De las cosas que más amo, son las mismas que me parten en dos cuando vienen en contra, si la marea arrecia mi corazón queda varado por ahí en una isla desierta. E muerto muchas veces y cada vez se siente ese dolor al que nadie se puede acostumbrar, esta energía que recorre mi cuerpo y me estremece, me corrompe el alma deseando ser un sueño eterno de un niño feliz que no sabe que es la envidia. Sonriendole a la Soledad una vez más me siento frente a ella y le sobo las rodillas, me acusa de dejarla por mucho tiempo y me mira con ternura y curiosidad por lo que tengo que decir, solo me recuesto en el piso buscando consuelo en su fría piel. Ella jamas me ha dejado de esperar aquí a donde vuelvo cada que mis paredes se hacen estrechas. A donde vuelvo cada vez que volteo a mi alrededor y veo solo mi sombra en la pared, así como cuando mi eco razonaba en el cuarto obscuro de una vida llena de voces mudas y la propia que me daba aliento para seguir respirando aun a pesar de la espesura del aire. Es difícil volver a vivir esos momentos míos, de carne, de sangre, de sal y sollozos. Este fuego que guardo dentro se vuelve hielo y apaga la luz para no ver tanta tristeza regada en la casa, solo dejar escuchar el viento ajeno a mi, a mi obscuridad, a mi tristeza, a mi muerte serena en tiempos navideños, tal y como lo fue hace 25 años, con mi Soledad cuidándome de los demonios que acechan.