Y se encarna un viejo sentimiento en tu sonrisa, una palpable emoción incinerada en el rozar de nuestra piel. Tan sólo un gesto, una caricia, una muestra de afecto artificial. Todo culminando en la carnosidad de tus labios y tus ojos que se abren a un mundo tan indiferente cuando estoy a tu lado. Me provocas y contesto modestamente, te provoco y contestas cómodamente. Juguetiamos sabiendo lo efímero que es el tiempo, convergemos en necesidades carnales, aquellas que extrañamos, añoramos, con las que nos identificamos y con miedo actuamos, pero ¿Qué más queda después de los abrazos? Algo más allá de un reflejo familiar, de un grito desesperado por un mismo anhelo, un momento de paz, un descanso sin lidiar.
Dibujando tu sonrisa en el firmamento del recuerdo, proyecto un corazón palpitante, que nuevamente despega al paraíso y a la imaginación, donde no hay temores, sólo se sirve de la ilusión, aquella que se refugia de los errores. Podría llamarte sin vergüenza, por aparecer ante este cuerpo de carne y hueso, mortal, volátil, que actúa y a veces piensa, justo cuando sigo estando preso, del destino, del kilometraje, de cada una de mis células, aquellas tercas, que arden por la resonancia de tus caderas.
Tú, siendo tan libre, como el fuego o tu estela rizada, sonríes como de costumbre, como la mar, nunca cansada de cada ola reventada.
Yo, pasante del pequeño instante, degustador de tus manos, adicto, de tu mirada encantante, rezaré para algún día perdernos, olvidarnos, reencontrarnos y al fin, poder amarnos. |