Desperté con el ruido producido por la distorsión de ondas que generaba el golpeo a una desvencijada campana. Serían las seis y treinta de la mañana del día que cambiaría la historia del barrio. Y lo que me proponía hacer me fue transmitido por mis padres en siete veranos consecutivos. Porque ocurría de forma infalible en todas las fiestas de san Antonio: 'estando ya fuera de la casa, orientarse era una sencillez, no sólo porque era simplemente seguir los grupos que buscaban el mismo objetivo, sino por mantenerse sobre el trillo trazado por el olor a pan recién horneado. Lo del trayecto en el plano real, era elemental pues bastaba con cruzar un rústico sendero anchísimo, virar a la izquierda y en unos cuantos minutos estaríamos frente a la casa de doña Chila'.
'Lo primero que sucedería era desembocar en una fila única y definitiva. Ya que las gentes convocadas desde principios del siglo y en forma multiplicativa, convergían desde más puntos que los señalados por la rosa de los vientos. Sin embargo, el avance hacia el interior de la vivienda era lento, pero incesante y de seguro que en el primer cambio de ángulo, brotaría la imagen de una mujer de mediana estatura y con poca carne en torno a sus huesos. Se le vería solo medio cuerpo y una mano pendulante propia de una maga. Y aúnque emergía desde detrás de un mostrador, tridimensionalmente lucía absurdo lo angosto del espacio en proporción a lo que cada segundo y sin inclinarse sacaba del pasamano. Además, nuestra primera proyección visual descubriría unos ojos que serían, al mismo tiempo, sistema de contabilidad y deducción genética'.
'Y en oposición a la nuestra, su mirada saldría de entre una porción de cabellos lacios y abundantes para su edad, que dividiría diagonalmente su frente en dos partes iguales, para alojar el extremo del pelo en el espacio entre el pabellón de ese lado y su cabeza. Mientras que a sus espaldas un hueco en la pared, permitiría la observación de un techo pentagonal apoyado sobre cinco columnas que equidistaban de un antíguo horno de barro. El resto era un humilde patio con limoncillos, mangos, naranjos y unas que otras piedras ordenadas alrededor de sus troncos. También, si la acción de dar con su mano derecha, sacaba el flequillo de encima de la oreja, su izquierda con un llamativo movimiento lo repondría para no contaminar la otra'.
Luego de muchos años supe porqué sonó cómo matraca aquella vieja campana y porqué mi intento fallido de aquella lejana mañana de Julio evitó que fuera testigo de una muerte súbita. Cómo también se opuso a que escuchara el cuestionario desagradable hecho por curiosos acerca del origen de los recursos y la voluntad de aquella humilde dama.Y ahora, me resulta más fácil imaginarla afirmando que Dios provée y diciéndoles 'hoy', al principio para lograr su fin. Lo cuál para mi habría sido lo primero y lo último. Tampoco tuviera en este momento que recordar la pública y dramática promesa de su hijo adoptivo de continuar hasta que terminara su vida, con el gesto de fé y el esfuerzo generoso de su madre. Cosa que nunca hizo.
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