Si algo aprendí con los tumbos de antaño, fue a no entregar de forma altruista mi atención y cuidado a quien no valore lo que recibe, a quien lo despilfarra a través de oportunidades vacías y promesas en el tintero, a quien no me devuelve lo dado. Porque después está la vida, la dedicación, la pasión, el día a día…. La vida se regala para compartir y la atención se presta. Cuando no he tenido esa mitad que en teoría por derecho me pertenece, y cuando no me han devuelto esa atención prestada, he cogido mis bártulos para dirigirme a otros lugares.
Estoy cansada de dejar etapas de mi vida en buzones, teniendo la sensación y la certeza de que he derrochado el tiempo, y al fin de cuentas, mi existencia. Por otro lado, puedo decir que nadie ha llegado a conocerme realmente, sino a fragmentos sueltos, descuartizados y despojados en el túnel del tiempo.
Pero te recompones, volviendo a ser un todo que fermenta, macera y envejece con el paso del tiempo. Y resultas ser un producto diferente, del cual sólo se han mostrado esencias en momentos más tempranos que el presente, tanto beneficiosas como perjudiciales para la salud ajena; una conocida de vista o de oídas a la que creen tener más que calada. Pero no es así…
Y se acabaron los buzones para mí cuando me topé con quien me devolvía la correspondencia. Yo, ahora recompuesta, fermentada, macerada y más vieja, estoy hecha para ti… No decaigas ahora, que tengo la maleta deshecha, para mandarnos miradas, gestos, palabras y hechos a través de una ventana imaginaria, la cual nos dista a milímetros. Se acabaron las cartas… Pero no dejes de prestar y compartir, para que nuestra vida, la nuestra, no muera.
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