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Los rusos peleaban desde el inicio de la noche contra el Wehrmacht nazi. Las bombas reventaban las entrañas de la tierra llevándose de paso a tropas completas. Ya desde semanas antes lo único que se podía ver eran campos destrozados; casas de paredes derruidas, como si las hubieran mordisqueado con desesperación, y árboles carbonizados aún fijos al suelo donde habían crecido.

Las balas atravesaban el aire como avispas relampagueantes. A esas alturas lo importante era sobrevivir, sin importar que el compañero al lado diera un tumbo hacia atrás y se estremeciera por última vez.

Alexei pensaba que el núcleo del mal aún se hallaba muy lejos, y que sólo bordeaban sus tentáculos. Desde hacía años sólo sabía de la guerra. Había perdido la cuenta de los amigos enterrados atrás en cualquier parte.

Se había incorporado a las fuerzas de Zhukov al arrostrar la invasión nazi en la operación Typhoon, y posteriormente había defendido Stalingrado contra un ejército diezmado por el invierno ruso.

Ahora se hallaba bajo las órdenes de Koniev, en la batalla en el corazón de la bestia en el Reichstag. No era algo fácil, pues se tenía que librar la lucha casa por casa. Ya los volkssturm nazis habían volado cientos de tanques con sus “puños blindados” de poderosa detonación.

Alexei había crecido con firmes convicciones religiosas, que perdió cuando mató al primer hombre, al que siguieron tantos que perdió la cuenta.

De pequeño soñaba con un ángel de aura como crepúsculo que al pronunciar su nombre parecía bendecirlo transmitiéndole un poco de su energía.

Pero desde hacía mucho ya no creía en seres superiores cuidando a los humanos. En alguna ocasión incluso escuchó tales cifras de muertos inverosímiles, que imaginó a Europa como un enorme cementerio.


Alexei pensó que si los ángeles existieran quizá se hallarían librando su propia batalla contra la bestia asentada en Berlín, que a esas alturas tal vez comenzara a dispersarse en otro sitio, pues ya no había lugar para ella en el Tercer Reich.

El amanecer se dibujaba en la distancia manchada de explosiones. El capitán pasó por entre los soldados contando las bajas. Reubicó a sus tropas después de unos minutos y ordenó la marcha tras los tanques cubiertos de lodo, que avanzaban con el apremio de monstruos prehistóricos.

Justo cuando Alexei se disponía a correr con su arma bien abrazada, los adolescentes y ancianos nazis a lo lejos recrudecieron la defensa. El estallido de una granada tumbó a Alexei como si lo golpearan. De inmediato percibió humedad en su pecho y cara, y se desvaneció en una dimensión imbricada con un tiempo de goma.

Tendido sobre el campo estrujado, Alexei levantó los ojos y distinguió a un ser de luz que se acuclillaba ante él poniéndole la mano en la cabeza, donde los recuerdos de su corta existencia se agolpaban como si algo dentro se hubiera desfondado, hasta hacerlo llorar.

La desesperación de Alexei terminó frente a una imagen que ya no podría compartir con nadie: cientos de seres resplandecientes avanzando junto a las tropas aliadas, y en la distancia unas tinieblas que todo lo engullían.

Texto agregado el 10-12-2013, y leído por 264 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
11-12-2013 Letras de.mucho carácter para.un relato bélico. Conservas tu voz en cualquier tema. Además del rítmo, la tensión te cautiva . un abrazo. umbrio
10-12-2013 Excelente, me gusto el ritmo del cuento. Felicitaciones. esclavo_moderno
 
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