Estoy parado en Escuadrón 201, espero al metro que por cierto ya lleva un buen rato sin aparecer. Junto a mi arriban todo tipo de personas: hombres, mujeres, quimeras y hasta vendedores de dulces que buscan obtener su ingreso gritando en el vagón (antes seleccionado) el precio de su producto; presume que lo vende más barato que en la tiendita de la esquina o en los monstruos del comercio-llámese Walmart, Soriana, Chedraui, etcétera- que se han convertido en nuestros únicos centros de abasto dejando a un lado a los mercados que estaban a la mitad de las colonias populares donde te vendían desde un kilo de jitomate hasta tres cuartos de queso canasto.
El hombre viste humilde, aparenta ser de escasos recursos para tocar el alma de los usuarios y así encajarles el producto a más no poder; comienza con la típica frase: “Mire damita, caballero se lleva a la venta…”
Continuo con mi espera que alimenta mi mal carácter, creo que no llegará rápido por más que mire a través del túnel y esté a punto de caer a las vías, aunque esta solo sea una sensación extraña pero común. De pronto recordé esa tarde en la que no tenía nada que hacer y perdido en la red social de la f observé una imagen que advertía que se iban a retrasar las corridas de los trenes para justificar el mal servicio (del cual no dudo, pero esto se me hace una guarrada) y así subir la tarifa 2 pesitos.
¿Qué tanto son dos pesos más? son los que multiplicados por otros dos les restó el vendedor a su producto y ahora te lo ofrece en la incomodidad de tu asiento.
¡Llegó!, es un milagro, mi coraje disminuye a la par que el tren naranja se acerca a mí. Lo había esperado con tanta ansia. Se abren las puertas y parece que no voy a tener suerte; personas colgadas de los tubos y los de menor estatura parece que quieren mejorar su condición ya que van “haciendo barra”; todos voltean a ver a los nuevos compañeros de viaje que abordan con tal desprecio que su máxima expresión es la indiferencia.
La media quietud reina en aquel vagón sucio y de ventanas rayadas por vagos. Observo los carteles y anuncios, mis ojos divagan entre aciertos que Mancera nos presume en forma de publicidad dudosa y no en forma de hechos.
¡Qué poca madre!, aseguro que algunos dirán en su mente. Algunos estamos a nada de explotar al contemplar al lado de la puerta un poster en el cual, cito textual, dice: “¿Sabías que el precio real del boleto del metro es de 10.50 pero el gobierno del DF te ayuda con 7.50?”.
Que jalada más grande; el boleto en realidad costaría 50 centavos con toda la carga económica que representa la publicidad y las rentas de los puestos al interior de las estaciones. Más abajo del anuncio leo: “Con el aumento al boleto se recuperarán 105 trenes”. Que descaro tienen los señores administradores del metro. Con el presupuesto que los amarillos aprobaron en la ALDF (Asamblea Legislativa del Distrito Federal) se pueden recuperar más, siempre y cuando Joel Ortega le baje a los carritos y a los terrenitos; que no se le olvide que renunció a la SSPDF por el fallido operativo al antro New´s Divine y que apenas Mancera lo contrató como empleado, no vaya a ser que se le pase la mano en su nueva chamba.
Utilizan una pequeña comuna de letras que los que hacen carteles en contra del aumento hubieran ocupado para “darle en la torre” al teatro de gobierno del ratón Miguelito: TQM con la m del escudo del sistema de transporte. Estas letras cada vez más pervertidas en la red –en cuanto su composición y no a su uso- se verían bien al lado de una frase de descontento.
¿Qué pasará? El tren se queda parado, uno de mis grandes miedos durante niño, esto sucede en la estación UAM I. Comienza a levantar mi sospechas, rara vez suceden acciones como estas.
Ahora me encuentro sentado en mi incomodísimo asiento verde, a un lado una señora intenta resolver una revista con muchos crucigramas, en su cara se nota la impaciencia y tal vez desesperación provocada por esa palabra “x” que no está ni en la punta de su lengua. A mi derecha un joven sostiene a su hijo que se encuentra inquieto, con mucha facilidad expresa su desacuerdo gritando, pero le cuesta llegar al límite balbuceando la palabra “papá”. Lo que hace el pobre infante no es para menos, en UAM-I el metro lleva detenido 15 minutos con las puertas abiertas. Para colmo de males, de pronto, las luces se ausentan provocando un ASH en la gente. Esto solo tarda escasos momentos, pero nada nos quita la imagen de coraje por lo antes sucedido. Arribando a mí destino reflexiono todo y pienso que ya no hay vuelta de hoja. Las masas suben las escaleras para encontrarse con los torniquetes y cruzarlos. Nadie dice nada, nadie reclama, la sumisión su huele a metros. Caminan por la vereda del YA QUE para llegar a la casa del CONFORMISMO.
Nada es un mito. Nada es broma: las supuestas fallas para justificar el aumento del boleto del metro son ciertas. A Mancera le queda mucho todavía, empezó con el pie izquierdo. El pobre estólido y pusilánime juega a ser jefe de Gobierno, ve que el barco se hunde y no se pone el salvavidas, ojalá deje de jugar, porque todavía le quedan 5 años, cinco pinches años.
José Luis Enríquez, Guzmán 2013
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