Entonces creía yo
que no eras sino un espejismo,
lo que el amanecer atrae
entre perezas y delirios.
De tus lágrimas crecía
un ardor constante,
la opresión de mi pecho,
esa pena sulfurante.
Cómo pudiera yo
eludir tan bella trampa,
aturdido me acogías
con tu simple mirada.
Y a mis brazos te arrojabas
en busca de consuelo y libertad,
jamás pudiera yo imaginar
que en presa me convertía,
que en tu esencia divina,
una viuda negra se escondería.
Texto agregado el 30-11-2013, y leído por 171
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