Allá en el 300,
pueblito de Bari.
Unas niñas llorando
junto a la ventana.
No tienen consuelo,
sus padres murieron.
Marcharon muy pronto
y sin dotes dejaron.
Muchachos fogosos
juraron su vida,
con locas esperanzas
aún encendidas.
Un rayo ilumina
al Buen Nicolás,
el obispo inquieto
no puede dormir.
A veces la puerta
no es más lo correcto.
Así como un gato
salió por la noche.
La luna traviesa
se tapo la cara.
En la negrura
con su oscuro manto
marcho presuroso
a cumplir su recado.
Por la chimenea
se le antojo en su juego.
Tintineando sonoro
el metal preciado
cayó sobre el fuego
por suerte apagado.
¡Milagro, milagro!
La gente gritaba.
Golpeaban la puerta
Las chicas de blanco,
los novios eufóricos.
¿La iglesia? Cerrada.
Perdonen, perdonen
al Señor Obispo.
Un sueño profundo
lo demoro en su cama.
Unos traen flores,
otros su rebaño.
Ninguno este día
quedará con hambre.
La fiesta es de todos.
¡Por fin,
un milagro!


Autor: María Mercedes Córdoba
Dedicada a San Nicolás de Bari. El Buen Obispo que es aún hoy es leyenda.