En el templo de Farh-kal, el pobre, insomne y adolorido sumo sacerdote escudriñaba la mala suerte de la aristocracia y la suya, en la danza errática, pero certera, de su nuevo escarabajo sagrado. Calculando giros y volteretas, contrastaba los resultados con los giros de los planetas en antiquisimas tablas para desglosar las hebras del destino.
Una noche de descuido, el escarabajo no aguantó la farsa y huyó por la ventana hacia Alejandría. Llamado por la más brillante constelación hacia las alcantarillas, allí lo esperaba, entre banderas y cantos, el sindicato de escarabajos prófugos, no para adivinar esta vez, sino para, entre giros y danzas, doblar el destino mismo y hacer que el viejo charlatán sueñe con aterradores insectos alados, tropiece en las escaleras y rompa sus tablas astronomicas, para que así, nunca más un compañero escarabajo sea explotado.