Un Domingo temprano el mar antojadizo escoró al buque mercante Acacia N, regando su carga de miles de tablas de pino por la bahía de Lirquén. Mientras recogía madera en mi bote, di gracias al mar pensando que terminaría, por fin, mi casa. La misma casa donde más tarde, con la Carla enamorada, haríamos al Matías chico entre vapores de sudor y sal. Felices, no sabíamos que el mismo mar vendría años después, a reclamar sus maderas y voraz se tragaría nuestras casas. No sabíamos que el muy hambriento no quedaría satisfecho sino hasta devorárselo todo, incluso al Matías chico.