Es simple: comer sin ser visto, o comer con los ojos cerrados. De eso se trata. Nada más. Es tenerle miedo a un dios que no existe, que espera el micro en una parada vacía. Es la noche poblada de cuervos, es el ángel llorando en tu cama, desnudo, erecto, vulgar. Es correr por el desierto persiguiendo al sol: sí, es despertarse al alba y correr al Este, y acostarse, sí, luego del crepúsculo, luego de haber corrido hacia Occidente, hacia el Poniente. Naciente, Poniente.
Es la ginebra que ahora tomo, mientras escribo. Es el veneno que corre meloso por la garganta hace tanto muerta. Es Julieta con la Daga. Es Ofelia, más desdichada que el mismo Hamlet. Es estar ciego ante la más bella obra de arte, es ser mudo a la hora de decir te amo, es pedir perdón cuando ella ya se ha casado. Es tocar esas tetas tanto anheladas, acariciarlas como se acaricia a un gato, dulce pero firmemente, y descubrir que no eran tetas sino una caricia lo que queríamos. Es recordar la lluvia de Cartago en cada gota.
Es darme cuenta de que todo es vano, de que nada tiene sentido, y luego simplemente morir. |