Escucho música de Piazzola o en su defecto clásica, a veces el estado es melancólico, la mayor parte, muy sensible. Cualquier situación desencadena algo en mí para relatar: la injusticia, fabulando alguna carta al lector; el desencanto, en amoríos frustrados; la tristeza, como largos padeceres melancólicos; el abandono, convirtiéndolo en reencuentros; la furia, esbozando frases irónicas; el fracaso, tallando más ideales; la soledad, en advenimiento; el amor, hilvanando los senderos de las vidas. No creo que haya sólo técnicas, sino deseos que pujan por ser leídos, esas incontrolables fuerzas que afloran por todos nuestros poros, aún estando inconscientes, y que nos piden ser excomulgados para plasmarse en el papel. Algunas detienen nuestros pasos en meditadas observaciones, confundiendo al relato con la vida, tejiendo el curso de las letras en involuntarias reflexiones, saciando el sabor de nuestras bocas, desafiando la gravedad del cosmos para renacer en otras más. También puedo ser, un árbol encadenado a lo efímero del firmamento, el viento despeinando las fronteras, un rojo arrebatado en las memorias, las luces de tu piel latiendo ante mi rostro o el lecho de algún río ramificado en las entrañas; tiempo, encrucijada, mar, la emboscada del otoño, una luna de papel tiznando tu semblante, la magia de la espera, algún sendero taciturno reinando el absoluto, como una misma frase que mi piel esboza.
Ana Cecilia.
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