CORAZÓN VALIENTE
Diciembre 02 del 2013
“Dentro de mí, muy dentro, reposan inquietos aquellos enormes resortes que me lanzan más allá de mis miedos”
Perseo escritor
A MI HIJO AMADO JHIRO OMMAR
“Emprendes hoy tu primer vuelo en libertad, y ante ti un horizonte infinito abriendo sus brazos para recibirte…Superarte a ti mismo, exponiendo tus virtudes y tus defectos será ese primer obstáculo a vencer, para saber finalmente quien eres en realidad”….tus padres, tus amigos:
Milagros - Eliseo
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...Pasó que mis padres y yo, después de semanas de luchas, pudimos hacernos con unas tierras cercanas a la capital; hasta allí trasladamos algunos enseres y rápidamente construimos con cuatro palos de eucaliptos y algunas planchas de calamina, nuestra choza para instalarnos y proteger nuestra recién ganada propiedad. Y junto a otras familias, empezamos a organizarnos para hacer de esas tierras un pueblo al que llamaríamos más tarde, El Vallecito. Cierto domingo, estando a solas con mis padres, decidimos emprender una de esas tantas aventuras que yo siempre disfrutaba: nos propusimos estudiar la zona, los alrededores y los cerros circundantes. Lo cierto es que en una cueva lejana hallamos un esqueleto humano, que luego del susto inicial, quemamos, no sin antes que mi padre separara el cráneo, un poco creyente él de los espíritus; lo puso en una bolsa diciéndonos entre risas “para que cuide la casa y ahuyente los malos espíritus”. Tendría yo, ya unos 18 o 19 años, cuando ello.
Llegados de nuestra “espeluznante excursión” y mientras mí madre preparaba la cena, mi padre procedió a excavar un hoyo estrecho pero profundo, hecho que me hizo tranquilizar pensando en que enterraría la calavera. Sin embargo, plantó allí un palo enramado y en la parte más alta la puso cara a nuestra choza, sin más ceremonias. Mi madre nos riñó por “nuestras absurdas creencias”. A eso de las siete, de la noche, ellos volvían a Chosica para atender a mis hermanos menores, diciéndome mi padre que llegaría cerca de las 10 de la noche. No volvió.
Encendí una pequeña hoguera en el patio y contemplé la luna brillante y cercana; el cielo lucía de un color oscuro con estrellas tintineantes. Vi avanzar la luna en su camino a la inmensidad. Y por un momento quité mi vista de ella y la fijé en la calavera, allí arriba del palo, inmóvil, sonriente, con la mirada vacía y al mismo tiempo fija en cualquier punto del horizonte y la niebla. Lo miraba con sorna, pensando solo en quien podría haber sido. Una estrella fugaz se cruzó entonces rompiendo la línea invisible de nuestras miradas, iluminando el perfil derecho de la calavera. Un viento suave hacia danzar los pinos cercanos con un silbido delicado y hondo; un atareado búho dijo presente en aquella mi noche solitaria y fría, sintiéndome tan solo protegido por la promesa de mi padre: “Volveré”….Faltaban todavía hora y media para su prometido regreso y las otras cabañas estaban vacías en ese día, pues todos marchaban a la ciudad, a pasar los fines de semana y volverían pasada la medianoche o al amanecer. Se apagó el fuego y la noche dio paso a una taladrante quietud y soledad. Rendido de cansancio y de esperar, me fui a recostar en el viejo colchón que yacía en el suelo salitroso junto a un montón de cosas que aún no tenían lugar asignado.
Pensativo, intenté dormir, con los oídos atentos a los pasos de mi padre. “¡Hijooo!”...me llamaría él entonces. Luego me contaría como había quedado el partido de la U con el Cienciano; me daría una taza de cuaker caliente y un par de pancitos con huevo que mi madre habría preparado para mí; nos reiríamos de esta nueva aventura, de esta nueva conquista; éramos los machazos de la familia; haríamos una casa enorme con jardines, que mi madre regaría; él plantaría sus manzanos, ella sus rosas; yo gozaría diseñando una casa hermosa; mis hermanos vendrían el próximo domingo, jugaríamos, disfrutaríamos soñando con nuestra mansión…
Soñaba ya; me había quedado dormido, plácido, riendo, acariciando el futuro. Un ligero rumor me llegó entonces; sentí voces lejanas, ¿sería mi padre? ¿Habría venido con el naco?...Esperé, apaciguando mi respiración para reconocer aquellas voces. Nada. Empezaba a sudar frio, inmovilizado, contrayendo mis músculos, respirando con la boca abierta; el jadeo comenzaba y debía contenerlo ya…si no lo hacía, el miedo me cundiría en el cuerpo. “No, no…yo no tengo miedo”, me dije esforzado; contuve la respiración y agudicé mis oídos; los segundos pasaban veloces y las voces no se repetían. Estaba paralizado y luchaba para no estarlo y en este forcejeo conmigo mismo, poco a poco me fui encogiendo, hasta quedarme hecho un apretado ovillo; cerré mis ojos entonces intentando huir de mi mismo ¿Por cuánto tiempo? No lo sé. Desperté abruptamente, ante una carcajada diabólica…Y no era yo…
Ahora era un niño, agazapado debajo de las mantas, acorralado por el miedo, llorando, temblando aterrorizado, escuchando los vientos burlones y crueles, sabiéndome observado por esos cuencos vacíos de la calavera que danzaba frenéticamente a mi alrededor chasqueando sus blanquecinos dientes. Mi corazón palpitaba desordenadamente como mi respiración y millones de hormigas despertaron sobre mi piel. Fue entonces, solo entonces, cuando más acorralado me sentía, un gigantesco resorte venido desde mis adentros, me lanzó más allá de mí y de mis miedos; me impulsó hacía adelante, tenso, decidido, dispuesto. Tenía el rostro endurecido y los dientes apretados. Caminé con pasos macilentos, pero firmes hacía el patio y me planté frente a la calavera. Sonreía, me miraba desafiante. Nos miramos por largos segundos y le vomité todos mis miedos: “TU NO ERES NADA”. Dejó de sonreír y cayó del palo, partiéndose en dos.
La mañana llegó y mi padre con él. Me pidió perdón por haberme dejado solo y “seguro con miedo”. Vio la calavera partida y refunfuñó porque ya no podría espantar los espíritus malignos. “Yo los espanté anoche, padre”, le dije. “Ese es mi muchacho” me dijo y me estrecho entre sus brazos; “Tienes un corazón valiente”. A lo lejos venía mi madre, con aquella canasta que me abría el apetito. Suspiré y sonreí.
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