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LANIÑA
Era una muy linda niña la que dio a luz aquella tarde aquella mujer. No llegó en el momento oportuno, su madre no la quiso. La entregó en adopción…
Un par de esposos ya poquito avanzados de edad, que no podían tener hijos, saltaron de la emoción, cuando les llamaron para darles la buena noticia, la niña que tanto esperaban… Hicieron los trámites de adopción, y se la llevaron a su casa. Ella llegó a una maravillosa habitación, llena de color y de luz, que dejaba ver, cuánto amor había en sus padres. Todos los domingos los nuevos padres acudían a la iglesia a escuchar misa y dejar una limosna; agradecían a Dios lo que hizo por ellos. Mientras el remordimiento y la desolación se hacía presa de la madre, que se desprendió de lo más sublime que puede darnos Dios. Quien puede juzgar, quien puede saber lo que vivió, lo que pasó esa pobre y desesperada mujer, para que haya tenido el “valor” de hacer lo que hizo. Le comparo con la persona que se quita la vida; ¿pero es valor o cobardía?... ¡DESOLACIÓN!
La niña crecía a la velocidad del tiempo que no perdona; balbuceaba sus primeras palabras y hacía sus gracias; para sus padres no había mayor alegría, y más aún, cuando la escucharon decir MAMÁ, PAPÁ…
No sabían qué hacer, la niña crecía y la cosa se iba poniendo fea. La familia sabía que era adoptada, los niños también crecían, y no se les guardó el secreto. Un psicólogo les dijo que tienen que decirle la vedad, y no dejar que pase más tiempo, pues debía ser ¡ya!
Los novatos padres titubearon su decisión, no acertaban qué hacer. Uno les aconsejaba una cosa, otro les decía todo lo contrario, y así por el orden, escuchaban consejos de profesionales de todas las ramas, de amigos, de vecinas, y hasta de metiches. Nunca le dijeron nada. La niña creció, era una niña feliz; asistía a la escuela, muy buena alumna, tenía amigas por doquier. Bordeaba ya los 12 años de edad, iba tomando cuerpo; la niña se quedaba atrás, y empezaba a aparecer la mujer.
Un cierto día, ya casi mujercita, jugaba en casa de uno de sus primos, era una reunión familiar. Todos disfrutaban de la fiesta, los mayores bailaban y tomaban, descuidando un poco a los menores de la casa, dejándoles a los mismos, se podría decir, en libre albedrío… Mientras la fiesta transcurría; viene la niña en busca de su madre, lloraba desconsolada, su primo la violó. Sus padres no podían creer, no la creían, en especial su padre, nada hicieron evitando crear un malestar y dividir a la familia. Por fortuna no hubo consecuencias de otra índole de tal acto, que ¿cómo fue? no estaba muy claro, pero de que hubo resistencia, hubo resistencia, aunque con esa voluntad escondida de decir si… Lo sucedido fue haciendo crecer un fuerte resentimiento en la menor, un resentimiento profundo, guardado, no expresado, resentimiento que algún día de seguro saldría a la luz disfrazado de alguna extraña manera.
Ya se escuchaban rumores entre los niños, la adoptada, la prima adoptada, pues los rasgos familiares, esos rasgos que no se pueden esconder, hacían dudar solo con verle de la genealogía de la muchacha, lo que les traía a la memoria lo que hace tiempos escucharon y dejaron pasar, pero hoy eran otros tiempos, la edad de otras cosas. Todos hubiesen querido no ocurra, pero lo inevitable pasó. La ya muchacha de 14 años, descubrió la verdad de su existencia. Esto, destrozó la ya sentida vida de la mozuela, no encontró consuelo, no encontró camino para andar su lamento. La llamaron a la madre del colegio en donde estudiaba a darle las malas noticias, su hija no estaba asistiendo a clases, pues para ella era poco menos que un martirio, soportar la burla y el acoso de sus compañeros, y de la mirada de lástima que sentía emanaba de los ojos de sus profesores, y padres de familia del colegio. Ahora comprendía en sus adentros, la falta de interés de sus padres para defenderla en aquel suceso ocurrido hace un tiempo atrás; “comprendió” que ella era menos… De pronto, de hoy para mañana, su vida cambió rotundamente, los pocos días que pasaba en su casa, se encerraba en su cuarto, música estruendosa a alto volumen, cigarrillo y no sé qué más... La vida de una bella criatura, inocente y dulce, se convirtió en un signo de interrogación con respuesta incluida. A sus padres les atormentaba los rumores que en los corrillos se escuchaban de su hija, rumores que ellos sabían que ya no eran tales, que se habían convertido en una lamentable y cruel realidad. Ya no venía a dormir en su casa; sus amigos y amigas, vestían, olían y se veían diferentes, ella era diferente. Pintarrajeada, con ropas apretadas, con escotes hasta el ombligo, escotes que dejaban ver el desconsuelo de su existencia. La vida, la “mala vida” esa vida que ninguna madre no quiere ni siquiera imaginar para su hija, esa vida es en la que se fue inmiscuyendo, adentrando de a poco. Rara vez venía a visitar a sus padres, y las pocas veces que lo hacía, ya era propósito conocido… dinero. Ya la veían rara, había engordado demasiado, pero algo había en ella que no lo podía esconder, estaba embarazada. A muy corto plazo, dio a luz a una preciosa niña, niña que se constituyó en la esperanza para quienes aún la tenían, de que cambie su vida. No fue así, utilizó a su madre para criar a su hija, llevándola con ella en su mala vida, y dejándola con su abuela cuando la estorbaba. Poco menos de un año pasó desde el alumbramiento, empezó a adoptar la misma figura de cuando tuvo a su primogénita. La figura no fallaba, el embarazo se hizo evidente y vino otra hermosa niña al mundo. Ellas se criaban con su abuela, mientras ella hacía pedazos su vida. Muy de vez en cuando las visitaba, pero mantenía ese lazo maternal latente. Sus hijas daban la vida por ella, ella no tenía vida para ofrecerles.
Los padres, a quienes la vida se les había roto, tenían ahora dos cruces más que cargar, dos bellas y tiernas que no pesaban sino por el lazo consanguíneo de su ancestro. Había que tomar una decisión; él estaba viejo, ella un poco, menos, pero los años les llegaron cargados, pesados. Las niñas iban a quedar en la miseria, quedarían a correr igual o peor suerte que su madre, esa idea les atormentaba, no las dejaba dormir. La decisión se tomó; hablaron con la madre, y ella aceptó, les entregaría en adopción; quienes hoy son sus abuelos, mañana serían sus padres. Se legalizó judicialmente lo que era solo una posibilidad; las niñas ya eran sus hermanas. Pasó el tiempo, la madre las visitaba, al parecer todo estaba bien, claro está, que la vida de la progenitora se profesionalizó… Mientras todo andaba bien, las niñas en la escuela, bien cuidadas, bien atendidas; despertó el sentimiento maternal en quien entregó a sus hijas en adopción, su corazón de madre la martirizaba y llegó la idea a su cabeza de que las iba a perder. Un abogado le explicó que legalmente ella nada podría reclamar con respecto a sus hijas, que no tenía ninguna injerencia ya con ellas, y que había perdido todo derecho; esto le martirizó. Impulsiva y “salvaje” como era, fue a la escuela de las niñas y se las llevó; esto les cayó como un balde de agua fría a los abuelos de las niñas, casi los enloqueció. Nuevamente a su puerta tocaron distintos personajes con distintos “consejos” y puntos de vista. La mayoría coincidía en que se denuncie lo sucedido, se recupere a las niñas y que pase lo que tenga que pasar con su madre. Los ancianos no sabían qué hacer, el hacer daño a la madre, implícitamente envolvía a las niñas, y esto es lo que querían evitar. Por fin, visitaron un abogado, abogado que les pidió le confiaran cual confesor toda la vida de la madre de las niñas, con sus pormenores, sin dejar guardado nada en ningún resquicio. Se abrieron, pero no por completo, dejaron algo por ahí a medias, inconcluso, no claro. Con esto, el abogado decidió ayudarles, recuperaría a las niñas, y trataría de quedar en paz con su madre; esto era lo ideal para los ancianos. Cómo se haría esto doctor, preguntaron; lo haremos a mi manera les dijo el doctor, a su manera doctor, ¿y cómo es su manera? Lo haremos en forma extrajudicial, Yo no denunciaré a la policía, ni demandaré al juzgado de la niñez, ni pediré intervenga la junta cantonal de la niñez y adolescencia, ni ningún organismo, actuaré solo, y si así no lo consigo, no ha pasado nada, no me deben ni medio, y Ustedes podrán hacer lo que quieran; pero doctor, el tiempo pasa y podría ser muy tarde, si, así es, es el riesgo que tienen que correr. No sé que les llevó a los desesperados ancianos a confiar en las palabras del abogado, pero asintieron, se haría como dice, y ellos no intervendrían para nada.
El primer paso del abogado, fue llamar por teléfono a la señora, cuando se comunicó con ella, no la quería ni atender; tenía tanto miedo, que el miedo le hacía actuar, le hacía reaccionar, como la gallina cuando defiende a sus polluelos. Logró el abogado hábilmente cruzar unas palabras, y como cosa increíble, la tranquilizó un poco, abriéndose para el diálogo. A los pocos minutos que el abogado había hablado con ella y que al parecer logró un gran avance, la misma madre, lo llama, lo amenaza de muerte, y le cuenta quiénes son sus amigos, y lo que estarían dispuestos a hacer por ella. Esto si bien es cierto, desconcertó al abogado, pero no lo amilanó; no se dio por vencido al primer ladrido, espero con paciencia, con ella y con la desesperación de los ancianos, quienes querían denunciar el hecho y que pase lo que tenga que pasar. El abogado siguió con su plan, la volvió a llamar una y otra vez, hasta que logró conversar; le citó a solas para abiertamente, de parte y parte, decirse las cosas sinceramente, sin tapujos ni engaños. Así fue, hablaron de las niñas, de qué les conviene y no, la corta reunión fue muy fructífera, pero aún nada se había arreglado, solo se logró que ella tenga un poco de confianza en el abogado, a quien se le ha perdido la fe, el respeto, y ganársela nuevamente es muy difícil. Los ancianos ya claudicaban en su decisión de dejar todo en manos del abogado, y querían denunciar el caso, pero al ver que había logrado un acercamiento con la madre de las niñas, un acercamiento muy fructífero, en el que se conoció en dónde estaban ellas estaban, y que éstas se encontraban bien. Dejó pasar unos días el abogado, y volvió a retomar con fuerza la gestión, logrando una cita con su madre y los padres de esta, cita que a pedido de la misma madre, sería en la junta cantonal de la niñez y adolescencia, quien únicamente haría de mediadora, sin abrir expedientes ni dejar huellas de la conversación. En esta cita pasaron cosas que nunca el abogado pensó escuchar en su vida. Llegaron los ancianos con el profesional, y la chica ya estaba esperando en el lugar; recelosa, con miedo y con cautela no salió a verlos, sino mandó a sus compinches a vigilar que todo eso no sea una trampa, no le vayan a mandar presa. Pidió que entremos ya que ella no quería hablar ni una sola palabra en la calle; así fue; entramos y empezamos la desagradable conversación. La mujer tenía tanta rabia con sus padres, y en especial con su padre, que parecía echar fuego por los ojos, fuego que quemaba el ambiente.
- ¡Sí, vos tienes la culpa de esta vida que tengo; ustedes, porqué no me dejaron en el basurero en donde me encontraron, porqué tuvieron que recogerme!
- Pero date cuenta la vida que llevas y la vida que quieres darles a tus hijas.
- Si esta es mi vida, esos son mis amigos, y valen mucho más que los viejos de tus amigos; viejos que no te respetan ni un mínimo… ¡Se acuestan conmigo!, si, ellos se acuestan con la hija de su gran amigo, y me pagan y me pagan bien esos viejos., “AMIGOS TUYOS”. Eso es peor que la vida que Yo llevo, que no sepas lo que tienes, y vivas una vida de mentiras, de apariencias, prefiero mi vida a la tuya; si, mi vida y no la de un hombre que prefirió evitar el escándalo antes que defender a su hija, y limpiar su honor. Fui violada, y no te importó, que clase de monstruo eres.
- Hija no te pongas así, tranquIlízate.
- No me tranquilizo nada mamá; tú también tienes la culpa de lo que pasa, tú por dejar que este hombre haga lo que ha tenido en gana, por no ocupar tu puesto.

Lloraron madre e hija, mientras el padre se tragaba lo más amargo, pasando la saliva con mucha dificultad, con los ojos llenos de lágrimas reprimidas de años atrás. Nada o casi nada se sacó de la reunión mantenida, solo herirse unos a otros y revivir otras viejas heridas.
El abogado siguió con su intento, siendo para él un gran avance lo que había pasado; llamó a la mujer, y la convenció de dejarlas ver a las niñas, de dejarles una tarde con sus abuelos. Así fue, las niñas muy contentas salieron con sus abuelos a tomar un helado, y en la noche hicieron caballo de su cansado cuerpo, sacando fuerzas de donde no tenía para complacerlas. Llegó la hora y se fueron de vuelta con su madre; así algunos días, pasaron en los que las niñas visitaban a sus abuelos y regresaban con su madre, incluso algunos días se quedaron a pasar ahí la noche, lo que sin lugar a dudas fue un avance increíble. El abogado mantuvo reuniones con la madre y hasta con sus compinches y compañeras de profesión, quienes jugaron un papel muy importante en el tema; ellas, encontraron en el jurista a una persona sincera y bondadosa, con las ganas de hacer el bien, y eso trasmitieron a la mujer, quien llegó a confiar mucho en él. Un buen día, la madre accedió a que las niñas regresaran con los abuelos; fue el día más feliz para esos dos viejos, dos viejos que acabaron años de sus vidas en pocos días de sufrimiento. El abogado llamó a los abuelos, y les participó la invitación de la madre de las niñas; ir a tomar un café en casa de su hija, sentados a la misma mesa. Fue una tarde muy especial, todos juntos sentados a la mesa, ella, su conviviente, sus padres y las niñas; fue el café más rico que habían saboreado en toda su vida.
Ahora las niñas están con sus abuelos; estables, tranquilas. Los viejos respetaron la vida de su hija, la ayudan en lo que pueden, la reciben en su casa; en fin volvieron a ser una familia. La mujer siguió con su vida, de la cual no saldría al parecer jamás. Sus padres aprendieron nuevamente una gran lección y viven conscientes, de que una crisis como la sucedida, puede volver a pasar.
Nos preguntamos, cómo será la vida de esas niñas, cómo vivir en dos mundos tan diferentes, el de sus abuelos, de clase media alta, acomodados, con buenas relaciones, con un nombre que cuidar. Irán a colegios de renombre en Cuenca, se llevarán con amigas y amigos del nivel, de la clase a la que pertenecen sus abuelos. En el otro lado, con su madre; una prostituta que ejerce su profesión en forma abierta, libre; con amigos de baja calaña, de caras cortadas… Solo Dios sabe, cuánto les toca sufrir, cuanto tienen que aprender, cuanto deberán madurar para entender una dura realidad y afrontar a una sociedad como la nuestra. Les dejo amigos lectores la reflexión de un mundo que nos tiene tantas cosas, que nos guarda tantas sorpresas, que nos enseña todos los días algo de la vida y como vivirla.

Texto agregado el 20-12-2013, y leído por 192 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-01-2014 escribiendo se hace camino.. mis cinco Pentagramas_5_ Juan_Poeta
21-12-2013 Bueno la culpa del camino que eligas solo la tienes tù. No podemos culpar a nadie de las consecuencias de nuestros actos. Podia haber terminado de otra forma. Podia haber sido diferente solo nosotros podemos hacer que las cosas sean para mejor. lunazaul
21-12-2013 La vida, la impredecible vida. ¿Te has preguntado quién diseña el camino de cada quien? Detrás de cada destino ¿habrá un programador que articula el software personal que nos toca representar? Muy interesante tu texto. ZEPOL
 
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