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Mireia y yo sonreímos. Sentados bajo las ventanas del edificio de química, el más apartado de la escuela, y el más viejo también. Tenía un aire de modernidad incompleta, igual que todos los edificios futuristas de los años setenta, el patio estaba lleno de arboles enraizados en patrones serpenteantes y se respiraba un olor característico que no nos molestaba, era como una mezcla de naftalina y ceniza. Pasto, tierra y humedad. “Ábrelo” me dijo, y empecé a examinar el objeto que tenía en mis manos, era un libro grueso y voluminoso, aunque no pesaba, en la portada podía verse la catedral de Notre Dame y un edificio que se parecía a los del centro histórico de México, quiero decir, se veía como se ven los edificios del centro de México cuando los miras desde arriba. También, además del edificio, había una farola y un barandal de metal que se retorcía en formas circulares y oblicuas, seguidas del rio Sena. Inmediatamente asocie esta imagen con una película que recién había visto, una donde el protagonista se encuentra de extranjero en Paris y al llegar la medianoche es dotado con la capacidad de viajar en el tiempo, entonces conoce a jean paúl Sartre y discuten acerca del divergismo ontológico, de lo que significa ser un verdadero intelectual y de la mejor manera de cocinar huevos tibios. Además de ligarse a una modista interpretada por una sublime actriz francesa llamada Marion Cotillard, el protagonista de la película tiene la suerte de conocer a Picasso, a Gertrude Stein y por si fuera poco al mismísimo Hemingway quien toda la película se la pasa borracho y acomplejado. Pensaba todo esto en cosa de segundos, mientras abría el libro y comenzaba a (h)ojearlo. Sobre las esquinas superiores de las hojas había números que marcaban los capítulos, había una tabla con una secuencia determinada de ellos, no le tome importancia y mejor me detuve en uno que hablaba sobre la escases de mariposas amarillas en verano, en realidad era un articulo extraído de una revista de nueva york, se lo leí a Mireia y le gusto, me arrebato el libro y lo hojeo de una manera parecida a la mía, impaciente y trabándose en su lectura debido a la rapidez con que lo hacia. sus dedos largos me causaron curiosidad pues la ultima articulación tenia la forma de un pico de cisne, le pregunte a que se debía eso y dijo que era porque esos eran los dedos que ocupaba para masturbarse cuando se aburría, mientras pasaba las hojas aun rígidas ambos percibimos un olor a nuevo, y nos imaginamos un almacén inmaculado desbordante de libros, entonces leyó otro capítulo, muchísimo más largo, que mencionaba nombres de jazzistas famosos, reconocí a varios pero no a la mayoría, el autor hablaba del jazz como un vehículo sideral que une a todas las razas y a sus imaginaciones, mundos y obsesiones, menciono a satchmo en 5 ocasiones, el nombre de un personaje llamado Ronald, que ponía una variedad de sonidos jazzeros y clásicos exquisitos mientras los protagonistas de la novela se emborrachaban y discutían y sentían celos unos de los otros. Mireia trato de leer algunas partes que venían escritas en francés pero no pudo pronunciarlas correctamente, cuando leía parecía que las palabras se le inflaban incontrolablemente como globos desde su boca, como esos globos largos con los que los magos y los payasos hacen figuras de animales, tiempo después cuando encontramos las traducciones descubrimos que eran una mezcla de español con francés y que solo significaban maldiciones. Le exigí entonces que no se hiciera la intelectual, termino de leer el capitulo, nos levantamos y marchamos de ese lugar. Con el botín recién adquirido, con un tesoro entre las manos.

Caminábamos por una amplia avenida en dirección a una estación de metro ubicada en una colonia donde todos parecen ser maleantes, no es raro pasar un jueves a las 5 de la tarde y percibir un olor a mariguana en el aire, o ver a cualquier hora en sus jardines a personas ebrias, adictos a la metanfetamina, putas trabajando a las 12 del dia, condones usados tirados en los recovecos de los edificios. Era jueves y al día siguiente no teníamos labores en la escuela, éramos un grupo variado, compuesto por unas 7 personas, 4 varones y tres mujeres, pensé en el club de la serpiente mientras analizaba a mis compañeros, no todos eran mis amigos. Pasamos enfrente de un teatro y de un hotel de paso, mire la espalda de Gema, descubierta por el diseño de su blusa, tenía un lunar casi mancha que me encantaba y quise hablarle pero como siempre me falto el valor y una excusa apropiada. Eran las tres de la tarde y el sol, aunque se lea estúpido, se sentía feliz. No hablo del estado de ánimo de la estrella sino de la sensación que daba su calor, las nubes parecían no existir y de seguro el viento tenía cinco corrientes como pentagrama, pero también, de seguro, estas eran invisibles. Al termino de la calle había una mochila de aspecto viejo a la cual me dirigí apresurado para darle una patada, cuando Alfredo me detuvo y me insto a investigar su contenido, nuestra sorpresa fue mayúscula cuando al levantarla sentimos su peso, y al abrir rápidamente el cierre vimos una cámara fotográfica profesional, intenté tomarla, pero Alfredo me la arrebato sutilmente, no pude ver el obvio brillo de avaricia que apareció en sus ojos, volteamos a los lados y no había más que personas que caminaban pensativas, niñas con sus uniformes de secundaria, de faldita y suéter, pero nadie había reparado en aquella bolsa más que nosotros.

Todos tuvimos nuestro turno de examinarla, alguien quito la tapa que cubría el orbicular, la tomo y caminando casi corriendo se volteo de frente al grupo y se la puso delante del ojo izquierdo, quizá nos pidió que dijeramos “wiski” o queso o tetas o algo, no lo recuerdo, e hizo como si nos tomara una foto, ojalá la hubiera tomado, hubiera sido bueno tener esa foto de nosotros a los 17, riéndonos y gritándole pendejo o tarado o cualquier otra majadería, sería bueno tener otra foto de gema.

Llegamos a la estación del metro y nos pusimos a planificar, ¿quien se quedaría con la cámara?, yo la había encontrado, pero Alfredo me detuvo de destruirla por lo que le pertenencia el 50 % y la decisión por consecuencia era de los 2, ¿la venderíamos?, ¿nos la turnaríamos para averiguar como usarla?, a mi no me importaba, en eso estábamos, cuando Gregorio, quien era 3 años mas grande que nosotros nos sugirió empeñarla y repartirnos el dinero. A todos nos pareció buena idea menos a los que no les importaba y a quienes revisaban la bolsa en busca de un nombre o una pista para devolverla, la mayor parte de nuestro genérico club de la serpiente se separó dejándonos solo a 4. Gregorio, Alfredo, Mike y yo.

Tomamos el metro y seguimos una ruta ramificada en colores hacia el centro de la ciudad, ese centro que ya mencionamos antes, con edificios que simulaban una atmosfera parisina, torres y museos bastante aburridos, también había una alameda con la estatua de Mozart, en otro sector que siempre me perturbaba, la estatua de Neptuno adornaba una fuente infinita de agua verde y enlamada, una vez me había sentado en las bancas que hay alrededor de ella, esperando a mi novia, cuando un señor de unos 45 años me miro y me mando un beso, sentí un asco inmenso y ganas de golpearlo, pero apareció en mi mente la palabra tolerancia y me aleje de allí con ganas de vomitar y con los músculos tensados. Mientras llegábamos a la estación zocalo, Gregorio empezó a contarnos la historia de su fin de semana, el era un buen narrador, lo consideraba un buen amigo aunque su pasado fuera algo misterioso, en una ocasión, mientras aprendíamos a emborracharnos en un billar lejano a su casa, nos conto, dibujando grandes diálogos sobre su cabeza como espuma de cerveza, que había estado cerca de terminar el bachillerato pero que no pudo debido a que tuvo problemas con uno de sus maestros, un profesor del que se sabían secretos oscuros, se decía que era un pervertido y que por una felación concedía dieces en las dos materias que impartía, literatura e historia. La molestia de Gregorio provino de que este tipo de propuestas indecorosas fueron hechas repetidamente hacia su novia, una chica que ahora, mientras Gregorio repetía el bachillerato, había logrado entrar a la facultad de medicina y con la que irremediablemente había cortado relaciones después de que junto con varios de amigos le propinaran una golpiza descomunal al pervertido profesor de historia, esta imagen podía imaginármela bien, una bola de muchachos con ropas noventeras, alcanzando entre el caos a un hombre incipientemente calvo de unos 50 años, con barba y lentes ahumados, podía ver a Gregorio por los aires levantando una pierna que se impactaba en la cara del profesor, rompiéndole en el acto la nariz ante la atónita mirada de los que estaban en los puestos de comida, o de los que vendían cigarros, todo esto bajo un sol desértico y voraz que hacia sudar a todos. Mucho tiempo después cuando ambos cursábamos la universidad, yo medicina y él psicología me confesó que las propuestas no fueron hacia su novia sino hacia él.

La historia que Gregorio nos conto en el metro iba más o menos así:

“ iba a ser algo fino, así que tenía que prepararme, me saque un traje a crédito, me compre una corbata y le mande un mensaje a Ella con un pedacito de poema de Jaime Sabines, llegado el viernes me dijo que podía invitar a un amigo, le pedí al Che que me acompañara, (para los que no sabían explico que el che era un antiguo compañero de su bachillerato fallido, que ahora estudiaba el primer semestre en la facultad de filosofía) el sábado estaba todo listo, continúo. Llegue a la catedral, Ella me presento a sus papás y a sus hermanas, quienes me miraron raro, me sentaron en un rincón, apartado de ellos. La iglesia estaba fresca y afuera hacía mucho calor, o quizá era la corbata. Sentí que me vibraba el pecho, era mi celular y el che me llamaba, quedamos de vernos frente al monte de piedad, cuando lo vi me cague de risa , imagínense, llevaba puestas unas botas de darketo altas como de militar, un pantalón de mezclilla que parecía que no se había quitado en 3 días, con una mancha de salsa en la pierna izquierda, bueno, el che siempre ha sido barbón y peludo y mugroso, sabía que eso permanecería como una constante, pero lo que me mato y le dio en la madre a la de por si madreada situación, fue la camisa negra con la imagen de gene Simmons disfrazado de vampiro sacando la lengua que traía puesta, lo vi y supe que no iba a regresar a la catedral… “

Un sonido nos aviso que habíamos llegado a nuestro destino, el mismo sonido se repetía en todas las estaciones, asi que descendimos y Gregorio seguía hablando pero entre el bullicio de la gente no pude escucharlo, entonces no supe como habría de terminar su historia.

Nos dirijimos a una casa de empeño que se promocionaba por televisión, afuera había varios hombres de pie, parecía que no querían que alguien se diera cuenta que estaban allí, pero a la vez llamaban nuestra atención preguntando a volúmenes de hormiga si íbamos a vender o a comprar, Mike saco la cámara y pregunto, ¿cuanto por esta?, el hombre la tomo y la examino, por un momento a todos se nos ocurrió que iba a echarse a correr con ella, pero no lo hizo y dijo una cifra que nos pareció ridícula, dijimos gracias y entramos a la sucursal de la casa de empeño. Allí nos pidieron la factura de la cámara, dijimos gracias y salimos de la sucursal de la casa de empeño.

Reagrupándonos para planificar, decidimos volver a intentarlo, debía haber otros lugares, tal vez las tiendas especializadas en cámaras, tal vez podríamos regresar con el tipo de habla de hormiga y repartirnos lo que nos ofrecía, decidimos hacer lo primero.

Alfredo vivía en los suburbios, cerca del reclusorio norte, su casa estaba ubicada en lo alto de un cerro, era parecida a las otras casas del mismo cerro, de tabique y tonos tristes, todas tenían un aspecto de no terminadas, no cuadradas, improvisadas, como favelas brasileñas pero todas color cemento. Se levantaba muy temprano, todos los días a las 4 de la mañana, tomaba un baño de agua fría y no desayunaba. Sus padres eran viejos, debían de andar por los 70 años, Alfredo era el sexto de 7 hermanos, el más chico porque el séptimo había muerto atropellado por un camión repartidor de refresco que se quedo sin frenos en la cuesta del cerro, durante los fines de semana trabajaba en una carnicería, no lo disfrutaba, odiaba el olor de la carne, odiaba la sangre coagulada que debía trapear al finalizar cada jornada, odiaba las cabezas de cerdo muertas en el mostrador adornadas con ramos de perejil, durante la semana soñaba despierto mientras iba en el transporte público, era mal estudiante, siempre bromeando. Lo conocí por Arturo, un día venían los 2 riendo y Alfredo me dio la impresión de ser un niño, lo atribuí a que tenía una extraña forma de reír, enseñando las encías como si tuviera gingivitis y meneando la cabeza de adelante hacia atrás, no sabía jugar futbol y realmente no recuerdo nuestra primera plática.

Alfredo recibió el dinero, no nos dijo la cantidad, el sol ya estaba cayendo y el horizonte era anaranjado. Dijo que fueramos a un billar a planear que hacer con la cámara trasmutada en billetes. Jugamos durante 1 hora, nada en especial, solo al final, a la hora de pagar, Alfredo, en vez de gastar el dinero que acabábamos de recibir nos pidió cooperación, a cada uno 50 pesos, una hora de billar y una cubeta de cervezas. Salimos del local y Alfredo se despidió, ¿ya se iba? Y ¿nuestra parte de la cámara?, entonces Gregorio lo tomo por el hombro y le dijo que no se hiciera pendejo, Alfredo dijo que no nos daría nada, yo lo mire desconcertado.

Una chica me guiño el ojo, Sagrario llevaba un fresco vestido negro, sandalias negras, un collar de perlas de fantasía. Pese a su distinguida delgadez, tenía un aspecto casi tan saludable como un anuncio de cereales para el desayuno, una pulcritud de jabón al limón, una pueblerina intensificación del rosa en las mejillas. Tenía la boca grande, la nariz respingosa. Un rostro que ya había dejado atrás la infancia, pero que aún no era de mujer. Caminaba al mismo paso de las demás muchachas, mujeres, señoras que formaban una fila circular, a los lados de la fila podias detenerte y mirarlas, escoger una, un hombre dio un paso al frente y tomo a una de la mano, le dijo algo al oído y se la llevo de ahí, entraron por una puerta de metal oxidada hacia otra dimensión.

Gregorio había conseguido un trato, Alfredo no nos daría dinero, pero nos iba a comprar la compañía de una chica a cada quien, de alguna manera llegamos a la zona roja de la ciudad antes que anocheciera y conocimos un sitio llamado la pasarela, donde las putas más viejas y más jóvenes desfilaban al compas de la salsa.

Sonó mi celular, la pantalla azul resplandecía con el nombre de mi novia, pero no conteste, me la imagine desfilando y tomada de la mano de una sombra, quise creer que era yo, sagrario se acerco a mí con su vestido negro, me guiño el ojo y la tome de la mano.

Texto agregado el 04-12-2013, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-12-2013 Tu estilo es una catarata inagotable de buena literatura, muy agradable de leer. ZEPOL
 
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