-Siéntese bien, acaso no se avergüenza de su postura. Decía mi maestra.

Me sonrojé en ese momento, ella tenía razón, paso todo el día encorvado en el pupitre pero es que me fatiga escucharla, toda la jornada habla acerca de lo importante que son las matemáticas, ¡números y más números!, ¿acaso no hay otra cosa en la que nos podamos centrar?, entonces con vos muy entonada me dijo:

-Por favor salga al tablero y desarrolle la ecuación que hay en el, recuerde hacerlo explicándole a sus compañeros.

Me levante y mientras me dirigía a aquel matadero donde todos perdemos el conocimiento, veía fijamente el ejercicio tratando de recordar sus posibles soluciones pero el susto era tan incesante que si apenas pude agarrar la tiza con firmeza, mi mente estaba en blanco, todo lo que había estudiado la semana anterior se me había borrado; me quede un buen rato pensando, tenía mi frente contra el pizarrón, logre entonces escribir lentamente la palabra desarrollo, mostrando así un poco de avance en la solución… decidí iniciar el ejercicio pidiéndole a mis compañeros un poco de atención y recordándoles con ironía lo importante que sería esto cuando estuviéramos en la universidad, tratando así de acortar el tiempo.

De repente una melodía cautivo mis oídos, salió una sonrisa de mi boca, muy maliciosa por cierto; porque había sonado la campana. ¡Oh! Sonido, lo amaba, sería capaz de comprar una nueva con tal de seguirme salvando de aquella maestra.