Se ponía ya el sol, era el 24 de Diciembre, principiaba el invierno y en aquella tierra de estaciones tan marcadas, había estado nevando, los árboles lucían los blancos copos y las aceras se habían limpiado para los peatones. Entre ellos iba un muchacho, un soldado en uniforme de invierno. quepis echado de lado, marrona bufanda, ninguna insignia en las mangas o los hombros indicando su rango de soldado raso de algunos veinte años y recién llegado a Europa.
Caminando solitario por calles de adoquines casi desiertas se llegó hasta el amplio puente y deteniéndose en el medio, con las manos enguantadas se apoyó sobre la fuerte baranda. Abajo se deslizaba el ancho, el famoso rio. Se encontraba prestando servicio militar obligatorio estacionado en la ciudad de Maguncia, Alemania. Por ser un día especial había cenado en un ‘guesthaus’ (pequeño restaurante) con el clásico wienershnaitzel (bistec migado, milanesa), sauerkraut (col, repollo curtido), y papas, bajados con una pilsener bier (cerveza) local.
Las luces de la ciudad se reflejaban esporádicamente sobre las rápidas aguas del río Rin y la rivera a penas alumbrada por la nublada luna mostraba sobre las rocas la nieve acumulada.
Pensativo el joven soldado se imaginaba como estarían sus padres, hermanos, su familia reunidos en la casa. Casi podía ver las casas en lejana ciudad de Seattle, su casa, como las otras, adornada con luces multicolores, una vista inolvidable y querida.
Luego….luego su mente voló Centro América, a su país natal. Allá era diferente, los mayores en la casa celebrando y los niños en las calles quemando cohetes, brincando por los zigzagueantes 'cachinflines', los 'busca-niguas' y las explosiones de lo cohetes morteros con sus ensordecedores !Buuuummms! Las risas, el nacimiento, el Nino Dios....
Se acercaba la media noche, el silencio era profundo, la soledad lo inundaba, el rio imperturbado corria con tenue murmullo.
El reloj del bahnhof ( la estación del ferrocarril) precisamente en el centro de la ciudad, empezó a anunciar la media noche con el gong de su enorme reloj y las campanas de la vieja catedral comenzaron a repicar con su profundo tono un “bong-bong-bong...” como lo había venido haciendo todas las navidades desde el Siglo XI. Esta era ciudad de gran historia, ciudad natal de Gutemberg, inventor de la prensa, en otro tiempo capital de Alemania. Para aquel soldado simplemente una ciudad tan distante de su gente donde nadie lo entendia con su limitado inglés de fuerte acento hispano y sin hablar alemán.
Gozaba de un 'pase para fin de semana' pero ¿A donde ir? Dirigiéndose a la catedral frente a la que desplegaba una hermosa escena de la Natividad con esculturas de estatura natural, donde se detuvo a estudiarla, un precioso Niño Dios de ojos azules. En los nacimientos de su tierra con ovejitas, el inevitable rio con un espejo por lago, todos los pastores vestían como inditos de trajes coloridos. En el de su casa, su atlético hermano se la arreglaba para que el nacimiento luciera al frente un campito de basquetbol.
Echando una última mirada al río se dirigió a la más cercana esquina y esperó hastas que al fin llegara uno de los escasos tranvias de aquella hora para regresar al 'kassern', las barracas hoy usadas que otrora fueran del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Llegando a la protejida entrada mostró su identificación al policía militr de guardia y lentamente llegó al dormitorio de su pelotón, en el tercer piso. Era la una de la mañana, se escuchaban los ronquidos de los otros soldados, se metió en su pequeño catre. Con la cabeza recostada sobre el brazo doblado casi podía ver a su viejo de cabello cano contando chistes, la viejita sirviendo los tamales envueltos en hojas de plátano, pan francés, café caliente, sus hermanos que recién regresaban de la calle después de quemar sus petardos. Cuando llegaran las doce todos abrazándose individualmente, el besito a su mamá. Poco a poco se fue adormitando en la noche mientras se decía a si mismo ...”Feliz Navidad....Feliz Navidad...Feliz Na…..
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