La ciudad parece inmovil ante mí. Frente al ventanal sólo hay un muro cubierto de graffitis. Y con comicidad advertí que cada ladrillo, cada letra de cada graffiti, que cada mancha de pintura, que absolutamente todo lo que se filtra por mis ojos trae a mi mente tu recuerdo.
Quizá no es sólo que esa mancha en el muro se asemeje a aquella que luciste luego de derramarte ese café que trágica y graciosamente compartimos. Quizá son mis ganas de ver tus ojos, esos que parecían guiarme... Quizá es que no veo la hora de cruzarte, como en nuestros primeros encuentros, y hacerme la distraída para que enseguida vinieras a mí.
El sol se asomó tímidamente entre las nubes que no cesan de cubrir el cielo. Pensar que te encontrás bajo este mismo cielo triste, en una misma tarde gris... y pensar que de seguro ni remotamente se te da por pensar en mí.
Ansiaría saber si algo lleva mi recuerdo a tu mente. Aunque fuera aquella muchacha ridícula de la cual juntos reíamo, o aquel hombre al que siempre saludábamos sin conocer e incluso nos quedabamos charlando horas como si fuera un pariente cercano (me pregunto también si él se acordará de nosotros y lo felices que eramos); te acordarás quizá del gorrión que salvamos de aquella tormenta o de aquel árbol que tuvo la desdicha de habitar en la zona donde me enseñaste a conducir tu camioneta azul.
La vida resultó injusta para ese árbol... y luego tanto más para nosotros. Y pensar que nos queríamos tanto, y pensar que todo es tan lejano...
Quisiera cerrar los ojos y que todo haya pasado. Quisiera que otra vez estuvieramos en aquel lugar que nos vio juntos por última vez cuando estúpidamente nos dimos el adiós de nuestras vidas. Quisiera que el pasado sea presente y así recomenzar a tu lado.