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Dejó su tierra, como tantos otros en busca de una mejor vida. Su intención no era asentarse en éste país, sino cruzar la frontera norte.

Llegó en La Bestia, ese ya legendario tren que surca el territorio mexicano, con toneladas de mercancía y centenares de ilusiones centroamericanas sobre sus lomos.

Después de haber sido asaltado a bordo por un grupo de Maras, y de ser objeto de un intento de reclutamiento por los Zetas, le urgía una escala para recuperar fuerzas, ánimos y algo de dinero.

Por eso, al pasar por las cercanías de la Capital, decidió bajarse. Pero las cosas no mejoraron, durante dos días de exhaustiva búsqueda de trabajo, no consiguió ni un: "vuelva otro día"

Entonces quiso limpiar los parabrisas de vehículos detenidos por la luz roja de algún semáforo. Tampoco le funcionó porque los cruceros buenos están acaparados por jóvenes que no aceptan competencia.

Al cuarto día, desesperado, con hambre, sin techo, con tanta mugre a cuestas, que no se aguantaba ni a sí mismo, se vio obligado a asaltar transeúntes.

Buscó una calle que se prestara para su propósito, encontró una perfecta. Se trata de un callejón estrecho y solitario que por su orientación en diagonal resulta una buena alternativa para acortar el trayecto entre una estación del Mexibus y un conjunto habitacional, a pesar de ser tan larga, no tiene ventanas ni acceso a los predios que la bordean. Sólo dos extensos muros que constituyen la parte trasera de sendas fábricas, y lo mejor es que cualquier extremo puede convertirse en segura ruta de escape.

A penas diez minutos después de haberse parapetado detrás de un contenedor industrial de basura situado prácticamente a medio camino, su primera víctima accedió por el lado de la avenida, era una chica que avanzaba despreocupada. Él se cercioró que el otro extremo estuviera despejado. Dos o tres metros antes que la incauta llegara, el solitario asaltante cortó su paso y la amenazó con el clásico: "Esto es un asalto" Ella no pareció sorprendida. Le dio su bolsa y dijo: "Es todo lo que traigo, por favor no me hagas nada. En seguida huyó"

Él novel delincuente abrió el bolso, que solo contenía algunos cosméticos corrientes y muy usados, una credencial de elector de alguien mayor y treinta y dos pesos en efectivo. Con eso al menos podría comer algo, pero necesitaba bastante más para reanudar su viaje. -De aquí no me muevo hasta conseguir lo suficiente. -pensó.

Después de varios atracos fáciles y sin resistencia, había acumulado casi dos mil pesos, once celulares y siete relojes. Era tiempo de irse de ahí. Empezó a caminar cuando vio venir varios muchachos avanzando con gran determinación, sin pensarlo se volteó para escapar, pero del otro lado lo acorralaban otros tantos pandilleros, en medio de los cuales estaba la chica con la que debutó como maleante.

Intentó usar el basurero como plataforma para escalar la barda, pero al advertir escurrimientos de sangre seca desde el remate colmado de pedazos irregulares de vidrio como protección desistió de la fuga. La tenaza de vándalos se cerraba. Buscó entre la basura algo con qué defenderse, encontró un palo, era insuficiente, ellos eran nueve y casi habían llegado. De espaldas a la pared, sólo levantó la vista al cielo, e imploró un milagro.

Cuando estuvieron cerca, ella, que era la lideresa de la banda, dijo: "Ya regresé por mi bolsa, la necesito pa' que mañana me vuelvan a asaltar. Más te vale que haigas juntado harto baro. El güey de ayer se ganó una putisa por poquitero".
FIN

Texto agregado el 09-12-2013, y leído por 123 visitantes. (1 voto)


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