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Desde hace unos cuantos días, ha surgido un desencuentro entre Miss Marple y yo. Y todo por un sombrero. El asunto es que recibí de regalo uno de esos parecidos a los que utilizaban los gánsteres de los años cuarenta, negro y de ala discreta, elegante para mi gusto y para la maravillosa mujer que me lo regaló. Esto, ante mis requerimientos de que la ventisca es atrevida en esta época del año y poco consecuente con los pelos de gato del que les habla, transformando su peinado en algo parecido a la desordenada cabellera de Einstein.

El tema es que prefiero el vestuario informal a los ternos cruzados que vienen a la pinta con ese sombrerote cinematográfico. Y por lo mismo, ahora camino erguido por las calles, muy de polera, o remera, como les dicen por otros lados, y pantalón casual, simple y sin raya. Esto ha provocado las carcajadas de mi señora madre, olvidando que su marido y padre mío, no se despegó nunca de uno de estos sombreros que menciono, con la diferencia de que sí se lo encasquetaba utilizando atuendos más decentes, según palabras de Miss Marple, con camisa blanca y corbata, de las que tampoco se desprendió nunca y un vestoncito raído, pero vestón al fin que dignificaba su estilo.

De las carcajadas pasó al paroxismo y de allí a la crítica más descarnada. No soporta verme con el sombrerito aquel, que según ella, hace verme ridículo. Casualmente, tengo en mis manos una imagen de Albert Einstein, del cual envidio su genialidad, su inventiva, pero para nada su exótico peinado. Por lo tanto, ente las críticas de mi madre y el bienvenido sombrero, prefiero este último, que también me protege del sol, tan encarnizado en la época estival.

El asunto es que esta situación tiende a encaminarse por terrenos pedregosos, ya que se niega a que la acompañe, aduciendo que prefiere no salir de compras si voy a su lado con ese “mamarracho”. No soy amigo del gel, así que entre hacer los trámites necesarios que requieren de su presencia y quedarme varado al trasluz de su descontento, prefiero resignarme a la resolana y rogando a los cielos que los vientos sean menos intrusivos.

Ya sé que las madres son implacables y someterse a sus mandatos es asunto de sobrevivencia. Por lo que, estimo que esta vez estoy a punto de flaquear ante su sarcasmo y esas frases hechas que todo anciano pronuncia como si fuesen un mandamiento.

Vivir al lado de Miss Marple, no es cosa fácil. No se lo crean ustedes…






































Texto agregado el 02-12-2013, y leído por 86 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-12-2013 Me encanta Miss Marple Carmen-Valdes
 
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