Aquelarre.
Por Fuenteseca
Ellas muy puntuales asistieron a la cita esa noche, cada año eran menos y ahora solo quedaban tres, todas estaban unidas por un lazo invisible que habían heredado de sus antepasadas; cada año en la misma fecha, en el mismo lugar y a la misma hora todas se reunían y departían hasta la madrugada a la espera que el hecho mágico o sobrenatural sucediera. Ninguna sabía cual seria la elegida, pero todas esperaban ansiosas que lo que contaron sus progenitoras se realizara. Las mayores ya hacia tiempo habían desaparecido y ellas las habían reemplazado siendo ahora las únicas sobrevivientes de la treceava generación de esa bruja famosa que una vez fue temida y poderosa. No tenían poderes, tampoco sabían de encantamientos, ni preparaban pócimas, ni volaban en escobas, sin embargo subsistía la promesa que él volvería a una de ellas al final de la treceava generación que se inició la noche que Jacinto, el hombre apuesto, aquel cimarrón rebelde que huyó del Palenque después de quitar el látigo a su amo y devolverle un par de azotes, se convirtió en fugitivo y ella, a la que llamaban Francisca, que aún no hablaba español por estar recién llegada del África, ella la que de él se había enamorado y lo llamaba mi negro amado, utilizó su secreto de protección para que no vieran al negro Jacinto los ojos de los amos que lo perseguían y así le evitó la tortura y que hicieran con el un escarmiento.
Francisca huyó también al día siguiente, sabia donde encontrarlo, solo que esa noche al encontrarlo observó con rabia y con dolor, que su negro amado, aquel cimarrón rebelde, aquel que el amo castigara por enamorado, también a ella la engañaba y con cuanta mujer encontraba se acostaba; por eso ella dijo su encantamiento fatal y lo desapareció, no sin pagar antes un alto precio, pues mientras el desaparecía ella envejecía hasta morir y solo hasta que naciera la treceava generación, volverían a encontrarse en el mismo lugar, el con su fortaleza y juventud intactas y ella en el cuerpo de una de sus descendientes, después de que sonaran las doce.
Las tres mujeres se miraron, todas eran descendientes directas de Francisca y a pesar que se sentían rivales entre si, se tomaron de la mano, realizaron su ronda, más conocida como el aquelarre y esperaron que Jacinto apareciera. Cuando en el silencio de la noche, un beso en sus mejillas sintieron, más por instinto de mujer que por cualquier otra cosa, todas disimularon y esperaron el resto de la noche, sin delatar la presencia de Jacinto. Cada cual, guardó para si el secreto del beso y cada una sintiéndose la elegida, se dispuso a aceptar a escondidas a Jacinto en la intimidad de su alcoba, sin sospechar que todas serian de nuevo engañadas, pues él, el negro cimarrón, el negro amado, no iba a aparecerse a una sola, después de vivir gozando enamorado durante trece generaciones, sin ser visible a los humanos.
Fuenteseca.
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