Estaba tratando de decidir si comía una tostada o un bizcocho de chocolate y nueces con el desayuno cuando note un montón de ideas en el piso de mi mente.
Ya lo he dicho, eso es producto del desorden de Elfo, por supuesto. Jamás desparramo ideas por el piso, me es más fácil mantenerlas en orden y archivadas.
Cuando me acerqué al revoltijo (una forma de decir, por supuesto, ¡ya estoy bastante cerca de mi mente!), pude ver su pequeña cabeza emerger del montículo.
–¿Qué estás haciendo? –le pregunté confundido como siempre que me enfrento a las actividades de Elfo.
–¡Había una vez...! –dijo enconadamente.
–¿¡Qué!? –Sé que no es una pregunta original pero es lo único que se me ocurrió en el momento.
–¿De donde vienen esas palabras?: ¡Había una vez...! –¿Nunca pasa que «¿Había hoy?» o «¿Había ayer?»... ¿Por qué no? –¿Sabes por qué? ¿Eh? ¿Lo sabes? –soltó todas estas oraciones juntas como si fueran una sola.
Evidentemente Elfo estaba en uno de esos berrinches contra... ¡nada!
Traté de ignorar sus intentos de discusión pero, como siempre, no pude. Se me acercó y colocando su nariz mental contra la mía volvió a la carga:
–¿Lo sabes?
–¡No!, no lo sé, –dije, tratando de ver por encima de su hombro si había alguna buena idea acerca de elegir una tostada o un bizcocho de chocolate, aun sabiendo que no habría forma de disuadir al pequeño granuja de continuar una vez comenzada una escaramuza.
–¿Y bien? –dijo con las manos en jarra, –¿qué piensas de esto? ¿Donde crees que se originó la frase?
Tratando mantener un perfil bajo volví a contestar:
–¡No lo sé!
–¡No lo sé! –¡No lo sé! –Me imitó como tiene por costumbre. –¡¿No puedes mostrar un poco menos de idiotez y darme una respuesta lógica?! ¿¡Para qué tienes todo eso que llamas cerebro!? ¿¡eh!? ¿¡eh!?
Tuve que renunciar a olvidar el diálogo.
–Mira, –le dije, –esas palabras se usan en cuentos de hadas y en canciones de guarderías infantiles como, por ejemplo, las del Mamá Gansa.
–¡Bah!, Mamá Gansa es una gansa, –protestó.
–¡Claro que lo es!, –dije con énfasis.
–¡Y también sus cuentos y canciones! –agregó intensamente.
–¡Bueno, bueno!, –le acepté un poco condescendiente, –olvidemos todo esto. ¿Sí?
–¡¿Olvidar?! ¡¿Olvidar?!, ¡¿sabes que las personas como tú que olvidan todo son las culpables de los mayores males en el mundo?!
¡¿Mayores males en el mundo?!
–¡¿De que hablas?! ¡¡Himmeldonnerwetter!! –Cuando comienzo a enojarme asoma alguna de esas palabras alemanas que no terminan nunca, es como si la ira destapara la necesidad de dar vida a algo fuerte. –¿¡Mayores males!?, ¡estamos hablando de Mamá Gansa aquí, no de males mayores!
–Tú hablabas de Mamá Gansa, no yo. Yo estoy preocupado por todo lo que «había una vez» y no «hay ahora».
–¡¿Qué?! -Dije en el colmo del enojo.
–¡Donde está mi martillo mental! –agregué rabiosamente.
Elfo puso su mejor rostro desdeñoso y dándose vuelta se perdió en el archivo. Yo sé que huía con terror del martillo mental, él no sabía qué cosa era eso (yo tampoco) pero en mi enojo, sonaba suficientemente impresionante como para hacerlo desaparecer. De todos modos se las arregló para alejarse dejando la sensación de que me había derrotado y que yo era un energúmeno que sólo sabía ganar una discusión recurriendo a la violencia. ¡Himmeldonnerwetter, otra vez y mil veces más! |