Espero que todos y cada uno de ustedes reciba la bendición de un encuentro sincero, asociado al sentimiento más que a la ostentación malsana. Creo que llegamos a la cúspide del materialismo y eso produce un desaliento que invita al hombre a reflexionar y a interesarse por lo inmanente. Tengo la esperanza de que algún día, no seamos moneda de cambio, sino los simples seres humanos que somos, con nuestros valores y virtudes.
Se aproximaba Navidad y los niños correteaban por la casa, felices de saber que habían sido obedientes y estudiosos, lo que les aseguraba que el Viejito Pascual los recompensaría con creces. La madre ultimaba los últimos detalles que deparan estos festejos, preocupada de que todo resultara de lo mejor.
El padre, Ernesto, llegó de la oficina cariacontecido y ello fue un balde de agua congelada para todos.
-¿Qué te sucede?- preguntó alarmada la madre.
El hombre nada respondió y se desplomó con ademán de hastío sobre el sillón.
-Te sirvo de inmediato las once- dijo la mujer y corrió presurosa a la cocina.
-El facineroso de mi jefe me dijo que las cosas están malas en la empresa y por lo tanto, para evitar despedir a tanta gente, nos bajó el sueldo a todos.- contó con voz desanimada el padre.
-No te preocupes, nos arreglaremos con lo que tengamos- respondió la madre, animando de este modo a su esposo.
Los chicos, que poco comprendían, asintieron risueños.
A la semana siguiente, llegó el padre a la casa con una caja bajo el brazo.
-Les traigo un regalo, niños.
Juanito y Sonia, que así se llamaban los chicuelos, corrieron entusiasmados a abrazar a su padre. Después le arrebataron la caja entre risas nerviosas, desataron la cinta y el contenido quedó al descubierto. Era un pequeño y simpático perrito que el padre había encontrado a la vera del camino, entre unos matorrales. Después de llevarlo a una veterinaria para que lo revisara, se dirigió con el can a una peluquería, en donde lo bañaron y lustraron su pardo pelaje.
-¿Qué nombre le pondremos?- preguntaron los chicos.
-Ya lo tiene- respondió el padre, -el perrito, ahora mascota suya, se llama Sofanor.
-¿Queeé? – gritaron al unísono los chicos. -¡Eso no es un nombre de perro!
El asunto es que nada ni nadie pudo lograr que su padre le cambiara ese extraño apelativo al animalito y transcurrido el tiempo, éste obedecía tal si se hubiese llamado Cachupín o Boby.
-¡Sofanor, ven para acá! ¡Sofanor, corre, corre! Y el perrito levantaba sus orejas y corría desaforado por el patio.
En vísperas de una nueva Navidad, esta vez, todo fue diferente. Llegó Ernesto, el padre, muy feliz.
Su jefe esta vez había sido generoso y le había subido el sueldo y además lo gratificó con un jugoso aguinaldo. Todos estaban muy contentos y hasta Sofanor saltaba y ladraba, acaso adivinando que la nochebuena también sería benevolente con él. Pues bien, Ernesto tomó entre sus brazos al perrito y le dijo:
-Ya no serás más Sofanor. Ahora, tu nombre será Chocolate.
Todos reclamaron, ya que el perrito obedecía sólo al apelativo de Sofanor.
Entonces el padre le explicó a su esposa que, la vez anterior, enfadado con todo lo ocurrido, había elegido el nombre de su jefe para endilgárselo al can. Con ello, se sentía malamente satisfecho de lo que suponía era una gran felonía de aquel hombre.
-¿Y qué culpa tiene el pobre animal?
-No sé, imaginaba que veía a mi jefe en cuatro patas y eso me producía placer.
-¡Eres muy loco tú! Y ahora se te ocurre cambiarle el nombre. Pienso que estás para un psiquiatra.
-Te explico, se acerca Navidad y para nochebuena vendrá mi jefe a acompañarnos. Él es un hombre soltero y estará muy contento de acompañarnos, por lo que tenemos una semana para que Sofanor se olvide que se llama así y asuma que ahora su apelativo es Chocolate.
Dicho y hecho: -¡Chocolate, ven para acá! ¡Chocolate, corre, corre, corre!
Y el perrito, muy tendido en el suelo, indiferente a los llamados.
-¡Chocolate, ven para acá, te digo!
Nada. Al perro no se le movía una oreja. Y eso, ya era un grave inconveniente para Ernesto y familia.
En vísperas de Nochebuena, todo estaba preparado para la cena. La madre había preparado una deliciosa cena y aguardaba nerviosa la llegada de tan importante visita. El perrito Sofanor fue llevado al patio y quedó terminantemente prohibido que los niños que lo llamaran por su nombre.
Al final, apareció Ernesto, el padre, acompañado de su jefe Sofanor, un hombre robusto y sonriente, que saludó con mucha gentileza a la madre y les entregó unos regalitos a los niños. El perrito Sofanor, entretanto, ladraba en el patio.
Cenaron todos en un ambiente marcado por la alegría. Los niños corearon canciones navideñas y el jefe sonreía complacido.
De pronto, y sin saber nadie por qué, apareció en el comedor el perrito muy alborozado.
-¿Qué te sucede Sofanor? – preguntó la madre, olvidando el pacto de no llamarlo por ese nombre.
El jefe, miró a la mujer con sorpresa y preguntó:
-¿Se refiere a mí? Estoy muy contento y honrado de estar con ustedes.
La madre, asorochada, sólo sonrió.
El perrito, que no podía más de contento, saltó sobre una silla.
-¡Noo, Sofanor, bájate de allí!- le gritó la pequeña Sonia y el jefe nuevamente se sobresaltó.
-¿De adonde me bajo?- preguntó el hombre, con cara de no entender nada.
Ernesto y su esposa no hallaban donde ocultarse cuando el perrito, haciendo una maroma circense, se arrojó a los brazos del jefe.
-¡No Sofanor, noooo! –gritaron a coro los niños.
El jefe, asustado, se sacó de encima al perro, asustado. -¿Qué? ¿Acaso tiene pulgas o garrapatas?- preguntó titubeante.
A Ernesto no le quedó más que contarle la verdad a su jefe. Arriesgando su trabajo y la estabilidad de su familia, le narró todo.
Cuando terminó, el jefe lanzó una risotada que logró estremecer a todos.
-¡Pero que divertido, hombre por Dios! ¡Que gran ocurrencia!
A la familia no le quedó más que acompañar al jefe en esta fiesta de carcajadas.
-Lo que más risa me da, es que en mi casa hay un gato al que le coloqué Ernesto, porque se lo pasa dormitando, igual que otro que conozco.
Aquí las risotadas fueron generales, transformándose en un buen ingrediente para esa memorable cena navideña que ninguno olvidaría jamás…
¡Feliz navidad!
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