SUEÑO DE NAVIDAD.
La mañana parecía flotar mecida entre la brisa helada de inicio de invierno. El día apremiaba dejando salir su energía vital sobre la campiña. El manto oscuro era besado tímidamente por los cálidos rayos del sol queriendo hacer su aparición. Sus esfuerzos de acariciar con sus manos la tierra lo hacía vibrar de alegría.
La muchacha en vilo, traspuso el cerro que separaba la casa del lugar hacia donde iba. La brisa fría de invierno nubló su visión. Cada mañana al levantarse bien temprano, antes de salir el sol, había llegado a su destino; pero este día el sueño la venció, levantándose una hora más tarde que de costumbre.
Ayudaba a su padre a ordeñar las vacas. Él, se levantaba bien oscuro primero que ella para ir al postrero donde pactaban los animales, un poco retirado de donde vivían, apartados del bullicio de la gente, donde Karla – Así se llamaba la niña – se desarrollaba realizando actividades propias de los adultos, privada del juego, sin el contacto de otros niños.
En su limitado conocimiento recordaba lo feliz que había sido antes de morir su madre. En el trayecto, cada madrugada, traía a su memoria como si fuera una película, tratando de repasar lo que fue al lado de su madre, comparándolo con lo que ha sido su vida después de ella morir. Recordaba cuando ella la arrullaba entre sus brazos, sus caricias, su voz; sonata de alegría en su pequeño corazón. Rememoraba la llegada de la Noche Buena, cuando le compraba vestidos de su gusto y zapatos nuevos para estrenar en año nuevo. Para el día de los Santos Reyes encontraba una hermosa muñeca debajo de la cama que ilusionada, la hacía vibrar de emoción.
Miró hacia el cielo, casi amanecía. Sorprendida vio bajar el Lucero del alba empalidecido, envuelto en las brumas del día al clarear, revolcándose con la brisa fresca que circulaba a esa hora de la mañana, hasta colocarse muy cerca del alcance de sus manos.
Se detuvo en su caminata, contemplándolo azorada. En su corta vida nunca había visto ni escuchado acaecer éste raro fenómeno de la naturaleza. Tenía escasamente diez años, huérfana de madre a los siete.
Su corazón palpitó a prisa y sus hermosos ojos negros se agrandaron para contemplar el astro que le quitaba su visión con el fulgor tibio que despedía a esa hora del amanecer.
No sintió miedo, por el contrario, su valor se agrandó entablando conversación con el astro.
-¿Acaso, eres tú, mamá? –Preguntó sin saber por qué lo hacía, pero en su subconsciente percibía que aquel fenómeno ya lo había sentido en otra oportunidad, podía afirmarlo ¡Lo había vivido! Hasta podía percibir el olor del perfume que usaba su madre cuando vivía.
La estrella se movió hasta colocarse a la altura de la joven muchacha. Luego, carraspeó tratando de aclarar su voz.
-¡Hum! ¡Hum! ¡No lo soy! Soy una amiga de ella ¿Quieres verla?
Preguntó el lucero con voz melosa.
-¡Sí! –Contestó la muchacha resuelta, llena de entusiasmo.
-Palpas con tus manos mi cuerpo – Le dijo el astro.
La muchacha sobrecogida por lo que acababa de escuchar, movida por la curiosidad extendió su mano derecha, dejándola caer con suavidad sobre el astro.
Como un acto de magia la muchacha vio como el lucero se convertía en una gran bola transparente, iluminada por innumerables rayos de luz igual que inmensidades de estrellas en el cielo. Su brillo al parpadear le infringía al lugar dentro de la bola, la maravillosa vista de un mundo jamás soñado por hombres algunos. En el centro vio una gran multitud que agasajaba a su madre, quien se encontraba sentada sobre un escabel cubierto por una tela mullida.
La mujer al ver a su hija del otro lado de la esfera salió a su encuentro, saltando fuera de ella. La abrazó besándola fuertemente en la mejilla, luego, sin decir nada la tomó de la mano, introduciéndose de nuevo con ella dentro de la bola.
Un olor a incienso y mirra quemada entró por su nariz. El perfume a jazmín que se respiraba allí, con su fragancia sutil la hizo suspirar profundo, sintiendo placer en la interioridad de su ser. La paz que se vivía allí y el estado de éxtasis sentido en aquel hermoso lugar, lo comparó, al recordar cuando su madre la mecía en sus brazos siendo muy pequeña, cantándole una canción de cuna para dormirla.
La joven muchacha estaba maravillada. Recorrió con la vista todo el lugar. A cierta distancia vio un hombre que le pareció su padre. Conducía una recua de animales vacunos que conoció de inmediato, estaba acostumbrada a lidiar con ellos día a día. Lo llamó, pero parece que no la escuchaba. El hombre sin salir de la esfera continuó su caminata sin detenerse.
La mujer se sentó en el taburete colocando a su hija en su regazo, besó con fruición su mejilla, pasando la palma de su mano sobre su espalda. Luego, tarareó una melodía ´´ Tara, la, la, la; tara, la, la, la; la. la. la´´
-¡Mi niña! Veo que sufres ¿Por qué sufres? – Preguntó con un dejo en su voz.
-¡Mamá! – Exclamó la muchacha -Mañana nuevamente es noche buena y tú no estás con nosotros. ¡Me haces faltas! Para esta época todos los niños son felices juntos a sus madres ¡Menos yo! Me conformo con tan sólo imaginarte.
-¡Hija mía! ¡Sol de mi vida! ¡Sabes que no los abandono! Días y noches estoy a su lado. No me pueden ver, pero, estoy en cada paso que das, en tus sonrisas, en la neblina que cae y moja las hojas de los árboles, en el mugido del becerro, en cada flor que en el campo nace, en el arrullo y gorjeos de los pájaros, en la brisa que te besa, en el agua que moja tus manos, en el brillo de las luciérnagas que alumbra los campos, en la cigarra que canta, la luz que emerge del sol, de la luna, de éste lucero donde vivo, esperando que un día ¡muy lejano! venga a mi encuentro.
-Hoy será un hermoso día para ti. Disfrutas como jamás lo has hecho con lo que te he preparado –Le dijo extendiendo sus dos manos trayendo con ella nieve dentro de la bola. Se escuchó una hermosa música de aguinaldos y villancicos con panderetas y cascabeles. Sobre una gran mesa que flotaba por el aire pudo ver dulces, avellanas, refrescos que alegremente pasó a consumirlos. Luego vio llegar muchos niños y niñas vestidos todos de blanco, rojo y azul celeste. Cada uno portaba un instrumento musical que desgranaba una música celestial que se podía escuchar sobre los elementos de aquella gran bola de cristal. Cada niño colocó más tarde un juguete diferente sobre la mesa para que ella eligiera el de su preferencia. De ellos, sólo tomó una Barbie, procediendo a jugar con ellos. Saltaba en la nieve que jamás había visto por vivir en un país tropical. Hacía grandes bolas de nieve y se las lanzaba a aquellos niños que mostraban amplias sonrisas de felicidad que ella trataba de imitar pero que apenas podía conseguir por la pena que le llegaba tan hondo por la pérdida de su adorada madre.
Finalizado el juego, la mujer buscó cerca del taburete donde estaba sentada, tomó algo y se lo colocó en una de sus manos, cerrándola luego. La muchacha cerró su mano con fuerza como para que nadie se diera cuenta de lo que era y para que no se le escapara de su mano lo que su madre le había puesto dentro de ella.
-Mañana es Noche Buena, dices. Este es un regalo que guardé para ti bien seguro en mi corazón para un día darte ¡Consérvalo! Te protegerás por donde quiera que vayas y nunca más sentirás el vacío y la aflicción que afecta tu alma –Hizo silencio. Luego, levantándose con ella entre sus brazos, se dirigió a la salida de la bola. Antes de ponerla fuera de ella, le dijo.
-¡Disfrutas la fiesta de navidad! De ahora en adelante, cada año para éste tiempo serás muy ¡Feliz! Habrá paz en tu pequeño corazón y te regocijarás junto a los que te rodean.
Dijo esto dándole un beso cálido en la mejilla. Lo que hizo despertar a la joven muchacha.
Al abrir sus ojos, se dio cuenta que era un hermoso sueño. Buscó lo que le puso su madre dentro de su mano ¡encontrando una cadena con un medallón que en su interior tenía un pequeño retrato de su madre! Sintió que el sufrimiento se había ido, desapareció trayéndole paz interior al respirar muy profundo, recordando que estuvo en los brazos de su madre ¡Muy feliz! Como nunca había estado.
Se tiró de la cama, se colocó la cadena en su cuello, saliendo apresurada, muy alegre a cumplir con las actividades asignadas por su padre de cada día.
La noche fue maravillosa, gozó de la noche buena como se lo había advertido su madre en el sueño. En ese momento recordó ¡Feliz! lo que le había dicho. En su corazón brillaba ¡La luz de la esperanza! El día de reyes encontró una Barbie hermosísima debajo de su cama.
Lo dicho por la mujer ocurrió como se lo dijo. A partir de entonces su padre cambió, mandándola a la escuela por primera vez donde encontró la felicidad que todo niño añora. A partir de entonces, cada día de Noche Buena iba bien tempranito al cerro a esperar que bajara hasta ella el lucero del alba. Aunque el Lucero nunca más bajó de su lugar, ella se imaginaba jugando dentro de él, como lo hizo aquella vez en el sueño hasta el último día de su vida. Siendo muy feliz a partir de entonces al lado de su padre y de algunos amigos con quien hizo amistad en la escuela.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
|