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Marco Aurelio cruzó el zaguán de la casona como de espantos de Juan Antífono Heraldo Valdetierra, más conocido como “El Chayote de Jerez”. Luego siguió con docilidad a una señora entelerida bajo el rebozo de colores chillones, mientras calaba las dimensiones de un auténtico jardín como el que viera alguna vez en Cuernavaca, incluidos los monos titíes que se perseguían entre las ramas de unos olmos, o la cantidad desquiciante de pájaros que no lo hubieran sorprendido si de repente conformaran el Rostro-Olmeca-Enjambre que encaró Neo al llegar a La Fuente en “Matrix Revoluciones”.

Con todo, lo más obsesionante para el periodista era esa mansión enorme y al parecer abandonada a la que no le quitó el ojo mientras marchaba tras la señora crispada por la tos, esperando que brotara algún alarido de Llorona o cuando menos se percibiera el arrastre emblemático de las cadenotas con todo y grilletes de algún ánima en pena.

Pero nada de eso ocurrió, de tal suerte que Marco Aurelio debió conformarse con la presencia de un perro exhausto y flaco embarrado en un tapete a la entrada; ejemplar que apenas y levantó la cabeza apática para olisquear sin ganas al recién llegado, hasta que la mujer lo contuvo con su pie metido a la mala en una babucha deshilachada, exclamando con todo y tos: “¡Quieto! ¡cof, cof! ¡Quietecito Chegüi Vaca! ¡cof, cof!”

De tal guisa, poco después el reportero se instaló en la sala con olor a mandarinas y se puso a escrutar unas réplicas de las obras de Uomo Castratto y Jeremías el Oblicuo, hasta que reparó en la mujer, quien le soltó sin deshacerse el embozo:
“¿Quere agua o quere tantita leche pa su chilindrina?”
“¿Cuál chilindrina?”
“¿Pos cuál ha de ser? ¡La de la tragadera!”
“¡Ah, ya doy! No me traiga el pan, nomás la leche, si no es mucha molestia”.
“Ta güeno”.

Bastaron unos minutos para que la criada retornara con un absurdo jarro de cuatro orejas, como minúscula olla frijolera new age. Y lo peor no fue eso, sino la irrupción del Chayote de Jerez, quien despidió a la anciana con una orden que obligó a Marco Aurelio a contener un ataque de risa: “¡Qué bueno que ya trajiste la leche! A mí tráeme un cafecito, Lady Chanel”.

El hombre se percató de la reacción de Marco Aurelio y le tendió la mano mientras tomaba asiento, aclarando: “Así le puse, ¿sabe? Creo que ‘Lady Chanel’ suena mejor que ‘Agripina Pancracia’ ¿No cree?”

Pero el Chayote de Jerez no esperó ninguna respuesta, de manera que se acomodó en el sofá, cruzó los brazos y sonrió sereno.

Marco Aurelio le dio un sorbo rápido a la leche con todo y natas, depositó con cuidado el jarro en la mesa de centro ornada con un rinoceronte sentado en las grupas y aspirando un carrujo que le hacía entornar los ojos, y sacó su grabadora de bolsillo junto a la libreta con pluma que siempre lo acompañaban.

El Chayote de Jerez parecía uno de los viejitos desdentados que tomaban el sol en los pueblos que Marco Aurelio visitaba con fervor. La diferencia en el Chayote era el gesto de ironía y la presencia irrefutable de las hileras íntegras de unos dientes que debían ser parte de un artefacto postizo, pues no podía ser que a sus ochenta años el viejo aquel ostentara esa sonrisa que envidiaría Jim Carrey en su encarnación de “La Máscara”.

“Al grano, compadre”, pensó Marco Aurelio en tanto carraspeaba para iniciar la entrevista con aquel tipo que a pesar de su edad seguía escandalizando por su ejecución de Performances rayanos en el insulto intelectual.

Lady Chanel llegó entonces con el café que había servido en una tacita de porcelana china donde Marco Aurelio descubrió minutos después la figura de un niño mongol orinando quitado de la pena sobre un arrozal. Luego la señora se retiró ante un aleteo de la mano del Chayote de Jerez, quien respondía así a la pregunta de “¿Ora no quere su marranito de ajonjolí?”

Así entonces, Marco Aurelio comenzó la sesión directo a la yugular:
“¿No considera una broma el presentar un espectáculo nombrado ‘Anciano con frío’ en el cual usted se la pasa media hora temblando en el escenario sin pronunciar una sola palabra?”

“No es ningún chiste. Se trata de un Arte Literal en el que se ponen a prueba las elaboraciones conceptuales del público, quien al entrar al escenario da por hecho que hallará una representación sofisticada, cuando lo único que se les ha ofrecido es la secuencia de un ‘anciano con frío’, como dice el título…”


Pasaron los minutos y con cada pregunta respondida Marco Aurelio comprendió por qué sobrevivía a los vendavales ese individuo que degustaba su café como un Clark Gable chafa, obteniendo siempre becas que en vista de la casa en que vivía le eran innecesarias.

Justo cuando Marco Aurelio tocó ese punto, el Chayote de Jerez repeló sin perder su porte: “Mira hermanito, a mi edad las musas sólo me visitan cuando les da su chingada gana, de manera que me las tengo que arreglar como puedo. Entonces ¿no crees justo que pida un pago por mi esfuerzo?”

Marco Aurelio reviró para aludir a la cantidad extraordinaria de patrocinadores de un espectáculo que siempre sorprendía a los incautos en cuatro continentes, haciéndolos tronar improperios al abandonar una sala donde había tales secuencias, que el teatro del absurdo de Beckett parecería una saga de Star Wars con todo y combates láser.

Al escuchar los argumentos del periodista, el Chayote de Jerez sonrió aún más mientras sus ojillos parecían cubrirse con una capa de hielo. Estrujo la boca y repeló que él no encontraba ningún motivo de queja en que el arte tuviera tantos seguidores entusiastas.

Ya con las cartas sobre la mesa, Marco Aurelio entendió que estaba ante un auténtico coyote finisecular que no mostraría ninguna fisura por más que lo picoteara como hace el banderillero con un miura indoblegable, de modo que dejó por la paz sus cuestionamientos respecto al performance reciente “Masturbando al hada”, donde el Chayote de Jerez manoseaba a una muchacha con atuendo de “Campanita”.

“Así pues ¿cuánto tiempo deberemos esperar para el lanzamiento de su siguiente performance? Tengo entendido que incluso participará una tribu del Amazonas…”


Al salir de aquella estancia donde comenzó a odiar las mandarinas, Marco Aurelio mantuvo siempre una sonrisa explícita acompañada de una mirada de franco desprecio. Pero no se contuvo al trasponer la puerta, y le soltó una patada furtiva al perro que entonces sí soltó tal aullido, que obligó al viejo a voltear como demonio salpicado con agua bendita.

Al ver al Chayote de Jerez inclinado ante el animal que se quejaba cual si lo hubieran castrado con la navaja de un sacapuntas, Marco Aurelio no se contuvo y comentó quitado de la pena: “Mi propuesta para el performance ‘Pateando al perro’ ¿No le interesa?”

El Chayote de Jerez lanzó chispas por las pupilas dilatadas, pero sonrió para decir que sonaba interesante, mientras Lady Chanel se cubría la boca aún cubierta por el rebozo para contener una risa dolorosa mezclada con “esta canija tosedera que no me deja ni tantito”.

Texto agregado el 02-12-2013, y leído por 466 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
04-12-2013 Excelente narrativa y creatividad, me gustó leerte. Un abrazo. gsap
03-12-2013 Tiene muchos detalles de ingenio, particularmente me gusta la fuerza de la frase que dice "... e tendió que estaba ante un auténtico... Coincido la historia es muy buena. un abrazo. umbrio
02-12-2013 Muy buena historia. Me gustó. elpinero
 
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