El tiempo ha pasado rápidamente y a su paso arrastra con él los fragmentos del tiempo desperdiciado y las fracciones de ciertas conversaciones que no tuve de niña. Se suman a su oleaje todos aquellos gritos de mamá y las huidas de la mesa cuando simplemente no quería comer aquella sopa de legumbres que tanto me disgustaba o esa extraña ensalada que la abuela solía preparar para el almuerzo...

Sentada frente al computador me envolví de recuerdos para lograr regresar atrás el tiempo y volver a ser niña. Quise desempolvar mis sueños de princesa, mis juegos de policías o las mil caídas que tuve mientras jugaba en el parque con mis vecinos. Traté de encontrar entre mis sentimientos los nervios que sentí cuando me dieron mi primer beso o aquel cosquilleo que sentía en mi estómago antes de tener que rendir un examen de geometría para el cual no había estudiado por quedarme viendo el “Chavo” mientras mamá hacía las compras del super.

Hoy quise retroceder el cassete de mi vida para no tener que preocuparme porque no tengo dinero, para no tener que sentir miedo al fracaso, para no tener que encarar a la responsabilidad o simplemente para no tener que agachar la cabeza cuando me siento avergonzada de mis propios errores...

De repente, me detuve entre el pesar de mis recuerdos y alcé la mirada hacia un horizonte cargado de esperanzas. Me planté en mi presente y comprendí que había crecido y que todo este tiempo transcurrido ha sido camino arduo y pesado, pero que también ha sido incansable lucha por conseguir mis sueños.


Entendí que dejar de ser niña fue un paso grande pero no infinito...

Entendí que...Aquellas veces que pensé que mamá gritaba o me retaba, se convirtieron en oraciones y súplicas que con mucha devoción ella elabora para pedir por mi bienestar

Que aquellas comidas insípidas que yo osé en despreciar porque consideraba “malas”, son vitales para aquellos que luchan por conseguir un par de centavos para poder alimentarse al menos una vez al día

Que vale la pena conservar mis sueños de princesa mientras comprenda que nadie vendrá a despertarme, que mis horas de llegadas no estarán sujetas a una hada madrina sino más bien a las normas que el “Rey” imponga en mi “castillo” y que el príncipe aquel que envestía una armadura no podrá rescatarme pero si enamorarme.

Comprendí que las caídas en el parque existieron para curtir mis rodillas contra los verdaderos golpes... Que cada vez que jugaba a los policías me enseñaron que la gente mala también existe pero que no debo de temerle porque Dios también creó la justicia.


Comparé aquellos nervios que sentía cuando me dieron mi primer beso o cuando tenía que rendir un examen con la sensación que tuve cuando acudía a un eco para ver el desarrollo agigantado que tenía esa pequeña en mi vientre.


Y finalmente, me doy cuenta que mis preocupaciones económicas son importantes pero no indispensables, que debo de esforzarme más si quiero comer mejor, que tengo que trabajar más si quiero llegar más lejos...

Me doy cuenta que temerle al fracaso es aceptar que soy débil, que debo luchar contra mis propios miedos y que si alguna vez no saboree el fracaso, no podré distinguir el sabor de la victoria...

Descubrí que la responsabilidad fue asignada para que las personas aprendiéramos a vivir con libertad pero conscientemente, que solo aquellos que comprometan sus acciones en función de su propio bienestar lograrán una vida plenamente satisfactoria.

Y que errar no debe de avergonzarme sino mas bien enriquecerme...Que si al caer soy capaz de volverme a levantar, reconociendo y corrigiendo mis errores, habré demostrado arrepentimiento y fortaleza...