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Desde que cruzó el umbral de la puerta, Pedro se sorprendió con la imponencia de aquel inmenso espejo, llamó tanto su atención que hasta olvidó la verdadera razón por la cual había entrado al salón, recorrió con su vista cada uno de los detalles del impresionante marco tallado al estilo barroco, su embeleso fue interrumpido cuando prestó atención a la imagen tridimensional que reflejaba el espejo, era el féretro de Don Manuel, que había sido asesinado el día anterior, pues por voluntad del vicario el velorio lo realizaban en la sala de su residencia y no en un tanatorio. La imagen proyectada por la gran lámina de cristal era tan real que Pedro no necesitó dirigir su mirada al ataúd, puesto que la reproducción del espejo resaltaba cada detalle incluso por su ubicación y dimensiones tomaba un primer plano de la cabecera del sarcófago, en donde se abría una pequeña puerta que permitía ver el rostro del difunto. Pedro, analizaba cada suceso, la decepción que le embargaba por no tener pistas claras sobre el asesinato de Don Manuel era agobiante, más aún cuando la presión de su jefe le exigía resultados, solo investigaba sobre una frase que dejó el asesino sobre la pared del baño, escrita en un raro idioma, aún no determinado que decía “RIROM ARAP OPMEIT”.


La caja mortuoria se encontraba rodeada por coronas y ramos de flores, que no precisamente esparcía el aroma característico de un jardín, era el aroma inconfundible de la muerte; en cada esquina se erguía imponente un candelabro de plata, más o menos de un metro de altura, sosteniendo un grueso, largo y flameante cirio, cuyas llamas se suman a la poca luz que dejan entrar las ventanas entreabiertas para iluminar intermitentemente la inmensidad de la sala.


Era un ambiente lúgubre y triste, lleno de susurros y llantos lastimeros; Pedro pausadamente se dirige a la viuda para expresar sus condolencia, al travesar la sala otea a su alrededor identificando a los tres hijos del difunto, Pablo, Gina y Germán, cada uno acompañado por familiares y amigos, mitigando su pena. Pablo, el más tranquilo, quizás por su profesión de policía podía sobrellevar su dolor, miraba al espejo viendo a su padre con el rostro pálido y desencajado, haciendo ademanes para llamar su atención, obligándolo a acercarse al ataúd para constatar la realidad de las imágenes tocando el inerte y frio rostro de Don Manuel, ¿qué quiere papá?, le susurraba al oído, mirando simultáneamente al espejo donde Don Manuel no dejaba de llamarlo, Pablo miraba de un lado a otro, tratando de asegurarse sin éxito de que alguien pudiese ver en el espejo las imágenes que él estaba viendo, solo cerró sus ojos y de súbito los recuerdos se apoderaron de su mente, tantas veces quiso venir a saludar a su viejo y no pudo, encontrando la excusa perfecta en su trabajo, más de una vez lo dejó esperando para ver un partido de futbol en la tele, o cuando organizaron el asado en el patio, ahora son momentos que desaprovechó y que aumentan su dolor, nuevamente mira al espejo y con voz desgarrada y suave dice; - Perdón papá.


Sentada en un antiguo sofá, ahogada en llanto se encontraba Gina; su hermosa y larga cabellera lucía recogida bajo un elegante sombrero negro que había adquirido en su último viaje a París, las lágrimas le escurrían manchando sus mejillas con el negro y derretido maquillaje de sus enigmáticos ojos verdes que yacían cubiertos por lentes oscuros en los que se reflejaba la escena de su hermano Pablo al lado del ataúd, lo que la impulsó a dirigirse junto a él y fundirse en un doloroso abrazo. Gina había abandonado su hogar en busca del sueño americano, su espíritu aventurero la llevó a viajar por todo el mundo, tenía más de seis años que no visitaba a su familia, nunca contempló la posibilidad de viajar y conocer a su país, como se lo sugería su padre y eso le remordía la conciencia, el llanto lastimero de los dos hermanos obligó el acercamiento de Germán, excluido y desplazado por su condición de drogadicto impulsivo, comprendido solo por su padre que no daba la batalla por perdida con el fin de recuperarlo, invirtiendo en tratamientos internándolo en clínicas de rehabilitación sin éxito, tenía dos semanas de haberse fugado del último sanatorio, sin importar el rechazo de sus hermanos se abalanzó a ellos, uniéndose en el enmarañado enredo de brazos, su vestimenta sucia y hedionda marcaba su condición. La escena era triste, los demás asistentes observaban la desgarradora secuencia que se reflejaba en el espejo.


La playera de Germán estampada con una inmensa calavera llamó la atención del detective, la reverberación de la prenda en el espejo creaba ilusiones ópticas desvariadas en donde la imagen de la muerte cobraba vida, un escrito en letras de ultratumba adornaba la esquelética cara en colores fluorescentes decía “TIEMPO PARA MORIR”, que al reflejarse en el espejo, dejó al descubierto la única prueba que tenía Pedro “RIROM ARAP OPMEIT”.

Texto agregado el 28-11-2013, y leído por 237 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-11-2013 Buena narrativa, saludos FEHR
 
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