Sófocles Joo buscó a los Viejos de los Higos cuando las pesadillas se desbordaron en su mente. Partió de su aldea un lunes por la mañana y los encontró cuatro días más tarde, luego de atravesar múltiples sembradíos donde la gente tironeaba a bueyes negados y burros que rebuznaban con necedad.

Pero no fue fácil para Sófocles Joo librar el último tramo hasta los monjes, pues debió ascender una cuesta empinada agarrándose de lo que podía a causa de su cuerpo de tonelaje completo.

Alcanzó la cima con la luz del sol en retirada, y al fin distinguió a los ancianos en meditación al levantar el rostro redondo enmarcado en unos cabellos agrestes cual crines de caballo.

Sófocles Joo tomó aire con un gesto resuelto y dirigió su andar de hipopótamo bípedo hasta las decenas de palafitos minúsculos suspendidos de sus puntales en mitad de un lago impregnado con los tonos ocres del crepúsculo.


Horas después Sófocles Joo cerraba los ojos bajo las luces danzantes de varias velas que sujetaban los ancianos risueños famosos por alimentarse sólo de miel, saltamontes, y los frutos espléndidos colgados como monos de los árboles de higos incrustados en las faldas del monte.

En ese momento por fin habló el emblemático Shadranaha el Geco, un hombrecito de rostro tajado por las arrugas y unos cuantos pelos adheridos a la calva pintada con cenizas de conejo, igual que los brazos y las piernas escuálidas bajo el hábito harapiento.

Se decía que Shadranaha el Geco era tan estrafalario que solía comer en un cráneo de mandril y masticaba nada más saltamontes de cuerpecillos magros, para no sucumbir ante la gula.

Y otra cosa: sólo Shadranaha el Geco era capaz de invocar la presencia enigmática de Mnemón, el Gato No-Dimensional que devora las pesadillas.

Shadranaha el Geco expulsó los hilos de telaraña de su voz y recapituló sobre las docenas de pesadillas ajenas que desembocaban en el espíritu de Sófocles Joo como lo hacen múltiples afluentes en el Ganges. Luego pidió que sus hermanos cerraran los ojos para meditar a su lado, en tanto formulaba el único mantra de poder capaz de seducir a Mnemón.

Shadranaha el Geco estiró las manos hacia las sienes de Sófocles Joo y pareció jalarlo hacia sí. El resultado fue que el muchacho se desmadejó inconsciente mientras su translúcido Ego Centinela se incorporaba con dificultad, aceptando la invitación del anciano para sentarse a su lado.

Fue el Ego Centinela de Sófocles Joo quien atestiguó el arribo de un gato esférico que a duras penas se desplazaba con sus patitas atrofiadas.

El animalillo maulló y sesgó los ojitos iridiscentes sin preocuparle su desmesura digna de una termita reina. Y sólo entonces se apreció la textura de su pelambre formado por docenas de triángulos y cuadros de colores, donde apenas y se distinguían unas figuritas en relieve: las pesadillas que fluían de sus intestinos hasta la piel para impregnarse de olvido como lo hacen las hojas con la luz.

Shadranaha el Geco acarició a Mnemón cuando el voluminoso cuerpo tendido de Sófocles Joo se descamaba de las pesadillas similares a murciélagos sin alas.

Mnemón tensó las patitas y se abalanzó contra los bichos con una agilidad indigna de su gravidez contra natura, devorándolos con mordidas precisas hasta dejar limpia la estancia del palafito donde temblaron ocho moscos flacos obnubilados por la magia.

El Ego Centinela de Sófocles Joo percibió el esguince cómplice de Shadranaha el Geco y volvió al cuerpo gordo de rostro ya ornado con una sonrisa resplandeciente que se expandía con la volición de un eucalipto bajo el sol.