Previamente uno debe ser joven, como ella;
fingir,
aparentar,
ser un jovencito, pese a nuestra muerte.
Mirar de reojo, al flaco de la mesa contigua, sirve;
aprender a sonreír con pena,
a tocarla por error,
a parpadear sin tics y con ambos ojos.
Uno debe ser humano, como ella;
fingir,
aparentar,
ser mucho humano, tanto como se pueda.
Vale ser honesto sobre nuestros pecados, los menores;
arquear las cejas y aflojar la boca
cuando se hable de la muerte;
mirarla a los ojos, siempre y sin violencia.
Uno debe amar, por sobre todo, como ella;
fingir,
aparentar,
ser un amador intransigente y sin razón.
Ignorar nuestros vacíos y prejuicios ¡Callarlos!;
hacer como que no nos jugamos la vida, la muerte;
como que el terror no nos erosiona el esternón;
disimular temblores, sudores y balbuceos;
trastornos, pecados y condenas.
Uno de ser frágil, ser valiente, como ella;
dejar de fingir,
dejar de aparentar,
desarmarse en la taza de café y completarse con los pedazos,
los de la jovencita, claro. |