LA NINFA MORTAL

Pasaba por el frente de mi casa para ir a su trabajo. No la conocía, tampoco sabía su nombre, mucho menos donde vivía. Era hermosa ¡Endiabladamente hermosa! Una musa inspiradora de los dioses para realizar la proeza cotidiana de libar el amor. No existían palabras para describir su belleza. Cada mañana se desplazaba por la acera de mi casa igual que un cisne sobre rías sobrenaturales, un soplo de vida sincronizado a las alas encendidas del día. Música estereotipada con sonido estereofónico era su voz, cuando entreabría sus labios rojo-púrpura. Pasando lentamente al vértigo hasta perder la razón, introduciéndome en el éxtasis edeniano que embriaga la carne haciéndola explosiva. Levantaba su mano fina para saludarme, dejaba oír su voz de arpegio, sonata en la eternidad, en noche sonámbula de esa que guarda el otoño para pasear el amor en su mejor tiempo.

- ¡Hola! –Decía- ¿Cómo estás?

- Muy bien, ¡Gracias! –Contestaba- ¿y usted?

- Bien ¡Gracia!

Eso era todo. Llegué a habituarme a esperar impaciente la llegada de un nuevo día para contemplarla, disfrutar del deleite, la arrogancia sutil que desgranaba al viento su frágil cuerpo de diosa. Me convertí en su principal admirador secreto, la llegué amar en silencio, a desearla apasionadamente con un amor que hacía desfallecer cada instante de mi vida, agitando mi alma hasta amoratarla.

Ayer hizo tres meses que no pasa por el frente de mi casa. Herido de muerte espero cada día su llegada impaciente, me desangro la vida en esta espera que se hace interminable

Hoy supe de boca de un vecino que, como yo, llegó a sentir por ella los mismos sentimientos. Me contó que había fallecido en un hospital del estado, de una enfermedad infecto-contagiosa llamada SÍNDROME DE INMUNODEFICIENCIA ADQUIRIDA (SIDA).


JOSE NICANOR DE LA ROSA.