DESVENTURA EN EL RÍO
Nunca estuvo entre mis planes aprender a navegar . Menos aún navegar a vela.
A veces sin embargo, el deseo de romper la rutina puede conducirnos a situaciones insólitas.
Fue por este último motivo y con el solo fin de hacer “algo distinto” que cinco años atrás decidí anotarme en un curso de Náutica para obtener el carnet de timonel .
Gran influencia tuvo en esta decisión Marcelo, un compañero de trabajo , dueño de un pequeño velero de 20 pies y fanático del tema. Algún que otro fin de semana, me había invitado a dar una vuelta por el Río de la Plata a bordo de su pequeña embarcación , que orgullosamente comandaba mientras hablaba sin parar de las propiedades relajantes de este hobby . En especial para gente estresada como nosotros..
Hacía tiempo que Marcelo era timonel y navegaba por el río. Fin de semana por medio cruzaba hasta Uruguay con el velero y en aquellos días estaba programando un viaje a Río de Janeiro con escala en Punta del Este para el verano entrante. Había hecho el curso del Centro Naval y lo recomendaba con énfasis a todo el que se subiera a su velero o le prestara oídos.. .
Siendo la náutica el principal tema de conversación de Marcelo en el trabajo, terminó por contagiarme su entusiasmo, y le seguí la corriente casi convencida de que el Nirvana se encontraba en la navegación a vela.
La cofradía náutica es muy divertida aunque, debo decirlo, algo fundamentalistas. Fanáticos de los barcos a vela, sienten una llamativa superioridad y desprecio con respecto a los “lancheros” o conductores de lanchas a motor. Argumentan que conducir una embarcación a motor no entraña ningún misterio ni riesgo. Es igual de fácil que conducir un auto y dista mucho del refinado arte de la navegación a vela. Casi nunca navengan en el Delta por este motivo. Van y vienen por la costa del Río de la Plata, especialmente la costa norte.
Por otra parte consideran a sus barcos el “ segundo hogar “ y, a veces , el primero. Les dedican casi todo su tiempo libre . De cualquier tamaño y sofisticación que sea, viven por y para él. Ocupan tardes enteras para acondicionarlos con el fin de salir al río el fin de semana. Con sol o lluvia, frío o calor, suben al barco el viernes a la tarde y se bajan el domingo por la noche. Bien sea solos o acompañados.
Si bien me pareció una actividad divertida e interesante no me tomé la cosa demasiado en serio.
No figuraba en mis planes la adquisición de un velero, ni sabía bien qué iba a hacer con mi licencia de timonel si es que aprobaba el curso. Lo más probable era que solo me sirviera de cultura general . Ya veríamos.
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En fin, arrastrada por mi amigo me encaminé al Centro Naval para ver de qué se trataba todo esto.
El curso de timonel iba de Marzo a Diciembre, sábados y domingos por la tarde,
El profesor a cargo, un Ingeniero Naval era muy didáctico y claro.
Después de la clase teórica nos subíamos a los pequeños veleros de instrucción H19, color naranja y sin motor. Ya en el río, poníamos en práctica las maniobras aprendidas y jugábamos a las regatas en las inmediaciones del muelle bajo la atenta mirada del profe.
Fue aquel primer fin de semana de Junio cuando el profesor nos comunicó que el domingo siguiente zarpaba la Fragata Libertad del Puerto de Buenos Aires.
Se trataba del viaje de egresados anual que lleva a los Guardiamarinas alrededor del mundo tocando distintos puertos durante 6 meses..
De mas está decir que la Fragata es considerada la “reina” de los barcos a vela por la comunidad náutica local.
Todos los años, cuando sale de Buenos Aires, se estila que todos los barquitos del río vayan a despedirla al puerto. Los más grandes y sofisticados, la escoltan hasta Punta del Este, donde se libera de sus remolcadores, y empieza a navegar por su cuenta mar adentro en el Atlántico rumbo a los puertos africanos, su primer parada logística. Nosotros participaríamos del evento .
Fue así, que, con nuestros tres modestísimos H19 sin motor, cargados de víveres comestibles y bebibles, salimos desde el centro naval rumbo a la Dársena Norte del Puerto de Buenos Aires para participar de la despedida . Cinco alumnos por barco.
El profesor iba al lado nuestro, a bordo del lujoso yate de un amigo supervisando de cerca nuestras maniobras.
Llegamos a destino sin inconvenientes. Un buen viento de cola nos depositó allí en una hora.
Ya en el puerto, vimos a la Fragata anclada a la espera de la orden de partida . Era temprano. Aún faltaban dos horas para zarpar.
El antepuerto estaba atestado de todo tipo de embarcaciones pequeñas que iban y venían en ese pasillo náutico por donde debía salir la Fragata. La Prefectura patrullaba el lugar.
Una vez anclados en el antepuerto, a unos 300 mts. de la Fragata comenzamos a sacar los sandwiches, empanadas , gaseosas y cerveza que habíamos llevado.
Así transcurrimos las dos horas de espera casi sin darnos cuenta, a pura cháchara , chistes y risotadas esperando que “la reina” soltara amarras.
A la hora señalada, entre fuegos artificiales y suelta de globos celestes y blancos, la Fragata empezó a moverse, enfilando su dorada proa hacia el pasillo de salida del antepuerto. Dos remolcadores la iban arrastrando unos metros.
Emocionados, con cámaras fotográficas y filmadoras empezamos a sacar fotos como locos mientras la Fragata se acercaba.
Foto va , foto viene, en un momento noté en la pantalla de mi Olympus que la proa de la Fragata estaba a escasos 50 mts. de mi cámara. Ningún barquito se interponía ya entre ella y nosotros. Todos se habían desplazado hacia los laterales del antepuerto para darle paso liberando el pasillo de salida. Alucinados como estábamos tratando de captar esa imagen del barco-edificio que se aproximaba tardamos un poco en darnos cuenta de nuestra posición...
Tras unos segundos de reflexión , con un poquito de alarma le dije a mis compañeros: “ Estimados... me parece que estamos en la ruta de la Fragata…”. Esa simple frase provocó una crisis de pánico generalizada en la tripulación del H19. Tiramos las cámaras al piso, y empezamos a ocuparnos del timón y las velas para salir de allí antes de que la Fragata nos llevara puestos.
Hay ocaciones en que los elementos de la naturaleza se conjuran contra el ser humano. Esta era una de ellas. No volaba una hoja en el Puerto de Buenos Aires esa tarde . Ni una gota de viento. Sin importar cómo orientáramos las velas el H19 no se movía . Y para colmo, no teníamos motor.
Calculo que a esa altura de los acontecimientos, en el barco de la Prefectura ya estarían pensando lo mismo, porque dos o tres minutos después escuchamos su megáfono intimándonos a salir de allí en forma urgente :
-Ese barquito naranja, por favor moverse AHORA... Están en la ruta de la Fragata!!! -.
Chocolate por la noticia….
Paralizada por el pánico, yo veía la proa dorada cada vez más cerca mientras mis compañeros hacían movimientos desesperados con las velas para salir de allí..
En el preciso instante en que nos preguntábamos por qué lado del barco convenía saltar al agua , el profesor llegó hasta nosotros a toda velocidad con una moto náutica , nos tiró un cabo y nos sacó casi en el aire mientras nos preguntaba a los gritos si estábamos locos. El barco de la Prefectura venía a escasos metros tras él.
Felizmente y para regocijo del público presente la Fragata salió sin escollos del Puerto de Buenos Aires esa tarde. Pasó a nuestro lado a escasos veinte metros según mis cálculos.
No es por jactancia pero, modestia aparte, fuimos el barco que la vio más de cerca.
Recuerdo perfectamente a los erguidos Guardiamarinas encaramados en los enormes mástiles y a los Oficiales con uniforme de gala formados en la cubierta, mirándonos espantados .
Como lógico resultado , todo concluyó para nosotros con una expulsión irreversible y definitiva del Puerto de Buenos Aires por parte de la Prefectura , que no vieron con buenos ojos nuestras temerarias maniobras .
Luego de tomarnos los datos nos indicaron que “no volviéramos nunca más al Puerto y, de ser posible, nunca más al río”.
El profesor, por otro lado, tuvo que pagar una importante suma de dinero en concepto de multa y cargar con la suspensión de sus funciones docentes en el Centro Naval durante sesenta días. El curso se dio por finalizado sin mas, con la denegación de la licencia de timonel para todo el grupo. Una lástima.
Algunos de mis compañeros retomaron al año siguiente. Yo por mi parte desistí. Por lo visto la Naútica no era lo mío.
Eso sí, pocos disponen de fotos como las nuestras de la Fragata Libertad saliendo del Puerto de Buenos Aires. Algo es algo.
MARÍA |