Lo que le faltó aquella vez.                                                                                                                       
 
 
De lo que le faltaba o sobraba en la cabeza a este pobre hombre, tendríamos motivos para discutir mucho todavía en nuestro querido barrio. Que sufría de  un inconveniente serio era verdad, y que en su momento, dadas las circunstancias  tuvimos que organizarle la vida nosotros mismos, sus vecinos más próximos, también. Entonces ya aclaro que el problema central era su frágil y escueta memoria. Olvidaba eventos   importantes como si fueran   apenas detalles mínimos y desechables, cosa tan  inocultable y evidente  que su paso por acá lo recordamos  hasta el día de hoy. Este hombre  no  podía retener  en su cerebro nada firme y claro por mucho tiempo que digamos. “Es neurológico”, dijo uno de nosotros. “¡Pero no!, es psicológico” dijo otro.“ Tiene el mal de Hanseinmer, que es lo más común” “¡Pero no,! es amnesia recurrente selectiva” “¿Así, no me digas, para mí, este padece de pérdida de memoria aleatoria”, infirieron los más  conocedores del caso.”  “Y para mí fue  un mentecato hecho y derecho desde que nació” intervine  sin pelos en la lengua como buen  vecino de enfrente que era y para darle fin a esa inconducente y superflua  discusión entre nosotros mismos de una vez por todas...  El asunto es que este muchacho debió cargar con esa cruz solito hasta que arribó al barrio tal cual ya lo dije. Y por esta dificultad  se quedó solterón, digamos sin nadie que lo acompañara con esto suyo de muy  buena gana. Pero piadosa mentira sería decir  que no se casó por falta de oportunidades, porque no fue tan así. Portando su buena facha tuvo  mujeres que se le acercaron, pero como novias sufridas y aguantadoras les duró lo de un suspiro. Muchos de sus idilios se morían apenas nacían, precisamente, cuando se le trababa  la retentiva y no identificaba a la chica en la segunda cita nomás. Y si alguna vez la acertaba con alguna, no era raro  que después de  despedirse con este clásico:  - “El martes, en esta misma esquina y a la misma hora” no  se le escapara la desafortunada frase hecha de ; “- Pero si  te he veo por ahí no te reconozco”, fatal  para cualquier enamorada  con alguna   pretensión  de llegar  un poco más allá de aquel  fortuito encuentro inaugural… 
Y así estaban las cosas para este muchacho; cuando no se confundía,  se equivocaba o se plantaba en la anarquía total. Creemos que dentro de su casa podía manejarse bastante  mejor por ver tanto de lo mismo y siempre en el mismo lugar, pero el asunto pasaba  a ser  público cuando salía a la calle. Ahí debíamos estar muy atentos porque si doblaba la primera esquina ya emprendía un viaje hacia lo desconocido... Como nuestro sentido de orientación  incluye la identificación del mundo circundante, el hecho de no recordar las cosas que en el camino se le presentaban, lo hacía un tipo directamente no retornable. Ningún indicio físico, como podrían ser  el tipo de baldosas de las veredas, los árboles en sus distintas especies, la particularidad de algunos  frentes domiciliarios o los llamativos carteles publicitarios que ya había  visto al pasar, le servían de referencia como para regresar a su casa acertadamente. Por eso, cuando lo perdíamos de vista, irremediablemente llamábamos  policía, aunque después se le resistiera como un delincuente sorprendido  con una brújula ajena en  las manos… Sinceramente no nos quedaba otro recurso, porque si no era por la fuerza, se nos quedaba dando vueltas y vueltas a la manzana como un satélite barrial ya en desuso práctico. No distinguía su propia casa ni rozándola con el codo, seguía de largo como si fuera cualquiera. Siempre, siempre, hasta que un  avispado de nosotros lo devolvíamos a su umbral natal, y cuidado con proferirle una sola palabra de reproche porque encima se nos enojaba. Y todavía teníamos que  esperar un rato afuera, modo de asegurarnos de que adentro cayera en la cuenta de todo  y no saliera de nuevo al desconcierto total  de lo irreconocido...    
O sea que nos preocupábamos bastante por él. Demasiado porque en el fondo lo queríamos bien. Mejor dicho, bien en el fondo de su casa lo queríamos tener. Por esto, tiempo después, ya cansados de tanta tarea protectora procuramos que saliera lo menos posible. Le  acercábamos todo  lo que necesitaba para su subsistencia inmediata Ocupación que por pesada y tediosa nos obligó a ser más imaginativos en la siguiente alternativa a tomar: Le buscamos una manera práctica de que se autoabasteciera sin perderse en ese loco intento. Su objetivo debía ser uno solo; el hipermercado. Se encontraba a unas ocho cuadras por nuestra misma calle que corría  claramente de Este a Oeste, entonces derechito hasta ahí. El guardia de la  portería ya estaba al tanto y bien pago, así que su tarea adicional era atajarlo a tiempo y mandarlo para adentro. Como guía elemental para iniciar su viaje con rumbo cierto esas mañanas era partir sintiendo el sol calentándole la frente, y volver a la tardecita con un  sol suave sobre la nuca. (Esto lo llevaba escrito claro, cosa que no invirtiera los términos y alterara el resultado) Y si bien este lugar quedaba un poco lejos,  el tiempo le sobraba y allí encontraría  todo lo  que le habíamos apuntado en una libreta que abarcaba unos quince días de su vida por vivir. Digamos que todo bajo control mientras  respetara a raja tabla esta única obligación condicionante: Los días nublados prohibido moverse de su hábitat natural. Quietito ahí si un benévolo febo no estaba para llevarlo de las narices directamente y sin derivaciones  posibles...  
Y bueno, mientras que estas condiciones  se cumplieron todo funcionó bien, hasta que algo imprevisto ocurrió, tal vez un error de cálculo de él o nuestro hizo que ahora  estemos lamentando  su ausencia definitiva del barrio. Su casa quedó  donde siempre lo esperaba sin moverse de allí. Así que cerramos la puerta que había dejado abierta y quedó como sola y abandonada. A veces recordándonos cómo lo vimos salir aquel día, tan alocadamente, sin ninguna causa justificable que pudiéramos adivinar a tiempo. Repasando digo que ese día no estaba para aventurarse así, el pronóstico lo daba como inestable, y ya desde la mañana temprano el cielo estaba nublado, pero de pronto emprendió esa  sorpresiva carrera hacia la dirección opuesta tomándonos por desprevenidos. Enseguida llamamos a la policía, pero la  anulamos porque al ratito nomás lo divisamos  regresando por sus propios medios. Pero a  pasos dificultosos, como trabados, medio agachado y bien pegado a la pared cuando ya lloviznaba finito, probando llave casa por casa buscando inútilmente la que nunca encontraría... Más cuando creíamos tenerlo a nuestra merced, repentinamente dobló la esquina y comenzó a correr apenas escuchó la lejana sirena de una  policía que ya andaría ocupada en otra cosa. Era lento de entendedora  pero muy veloz con las piernas cuando se trataba de escapar, y demasiado lejos habrá llegado  porque desde aquel episodio nunca más lo volvimos a ver… Lo único que nos dejó  en el camino como recuerdo, o quizás como justificación  de aquella espontánea y definitiva  salida bajo condiciones muy adversas, fue un patético rollo de papel higiénico que al fin había conseguido ahí cerca. Completito pero ya todo apelmazado, completamente  inútil  para cualquiera de nosotros en una emergente necesidad como la que tuvo aquel día este entrañable personaje nuestro…  
  |