La puteó, le dijo todo lo que quería decirle, mientras otros la miraban. Le escupió la ropa, le pisó sus flores.
Estaba tan enfurecida, le había suplicado por él. No le importaba nada. Sólo vio como esa cara de yeso, y sus ojos se ofrecían con sus manos siempre extendidas.
Después rompió en llanto, gritaba y gesticulaba alzando los brazos. Pero ella seguía ahí, en ese halo de santidad. Todo lo que mostraba era una sonrisa. Su vestido celeste, podría haber jurado que el viento se lo balanceaba. María la observaba, pero no había reacción. Entonces ella caminó arrastrándose por la pared del costado de la iglesia, algunos fieles se acercaron a ayudarla, le acariciaron el rostro mórbido e inmutable y la consolaron. ¿Por qué la besaban?
A ella le dio más bronca…pensó fuerte, con los labios apretados y los ojos hinchados de tanto llorar -Puta, puta, puta, por qué por qué, ¡por qué!si yo te había rogado por él, ¿por qué te lo llevaste?.
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