Eran las tres de la mañana en el pequeño pueblo de Constitución; el viento soplaba en dirección norte logrando penetrar hasta mis entrañas, las nubes comenzaban a quejarse y a rugir, con estruendos tan potentes que sentía que gritaban tu nombre; pasaron los minutos y empezó a llover.
Debo crear la atmósfera de un momento que creo no volveré a vivir nunca más.
Tomé mi bicicleta y comencé a pedalear sin pensar en lo que pudiera suceder, sólo fue un impulso, así soy siempre, y sí, eso creo que fue. Contra la lluvia y contra el viento comencé a pedalear, mientras más rápido iba más lloraba desconsoladamente, pero la lluvia lograba disimular en parte mis lágrimas, aunque... ¡¡¡Qué demonios importaba!!! yo te había perdido y nada podía consolarme, ni el triste paisaje abstracto ni la soledad de invierno de aquel lugar.
Y aquí estoy, en este mágico y triste lugar donde nos conocimos, me hace reflexionar entre lágrimas y me estremecen vagos recuerdos que nos hicieron felices a ratos, pero ahora me atacan al corazón, de forma tan terrible que le cambia el ritmo a su latir, y me transformo en lo que nunca quise ser.
Son las seis en punto, tengo los ojos hinchados y rojos, de eso estoy casi seguro, aunque no me he visto al espejo, a menudo así quedo después de llorar tanto, y más aún si es por ti.
Está saliendo el sol y un rayito de luz pega en mis ojos, como si el sol mismo me insinuara algo; un sol que ayer mismo no existía y en pleno invierno me da en la cara con su tibio calor, es raro, ha de ser un indicio que me ayude a seguir pedaleando para volver a mi hogar sin lanzarme al precipicio más cercano.
Pero no, no haré eso por ti, tengo al sol de mi lado que puede derribar cualquier estrepitosa tormenta. |