El día que decidí matarme anduvo claro. Por la tarde una llovizna insulsa lo estropeó. Nunca en mi vida había mascado tan sólidamente la soledad. Descubrí que la tal no es como muchos mantienen una sensación puramente espiritual: yo diría que tiene un olor a flores mustias que penetra en los pulmones a poco que se le deje y un color pardo que muerde.
Si decidí matarme en jueves 23 de junio, no fue por ningún capricho. Fui consciente que los días que me habían sido asignados empezaban a prescribir por esa fecha. La nitidez con que yo percibí aquello sólo es equiparable a la sensación que de pequeño me produjo la comprensión de los arcanos aritméticos. Tan claro se abrió a mis ojos que sólo al principio tuve miedo: perdí por un momento el control y una lágrima afloró, como si el otro hemisferio se mostrara remiso. Pero comprendí pronto que hemos de ser respetuosos con el destino.
Y desde entonces voy huyendo de la muerte y siento como que vivo de prestado…que le voy robando vida a la muerte. Supe que jamás encontraría la paz: el sosiego es imposible en ladrones de tiempo.
Aquella noche, pospuesta mi desaparición, soñé que estaba con una mujer de ojos claros. Me acercaba lentamente, con grandes dudas, entreabierta mi boca, medio cerrados los ojos de ella y cuando nuestras lenguas se engarzaron en una descomunal lucha, me encontré sumergido en sus ojos, de aguas de una tibieza y densidad que me producían una grata sensación y donde no era preciso nadar para mantenerse a flote. Su húmeda lengua, su húmedo ser, envolvían mi cuerpo como el ser es envuelto por el seno de la madre.
La presencia de un elemento extraño, cual era yo, debió irritarlo-al ojo- y me vía surcando su gigantesco cuerpo envuelto ahora por una lágrima salobre.
Y bajé entre gigantescos juncos negros surcando como experto navegante su mejilla derecha, henchida como volcán, a punto de arrojar de sus entrañas la lava ardiente. Descendí seguidamente la vertiente opuesta y ascendí de nuevo por el montículo de su prominente barbilla, asomándome al vacío de una gran depresión: una garganta que desde lo alto de la barbilla se vislumbraba llena de sobresaltos y no menores peligros y que a la postre resultó de no complicada navegación.
La travesía prosiguió presurosa por entre su regato pectoral, en trayectoria rectilínea bordeé, tras surcar la gran llanura de su vientre, un orificio que a modo de cuenco replegado allí se encontraba. Finalmente cuando todo hacía parecer que sería devorado por una catarata selvática me así a una especie de junco que como si se tratase de un estandarte rubricaba un montículo de pliegues carnosos. En aquella isa desierta yo me quedé mientras contemplaba cómo la lágrima descendía a los abismos por aquella cárcava misteriosa.
Aquella mañana me levanté mejor. Sonó el timbre y educadamente me dijo que venía a mostrarme unos libros por si estaba interesado en su adquisición. Cuando se desprendió de las gafas de montura dorada vi que era la muchacha del sueño que reputé ahora premonitorio. Cuando intimamos lo suficiente como para ver su cuerpo por más que busqué no encontré rastro de mi isla desierta. Y que sirva a modo de enseñanza: nunca hay que buscar la sugestión.
( Primavera de mil novecientos noventa y siete).
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