentada cantidad y se la entregó a la pitonisa.
-Descuida, debe de ser un timo-dijo a su hermana al salir.
Recorrieron la feria y comieron con aire ausente.
Dos meses después, Sheefnek bebía su Whiskey sin saber que todo había sido observado por dos muchachas ansiosas y sedientas de verdad. Sin saber que ese día todo iba a cambiar.

Texto agregado el 27-12-2013, y leído por 96 visitantes. (1 voto)


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