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Mañanas picarezcas en el campo

Por esas cosas de la amistad, tres parejas, de esas inseparables que compartían cuanto partido de fútbol hubiera, llenando el parrillero de chorizos, chinchulines, morcillas, pollo y pescado, concordaron realizar sus casamientos el mismo día. Llevaban años en concubinato y aún no habían traído hijos al mundo. Las mujeres se habían cuchichiado, entre otras cosas importantes, que sus compañeros necesitaban incentivos para mantener relaciones sexuales; mucho fútbol y comilonas, pero de aquello, nada.

Cuando se fueron a anotar en el Registro Civil, justo el día que pensaron sería el mejor para todos por cuestiones de licencias y ahorros, había tres lugares disponibles. Las tres se miraron con picardía. Algo se traían.

Luego del casamiento Civil, la boda religiosa la realizarían en la parroquia del pueblo, el cura mimso las había aconsejado qué hacer de acuerdo a las conversaciones en su confesionario. Incluso les pasó una receta que ellas preparían para darles a sus hombres en la noche de gracia. La fiesta sería tranquila y barata, pues para esa fecha un gran acontecimiento patriótico se realizaría en la capital y la mayoría se iría para asistir. Eran cosas que pasaban cada cien años. La noche la pasarían en el mismo hotel ya conocido y usado tantas veces… Éste tenía cuatro pisos, en planta baja, en el centro, había un hermoso jardín y las ventanas de los dormitorios daban hacia ahí.

Pero, lo que sucedería en esa noche, se sabría cuando al despertar, cada una de las amigas habiendo dopado a su marido con el brebaje que el cura les había aconsejado, abriera la ventana y cantara una oda, repitiendo la palabra "mañana" tantas veces como hubiera sucedido el hecho amoroso. Era un juego para hacerse las copetudas porque en realidad ninguna sabía sobre odas, improvisarían y sería una excusa más para continuar el gran acontecimiento.

A las siente, una abrió la ventana en camisón. Con voz de soprano, alegre pero pausado, cantó fuerte para que las otras oyeran:

“Ah, qué linda está esta mañana,
mi lacayo, duerme y duerme.
Si Dios quiere, y con suerte
es niña la concebida,
le pondré por nombre, Ana,
Ana la bendecida.”

La otra no se hizo esperar, abrió la ventana envuelta en una sábana y cantó con voz ligera:

“Ah, qué linda está la mañáana,
mi príncipe duerme y duéerme,
si mañana por la mañáana,
no sigue durmiendo así,
si Dios quiere y con mucha suerte,
también gracias a la bebida,
conciba lo que conciba, ah, ah, ah, ¡ah!,
será bienvenido, oh, oh, oh, ¡oh!,
o bienvenida.”

Pero la tercera canturreó entrecortado sin dejarse ver, lo siguiente:

“A mi hombre, el brebaje, le dio coraje,
no es lacayo, ni príncipe,
se viste cual rey, con su ropaje,
duerme, despierta,
y vuelve a dormirse.
En este momento, que "cabalga"
gracias a Dios, y el cura,
y que está a punto, de irse, ¡ojojojó!
para volver, a dormirse..., ¡no, no, no, no!
qué linda está, la mañana,
si mañana, de mañana,
es como esta, mañana, ay, ay, ay, ay,
¡que venga otra mañana!,
¡que mañana de mañana!,
con él, ¡quiero morirmeeeee!“

Cielo Vázquez

Texto agregado el 08-12-2013, y leído por 219 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
15-12-2013 jajaja!! muy divertido y ocurrente!! adelsur
11-12-2013 Original y muy gracioso.Un abrazo. jaeltete
09-12-2013 si hasta parece un cuentico de los del decameron ,o no rulosodemonserrat
09-12-2013 si hasta parece un cuentico de los del decameron ,o no rulosodemonserrat
09-12-2013 Jajajaja!! esas amigas si que se las traen, jajajaja!! Abracito. gsap
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