Examen oral de historia. No hay nada más parecido a un duelo. Los exámenes orales representan la lucha milenaria del mal contra el bien, la profesora contra uno mismo, sentados en dos sillas enfrentadas. Generalmente la profesora está, además, ubicada detrás de Su escritorio. ELLA tiene un escritorio, y el alumno no tiene nada de nada. Desde el vamos estamos en inferioridad de condiciones. Bueno. Llega la profesora y todos cerramos los libros. Empiezan los codazos. “Boludo, parate que llegó la gorda” es el mínimo gesto de solidaridad entre los alumnos, para evitar que la profesora, encima, tome presos políticos. En general, los estudiantes se dan cuenta y se callan. Pero siempre hay algún distraído que grita “No me pegués, boludo, que no estudié nada y la gorda forra me va a hacer mierda.” Hay algunas risas, pero reinan las caras de pánico. El emisor de las palabras dirige su vista al frente y empalidece. Traga saliva. Obviamente, es el primero que llaman. Obviamente, reprueba. Por más que intenten ser absolutamente imparciales, los profesores siempre tienen enconos y favoritismos escondidos. ¿Por qué nadie nos cree cuando decimos, con toda la sinceridad e impotencia, que “reprobé porque la profesora me odia”? Muchas veces es verdad. Yo, como siempre, hablo con mis amigos. No es una cuestión de irrespetuosidad. Es nuestra forma de cortar el hielo que nos impone el examen. ¿No nos dejan hablar? Nos pasamos papelitos. ¿Nos sacan los papelitos? Entonces haremos señas. O entraremos en un colapso nervioso, qué más da. De cualquier forma, mientras estoy distraída, resuena mi apellido en el aula. Mis amigos me codean, y me levanto. ¿Por qué nos tienen que llamar por el apellido? Suena tan... impersonal. Van a terminar llamándonos por números. Y se lo digo a la profesora. Mis compañeros se ríen. Escucho algunos “Sos una boluda, ahora te tiene fichada.”
Me siento frente a la profesora, y evito el contacto visual. No sé como sentarme y cuando intento cruzar las piernas, empujo el escritorio para su lado. La gorda baja los anteojos y me mira. Yo vuelvo a mi posición previa. Estoy incómoda. Pero qué le voy a hacer.
Mientras ella ojea esas malditas hojas, yo hago un rápido repaso mental “Bueno, oligarquía lo sé. Presidencias radicales.... UY! Me olvidé. Pero yo lo sabía. Ah, si. Yrigoyen, Alvear, Yrigoyen, Golpe. Lo de YPF y todo eso. ¡Qué quilombo que se armó con lo de YPF ayer, si no pagan va a haber quilombo! 1er Peronismo no lo estudié, pero el Estado Autoritario lo sé. Y los planes quinquenales del peronismo tampoco lo sé, tenía sueño. Sobre la caída del 3er peronismo, le puedo sanatear sobre la marioneta de María Estela Martínez de Perón” La profesora carraspea, yo transpiro “Bueno, García del Corro” me dice “Hableme sobre el 1er peronismo” “PUTA madre que la remil parió” pienso yo. Se me llenan los ojos de lágrimas. Hago un intento desesperado “Perón es impulsado por el GOU. Farrell... Farrell gobernó desde 1944 hasta el 46, cuando asume Perón. Que vuelve de la Isla Martín García por reclamo popular, porque lo habían exiliado. ¿O eso fue después?” Como es obvio, la profesora se da cuenta de que son manotazos de ahogado y pregunta “García del Corro, ¿estudió o no?” “El 1er peronismo no lo estudié, profesora” digo yo, casi en un susurro. Entonces ella se pone a anotar en su libreta. Eso me irrita. ¿Cómo van a hacer esa crueldad de escribir delante tuyo cada vez que hacés algo mal? Yo obviamente, cabeceo para intentar ver, pero no ponen ni un solo número. Escriben cosas totalmente inentendibles, en una suerte de jeroglíficos destinados a engañar al alumno, y encima hay que leerlo al revés. “Entonces cuénteme sobre las presidencias radicales” Ahí me hincho de orgullo y me explayo lo más posible. Hablo sobre el régimen oligárquico, cómo fue destituido, todo. El 50 % del examen lo tengo bien por ahora. “¿Y los planes quinquenales?” No, no y no. Me niego a responder semejante pregunta, que tiene claramente una intención de buscar cizaña. Mi tímido “No lo sé” casi ni se escucha. La profesora suspira y me dice “Vaya, García del Corro, vaya” Me levanto y me voy. ¿Por qué suspiró? Si me tiene lástima, por ahí me pone un 5. ¡Qué cagada,che!.
Examen escrito de Geografía. Nadie tuvo mucho tiempo de estudiar y afloran los machetes. Yo tengo decididamente el mejor sistema. Puse el papel junto con todos los otros que tengo en la cartuchera. Aparece la profesora y lo primero que pide es que no quede nada sobre ni bajo el banco. Codeo a mi mejor amigo y le digo “Cómo nos cagó”. A él no le parece muy gracioso. Le vuelve a llevar una mala nota a su viejo y fallece. Varios estamos en esa situación. ¿Los profesores no se dan cuenta a veces que la permanencia de los alumnos en sus respectivos hogares depende de la nota que ellos deciden así, casi como a la bartola? Si lo supieran, habría menos desaprobados. “No tuve tiempo de hacer las fotocopias, así que saquen dos hojas, chicos” ¡Qué turra! Eso es explotación infantil. Y después llega el consabido “Tema 1, Tema 2”, señalando filas. Muchos suspiran, llenos de desazón. Así es mucho más díficil copiarse. Pero todos sabemos que no está muerto quién pelea, y vamos a seguir intentando. Después de dictar los temas, la profesora se esconde detrás de unos anteojos negros y camina entre las filas de alumnos. Esos lentes deben tener cámaras omnipresentes. No sé cómo hace, pero en cuánto uno hace el menor intento de copiarse, resulta que justo te estaba mirando a vos, y te zampa un uno. Pero hay veces que uno logra llevar a cabo esa compleja maniobra. Le pedís el liquid al que está adelante, con el mismo tema que vos. Se lo devolvés con un papel en el que escribís tu duda. Como por ejemplo “¿Cuál es el régimen del Paraná?” o “Período de Formación del Macizo de Guayania” o “¿De dónde mierda saca está vieja chota que me va a servir para el futuro saber dibujar la Antártida?” De cualquier forma, esta maniobra tiene sus contras. No se puede repetir muchas veces por que se nota que te estás equivocando más veces de las que escribís. Y estás más frecuentemente con el liquid en la mano que con la lapicera. Además, tenés que restringirte al meollo de las consignas, porque no podés pasar un papel que diga “Características del Sistema del Plata, diferencias y similitudes con el Mississippi, e interrelacionarlo con la deuda externa que mantiene Latinoamérica”, porque el otro te va a mandar a la mierda, inevitable y comprensiblemente. Hay que recordar, sin embargo, que la mayoría de las veces el otro tampoco tiene la menor idea, y procede entonces a mirarte con cara de “te acompaño el sentimiento”, y la clásica encogida de hombros.
Bueno. Uno entrega lo que tiene y salimos a recreo. Entonces, ante la ya conocida pregunta de “¿Cómo te fue?”, todos empiezan a analizar y a hacer malabares con lo que han hecho. “Bueno yo tenía 5 puntos. El 1ero estaba mal. Pero después, por el 2do, que valía 2 puntos, me tiene que dar aunque sea uno y medio...” y así se sigue por los siglos de los siglos intentando llegar al siete.
Clase de gimnasia. Esta clase tiene dos variantes. Elegir una de las dos es una especie de “decisión de Sofía”, porque con las dos perdemos. La primera variante, la más normal, es cuando los alumnos observan desolados, desde bien entrada la mañana, un sol espantosamente brillante y un cielo espantosamente despejado, donde la posibilidad de una leve llovizna es espantosamente imposible.
En ese caso, la clase de educación física se lleva a cabo en el campo de deportes que, según creo yo, es una especie de eufemismo irónico para los campos de concentración de inocentes estudiantes. Uno llega mal predispuesto. Es entendible, ya que la idea de transpirar haciendo algo que a uno no le gusta, bajo las órdenes de un profesor o profesora inclemente, no es muy atrayente que digamos. Entonces, todos se agrupan, rodeando a la docente. A mí, personalmente, me deprime un poco que, a pesar de su edad, igual tenga mejor cuerpo y estado físico que yo, pero bueh... No me calienta. Principalmente, porque yo soy una intelectual. Lo que significa que no entiendo para qué alguien que quiere ser escritora, tiene que aprobar resistencia. ¿Me va a cansar mucho leer y escribir? No importa. Me callo y le pongo el pecho. Después de todo, siempre hay formas de zafar. La primera y principal: MENTIR. Cualquier mentira vale. Es una guerra. Conviene utilizar excusas que no sean fácilmente comprobables. Así, hemos descartado rápidamente cualquier tipo de fracturas falsas o cosa por el estilo. Parar jadeando mientras se corre, abrir los ojos y sostenerse la cabeza, es muy útil. Ante la pregunta de la profesora, uno contesta algo así como “No sé que me pasa, profe. Me habrá bajado la presión”. Rápidamente la profesora invita cordialmente a la susodicha a sentarse, y una, feliz del éxito de su misión, piensa maldades como “¡JA,JA! La boluda se la comió. Y pensar que el de teatro me quiso reprobar”. Sin embargo, llega un momento en que esto no se puede usar más, porque uno está, como suele decirse, “en capilla”. Pero siempre hay ciertos trucos para salvaguardar a la alumna, que no por viejos pierden efectividad. Exponentes máximos: Tirar la pelota lejos e ir a buscarla despaciiiito; parar a atarse los cordones haciendo varios nudos; etc.
Pero supongamos que uno haga la clase. Es un horror. Y eso es culpa, principalmente, de la falta de capacidad de la profesora de ponerse en el lugar del otro. Porque ella, acostumbrada a durísimos ejercicios (todos sabemos que dentro de cualquier atleta reside un masoquista), nos exige cosas inhumanas.
“Vamos, chicas, tienen que correr por lo menos cinco minutos”
“¿Cinco minutos? Pero zafá de acá” pienso yo “Hace cinco meses que no corro ni el bondi” En una de esas este último comentario carece de exactitud, pero la exageración es resultado directo de nuestro lamentable estado. Las piernas tiemblan a cada paso, las gotas de transpiración humedecen la espalda, el aire frío entra por la garganta, secándola, duele el bazo y sentimos un irritante latido en el cuello. No se puede parar, no se puede hablar, y hay que convivir con el golpeteo de esa espantosa vena. Es, francamente, una aberración.
Después elongamos, sin poder creer que solo pasaron 10 minutos desde el inicio de la clase. Nos sentamos en el suelo, aunque sea por un ratito, para recuperar a nuestra vieja amiga: la respiración. La profe arma equipos y nos exige que vayamos a la cancha. ¡Qué falta de tacto! ¿No se da cuenta? ¿Es demasiado sutil el mensaje de una sentada pacífica en el medio del pasto? Algunas se levantan, listas para jugar (ñooooooñas), otras no. Pero sólo toma un par de gritos y amenazas el hacernos levantar. Cual ganado, nos arrean hacia la cancha. ¡YUPI! ¡Voy a jugar al vóley! (léase con ironía a gusto).
Empieza el partido. El vóley es un juego complicado. “MI” vóley, no. Consiste principalmente en quedarme parada en un lugar, charlando y haciendo chistes y, muy de vez en cuando, cambiando de lugar. Es bastante divertido. Desafortunadamente, las otras juegan en serio y, a veces, la pelota viene hacia mí. Cuando me doy cuenta, sufro una especie de espasmo muscular: salto, pateo y doy manotazos. Casi siempre engancho la pelota con un lindo birulazo, que la manda a cualquier lado, excepto, por supuesto, a la cancha contraria. “Eso le pasa por no prestar atención, García del Corro” ¡MENTIRA! ¡ESO ES UNA VIL INFAMIA, GUACHA! No es que yo no preste atención. Es que me pasa lo mismo que con el dibujo. Cuando yo dibujo, tengo una imagen en mi cabeza y, en mi ingenuidad, me formo la idea de que es simplísimo dibujarlo. “Un circulito acá, un leve sombreado...y VOILÁ” Voilá un carajó, porque cuando lo pongo en práctica, lo que queda plasmado en el papel dista de ser lo que yo tenía en mente. Es un escracho que parece producto de las manitos de un nene de dos años. El deporte es igual. Veo el golpe contrario y me doy cuenta de la estrategia struquimuqui del otro equipo, de la trayectoria que va a seguir la pelota y de la incidencia marina sobre el territorio. La estrategia struquimuqui es fácil de adivinar porque siempre es la misma: “Tírensela a Rocío, que es un queso jugando”. Pero esta vez no, esta vez lo sé todo, como diría el Pequeño Larousse Ilustrado, y los voy a hacer tragarse sus palabras. Armo mi propio plan: salto, pego, pasa, punto. ¡Es perfecto! Viene la pelota, ya no puedo reorganizarme. Salto, pego, golpea contra la red, yo me caigo contra mi compañera, que retrocede y le da un codazo a la profesora, que tira sus libretas a un charco, mientras la pelota toca el suelo: PUNTO... para las otras. Tenían razón, soy un queso. Pero bueh... al fin y al cabo yo soy una intelectual.
Pasamos entonces, a la otra variable de las clases de gimnasia, ligeramente más aceptable que la ya descripta. Es cuando está nublado o lluvioso, lo cual ya es una mejora, porque me encantan los días lluviosos. Varios apostamos a que la tortura física del día se va a suspender. Un ruego general se organiza en el aula. Los alumnos dejan al descubierto su endeble estabilidad psíquica con frases como: “Si llega a haber gimnasia, me tiro debajo de un tren” o “Si esa forra pretende darme clases con este día, la asesino” También hay algunas referidas a cuál será la nueva ubicación de la pelota de vóley dentro del organismo de la profesora, en caso de hacer el alocado intento de instruirnos, que la autora se reserva para sí, para mantener cierta seriedad en el relato. Efectivamente, la preceptora entra al curso, con un papelito en la mano. Nuestros ojos se llenan de esperanza: “Moni ¿Se suspendió gimnasia?” Nos ignora. Agarra una tiza. ¡SI! ¡Lo va a hacer! ¡Nos va a librar de la agonía! Algunos se trepan al pupitre para leer bien el pizarrón: GIMNASIA EN EL COLEGIO, o su equivalente, CLASE TEÓRICA. Un rayo ilumina el cielo y un trueno resquebraja ese endeble equilibrio psicológico. Los estudiantes nos arremolinamos alrededor de Mónica, que grita “No maten al mensajero, no maten al mensajero” Estamos enceguecidos. Pero, afortunadamente, Mónica logra escapar y nosotros, las fieras, nos calmamos, sin inútil derramamiento de sangre.
Entre el fin de las clases y gimnasia, tenemos un rato libre. En ese rato, miramos la lluvia y nos miramos entre nosotros. Volvemos a mirar la lluvia. De repente, yo miro la lluvia, la miro a mi mejor amiga y digo “Ma´ sí, yo me voy. Después de todo, no importa. Es una barbaridad dar clases con este día. Hay que hacer una sentada pacífica o una revolución. Sí, una revolución. Y bancarnos la que venga. Yo ahora me voy a mi casa, almuerzo y duermo toda la tarde y cuando me pregunten por qué falté, le voy a decir: PORQUE QUERÍA y que intenten nomás hacerme algo y vas a ver el quilombo que armo. Al fin de cuentas, una no es una esclava, ¿o sí?” Paula me mira, mira la lluvia. “No te hagás la boluda, Ro, que tenés trece faltas y media” La miro, miro la lluvia: “Cómo llueve, negra” digo yo “¿después de gimnasia vamos a tu casa?”
Entramos al colegio. No conseguimos que nadie nos diga en qué aula tenemos clases. Al final, decidimos entrar a cualquier aula y que se jodan. Como es obvio, entra la preceptora horrorizada a sacarnos porque ahí tienen francés los de 3ero. Una vez ubicadas, entra la profesora. “Chicas, saquen una hoja que voy a aprovechar para tomarles una pequeña evaluación” Hay que entenderla, a pesar de haberse dedicado a la educación física, sigue siendo una profesora, con ese especial sadismo que se refleja en tomar pruebas. Lo que nunca entendí es esa costumbre de minimizar todo, agregándole “pequeña” adelante. Las “pequeñas” evaluaciones causan que uno se lleve la materia y, honestamente, si voy a estar rindiendo en diciembre, prefiero que haya sido por un cuatrimestral o un parcial, algo bien, BIEN grande. Una pruebota. Aunque sea es más justificable.
Dicta una serie de consignas relacionadas, por supuesto, con el reglamento del deporte que se practique. En este caso, vóley. Varias nos quejamos porque no avisó y no pudimos estudiar (aunque ¿a quién quiero engañar? ¿O alguien piensa que yo hubiera estudiado?) La profesora se horroriza. “Chicas, es vóley. ¿Nunca vieron un partido de vóley?. Lo juegan conmigo, ¿y nunca penetró un solo conocimiento teórico en esos bloques de cemento que tienen sobre los hombros?” Ya empezamos con agresiones, ¿Se dan cuenta lo que digo? ¿Así pretenden que, calladitas, hagamos una prueba? ¿Insultándonos? A mí la verdad, me da lo mismo que me tomen el reglamento de vóley o el de pelota vasca. Sé lo mismo de los dos. ¿Acaso tiene sentido oponerse o discutir? No. Si va a ejercer su superioridad y va a tomarla igual ¿Cuántos estudiantes tendrán que caer y visitar la dirección hasta que una profesora cambie? Pero este no es momento de ponerse filosóficos y demagógicos. Tengo que chamuyar algo en esta prueba, como sea. De cualquier forma, las pruebas de gimnasia son las más charladas y una aprovecha para preguntar una par de cosas. Suena el timbre, agudo, cortando nuestra nota a la mitad. Entregamos. Un desastre.
Eventualmente, la profesora me entrega la prueba. Generalmente, varía entre un 4 y un 6. ¡Puta madre! ¿No se supone que soy una intelectual?
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