De corazón parte 3
Me refugie en el trabajo por completo, olvidaba de que tenía una vida.
Un domingo la esposa de un amigo de la congregación cumplió años y se le hizo una cena en un restaurante al sur de la cuidad. En la estética una de mis trabajadoras me vendió un par de zapatos muy altos. Lo insegura que era para ese entonces no me sentía a gusto con esos zapatos pero combinaban muy bien con mi atuendo. Fue en un restaurante muy “nice” después de haber cenado delicioso en la puerta me encontré al ateo.
-¿tu? – expresé con desagrado.
-oh! ¡Perdón! Se me olvidaba que eres la dueña de la ciudad.
-¡cállate! no estoy para bromas. - le respondí molesta.
-bueno, disculpa – dice en tono de burla.
Y en su disculpa, yo ya estaba en el suelo. Me torcí el tobillo y salvador me auxilio, me llevó a su casa para curarme, eso no me gustaba nada. Me revisó mis pies con sus suaves manos, sus largos dedos recorrían mi tobillo.
-¡¡oye!! ¡¡Es mío!! ¡Me duele! – exclame de dolor.
-perdón, pero tengo que revisar tu pie para saber si es que tienes una fractura. Es domingo y es difícil encontrar un laboratorio abierto. Te vas a quedar aquí en mi casa y mañana te llevó al hospital para que te saquen unas radiografías y no acepto un no por respuesta.
-tengo que ir a trabajar. – dije como una niña necia.
-pues en este caso es más importante tu salud no tu trabajo – dice el experto en la salud.
-pero tengo que abrir la estética.
-lo sé, pero sin salud no se puede tener una vida
-está bien, me quedo. No me deja de doler.
-te voy a dar algo para el dolor – dijo él.
Me dio una pastilla y me quedé profundamente dormida. Eran las tres de la mañana y me encontraba en la cama de él, me levanté, bajé como pude las escaleras y sin despertarlo porque el dormía en la sala, salí con mucho cuidado. Solo dejé una nota que decía “gracias por las atenciones” y me salí de la casa. En el camino a mi casa, las calles lucían vacías y oscuras, una patrulla a lo lejos se escuchó y poco a poco se fue acercando a mí y me preguntaron a que se debía que yo anduviera en la calle.
-¿señorita? ¿Se encuentra bien? – pregunta el policía
-sí, estoy bien – le respondí
-perdón pero es muy tarde para que una mujer como usted ande en la calle a esta hora. La veo lastimada de su pie.
-me encuentro bien, solo quiero llegar a mi casa y dormir porque mañana tengo que abrir mi negocio.
-¿me deja acompañarla?
-¡no! Déjeme en paz
-por favor, señorita es mi deber cuidar de la ciudadanía.
-está bien. Pero caminando. – le dije y en otro policía nos fue siguiendo en la patrulla.
-¿y cómo se lastimó?
-me caí en un restaurante, y un hombre que conocí hace tiempo me ayudó, me llevó a su casa y me puso esta venda.
-y porque no se queda en casa de ese joven – dice el policía metiche.
-porque no. Esa amistad no puede ser posible.
-y se puede saber ¿por qué?
-sí. Porque él es ateo y yo soy cristiana.
-bueno pero es no tiene nada de malo, si hay amor lo demás no importa.
-sabe que, ya llegamos yo vivo en aquella casa.
-déjeme le acompaño.
Después de insistir el policía me acompañó hasta mi casa y pude medio descansar, pero en la mañana al despertar mi pie era tres veces su tamaño. Llamé a Arturo para que me ayudara.
-¡pero qué es esto! Eres una necia ¿porque no te quedaste es su casa? - pregunta Arturo.
-porque no quiero nada de el
-¡oye! No espera. Creo que estas exagerando
-¿exagerando?
-déjame llevarte al hospital. – me recomienda Arturo
Llegamos al hospital y un amable doctor me atendió. Después de sacarme unas radiografías me enyesaron toda mi pierna. Arturo me llevó a mi casa, después de estar trabajando tanto tiempo sin descanso me tuve que quedar en reposo obligado.
Arturo me llevó un delicioso paste de tres leches porque sabe que es mi favorito. Pero las cosas no terminar ahí. Un hombre alto, guapo, de pantalón sastre de tubo, con una camisa de botones color azul. Desde el pasillo olía muy rico, a perfume de hombre. La puerta de mi cuarto se abrió y entro salvador.
-bella dama - dijo el caballero.
Continuara …
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