Siluetas de fuego
Navegaban las horas el oleaje del tiempo,
teñían de negro las crines del cielo.
Dormitaba, entonces, en mi lecho de heno,
de solitaria aspereza, de sombras de fuego.
Intrincábase mi onírica ilusión en oscuras siluetas informes,
aquel desliz de tu pelo remontando sublime en el viento.
Y el final siempre me depositaba en ellos,
las gemas sedientas de lágrimas y sueños.
Levitaba en el ocaso cual sonata aprisionada,
libre en su lecho de heno, cautivo en tus ojos de ensueño.
Fundíanse las siluetas en duras cadenas, ceñían mi alma,
mostraban tus labios cargados de arena.
Y de su tintineo alcanzaba yo siempre a percibir palabra:
“No hay ave en el viento, no hay princesa enamorada.”
Navegaban las horas el oleaje del tiempo,
teñían de blanco las crines del cielo.
Amanecía, entonces, en mi lecho de heno,
abriendo los ojos, sintiendo tu cuerpo.
Desvanecíase la esperanza en las ascuas consumidas,
no hay presencia a mi lado, solo siluetas repetidas.
Figuras sin formas y penas jadeantes,
cadenas y ojos, palabras cortantes:
“No hay amor sin deseo, y no quedan llamas en este brasero.”
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