“Me asomé intranquilo. Por la hendija se apreciaban los más sorprendentes espectáculos jamás vistos. Allí estaba Melquíades que arrastraba sus tristes muertes enfundado en un gabán, transmitiendo su saber, o, mejor, su ignorancia, porque a fuerza de conocer las cosas, descubría más interrogantes- que al principio resolvía- pero su solución entrañaba muchas más preguntas y otras tantas respuestas.
Ya loco, mascullaba: si volviera a nacer me pasaría la vida amándote. También andaba H. Bogart, algo trasnochado, blandiendo por toda arma un cigarrillo “ducados” que apretaba entre los dientes, amarillos, algo achispado, con la última copa de “four roses” en la mano.
Una arquitectónica y despendolada mujer, acaso señora de alguno de los allí presentes, me había descubierto y gritaba señalando mi ojo que, aunque sólo se veía él por la mirilla evidenciaba en buena lógica a su propietario: un servidor.
De repente paró la bacanal y yo desde el agujero comprendí que me estaban mirando. Por lo demás sólo recuerdo que una llamarada me cegó…No quiero parecer fantasioso pero creo que fue un robusto traga fuegos quien estuvo a punto de cerrar para siempre el agujero de la curiosidad. Luego me dio por pensar que todo aquello había sido un engaño…que había soñado la realidad y que ésta hasta tal punto había penetrado en mí que me la estaba creyendo. Concluí que todo era apariencia; apagué la luz y comencé a soñar con la vana esperanza de que como en matemáticas menos por menos diera más.
Pero no acaban aquí mis desvelos: un recuerdo me persigue desde entonces. Melquíades enamorado repetía uno de los mil o mil quinientos mejores poemas en lengua castellana. Rezaba:
…estas palabras o mejor: estas letras
Se convertirán algún día en palabras…
Y acariciarán tus oídos
Y los sonidos se convertirán en un beso
Que se depositará lentamente en tus labios
…cuando menos te lo esperes…
…a traición…
Melquíades vagaba por el mundo de los vivos, arropado entre sus huesos, con la convicción angustiosa de que había descubierto la quintaesencia de la felicidad, mas por mucho que imploré no me la rebeló.
Lector amable, yo no te puedo contentar. Melquíades murió con el secreto y el secreto con Melquíades, desterrado para siempre del mundo de los vivos. Sus últimas palabras fueron: mira muchacho, sabes que te quiero bien, contigo he indagado los secretos de la alquimia. Palideció, carraspeó; me acerqué a su boca (de la que brotaba el definitivo hálito) y con la solemnidad que impone la muerte y la verdad, prosiguió.
- Si yo contara lo que sé cambiarían las cosas en esto que definitivamente abandono. Mas no diré nada. Esta es la última acción piadosa.
Sus huesos, roídos por el tiempo, crujieron. Un hedor a “flores del mal” inundaba la habitación. No me pida nadie que explique este olor.”
Abandoné la estancia, atrás quedaban los recuerdos en el agujero. Volví sobre mis propios pasos , recorriendo de nuevo la sinuosa red de alcantarillado que el Ayuntamiento pone a nuestra disposición.
(Escrito en Noviembre de mil novecientos ochenta y seis).
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