Reencuentro
Gregorio Vidal pasaba frente a la funeraria cuando un impulso irresistible lo obligó a entrar.
Se dirigió al único salón ocupado y notó cómo muchos de los presentes lo miraban con curiosidad, casi con miedo, y saludaba con una ligera inclinación de cabeza cuando pasaba entre los grupos, unos de personas atribuladas, otros de quienes conversaban animadamente, alegres, al parecer, por volver a verse.
Entró directamente hasta el salón del velatorio y se sentó en un banco de la primera fila. “El cadáver llegará en pocos minutos”, le informaron.
Al traerlo, los curiosos se arremolinaron frente al ataúd. Intuyó que algunos tocaban al fallecido o colocaban alguna flor sobre su pecho. Notó de nuevo que muchos lo observaban de reojo. Cuando se acercó al féretro, escuchó un comentario: “…su mujer y sus hijos llegaron al aeropuerto y vienen de camino”.
Fue cuando observó que la cara del difunto tenía un gran parecido con él: eran idénticos. Entonces concibió la idea de actuar con urgencia: “Debo hacer algo para evitar que el sepelio se realice”. Ante el asombro de todos, anunció en voz alta: “A este hombre no lo van a enterrar; lo llevo conmigo”.
La gente lo miraba como si estuviera loco, y comentaban entre sí.
Entonces se le acercaron dos policías y tomándolo por los brazos lo
conminaron a salir: “Acompáñenos, señor”, dijeron. Ofreció resistencia, pero lo sacaron a la fuerza. En el trayecto se encontró con la viuda y sus hijos, quienes lo miraron desconcertados, sin comprender lo que estaba pasando: no entendían por qué un muerto iba a ser sacado por la fuerza de su propio velatorio.
-¡No lo enterrarán!, gritaba Gregorio a viva voz, intentando soltarse. Los policías, incómodos con su rebeldía, lo sacaron del local y lo arrojan al pavimento, advirtiéndole: “Si no se larga de inmediato lo encerraremos”.
Se incorporó y optó por retirarse, mientras razonaba: “Lo intenté, pero no me dejaron. Después de reencontrarlo, era justo que compartiera con él por unos días. Cuando lo entierren no volveré a verlo”
Dio la espalda y se alejó, mientras los amigos del fallecido y su familia observaban, a través de los cristales, cómo se alejaba cabizbajo, el hermano gemelo, triste por reencontrarlo después de tantos años y no poder disfrutar unas horas de su compañía.
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