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Inicio / Cuenteros Locales / Deilost / Colección 9ª: Little snippets of the soul.

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Word has it that we are not real. Word 'round the street, I heard. That us, our ideals, our hopes, our suffering are non-existent.

Well, I hit my foot's little finger against the bedside table this morning.

It hurt like hell.




Una nación entera enciende velitas más allá de mi ventana.

Una nación.



¿Y yo?

Yo tan solo me esfuerzo inútilmente en mantener encendida la titubeante cerilla que alumbra mi alma.



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Ya no sé qué decir. ¿Lo he sabido en algún momento? Las palabras se me atraviesan en la garganta y yo me siento a punto de ahogarme. Espuma. Espuma y nada más.


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Me dolió, por si no te diste cuenta. Me dolió igual que hace miles de años, igual que la primera vez. La soledad no está hecha para mí. Yo no estoy hecho para mí. Y la única forma que tengo de amarme es a través de ti. Pero tú no quieres que te ame. Y yo, sin nada que amar para poder amarme... No hay más que odio. Odio.
Odio. Yo soy la única persona a la que no puedo perdonar.

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Las hojas bailan. La madera se dobla. El viento aúlla. Grita, el bosque. El bosque, pequeño, siempre disminuyendo.

“Y el hombre dijo: ¡Matemos al bosque para crear el conocimiento!"

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Acero, sangre. Esos ojos, sangre. El lento rotar nocturno de las estrellas, sangre. Ella. Sangre. El. Sangre.

¿Acaso puedes descifrarlo, tu, con los ojos vendados y las manos atadas? Lo dudo, lo dudo bastante.

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Y yo le pido al universo calor. Y yo le pido al universo tus brazos. Y yo le pido al universo tus besos, tus labios.

Pero el universo me dará tu silencio. Pero el universo me dará tu ausencia. Pero el universo me dará, me dará el frio viento del otro lado de mi ventana. Del otro lado de mi ventana, de mi alma, de tu corazón. Del otro lado de todo, cuando todo no significa nada sin ti.

Cuando todo no significa nada para ti.

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Una vez, él me dijo que vivía en un mundo de cristal. De hielo multicolor, donde las estrellas eran sus pensamientos y el color del hielo sus sentimientos. Era un lugar frio y vacío y rodeado por un océano insondable, donde se escondía un monstro gigante y horroroso.

Otra vez, me dijo que no vivía en ninguna parte. Un caminante eterno, sin rumbo. Ver todos los países del mundo y más allá y seguir caminando. Que soledad, la soledad del camino. Que cansancio, el cansancio de las piernas del caminante. Qué largo... Qué largo ese terrible destino.

Después me contó acerca de su país de nacimiento. Un lugar cerrado y aislado del mundo, lleno de criaturas oscuras y tierras infértiles. Fue bañado en sangre y guerra y dolor, hasta el punto en que toda vida tuvo que huir de allí.

Y por último, me contó acerca de su torre. Construida en el frio norte, en un valle vedado a ojos humanos, erguida en piedra negra. Tan alta y tan fuerte como las montañas que la rodeaban, un desafío a los dioses mismos. Esa misma torre hoy yace en ruinas, anclada en un mundo que gradualmente va desapareciendo; sus enormes cámaras vacías, sus largos corredores silentes.


Justo cuando acabó de describírmela, murió. Sus brazos fríos perdieron la fuerza y el brillo de sus ojos se apagó. Su cuerpo se volvió ceniza dorada y se desvaneció entre mis manos. Tomé una de las piedras que abundaban el paisaje desolado a mi alrededor y la enterré lo mejor que pude. Luego, tomando un puñal que yacía por ahí, grave en la piedra unos escuetos caracteres y me marché, en busca de otro mundo moribundo. Creo que si pudiera volver esa piedra todavía seguiría allí. Impoluta, a pesar del pasar de los siglos, mi inscripción seria legible:

"Aquí yace Darion Deilost, Destructor de Mundos."


Pequeña inscripción, pequeña inscripción. La única que queda como prueba de la existencia más larga del universo.

Estoy muy seguro de que la ironía le hubiera hecho reír.

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Deilost, muerto. Late, perdido. Nicolás, solo.

Solo. Solo y frio. Solo y callado. Y callado, solo.

Que estupidez. Que desvarió. Que descarado egocentrismo.


Mira arriba y dime que tan callado eres.

Mira atrás y dime que tan solo estas.

Mira adentro y dime que tanto frio sientes.


No, mi muchacho, tú no eres ninguna de esas cosas. Tú solo estas roto. Roto, incompleto, como cualquier cosa viviente que existe. Y como cada cualquier cosa viviente que existe, intentas repararte, completarte.

Tú buscas. Buscas y buscas y buscas y no encuentras. Pero lentamente, muy lento, tan lento como para desesperar a un caracol, empiezas a darte cuenta. A darte cuenta de que es lo que buscas.

Tú eres un rompecabezas gigante. Tan grande como el sol. Y tus piezas son todas iguales. Y al ser iguales son diferentes entre sí, cada una. Son aquello que conforma tu alma.

Diminutos, pequeños retazos de tu ser, corazón.

Texto agregado el 09-12-2013, y leído por 95 visitantes. (0 votos)


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