LA NOCHE TRISTE
La noche era oscura hasta el tuétano. El niño con su hermoso semblante abatido, con detenimiento observó alejarse a su madre. No era la primera noche que lo hacía. La situación la había arrastrado a procurarse el sustento de ella y de sus tres hijos, ofertando su cuerpo al mejor postor, convirtiendo en manía su actuación deshonesta y de paso, obsesionada; su vida volvía guiñapos.
La mujer sin mirar para atrás, se perdió, tragada por el manto de la noche, mientras el niño desolado penetró como una tromba, refugiándose en el interior de la casa junto a sus dos hermanitos.
Indefensos los tres niños, sin pensar por asomo en el peligro que les acechaba, se acostaron a dormir. Las estrellas despiertas en el firmamento constipadas por el frío invernal titilaban afligidas. Una inmensa nube negra las cubrió por completo cerrando sus ojos ateridos, igual que los niños se quedaron dormidas por un largo rato. Abigarrada la nube emprendió la marcha. Alejándose de prisa, desapareció dejándolas despiertas y extenuadas en el universo.
Mientras tanto, la mujer halagada por los hombres, ávida de caricias, se entregaba en los brazos de su amante con lujuria. Embriagada de felicidad se reía del mundo, viviendo momento de placer, olvidándose de las calamidades, la desdicha y hasta de sus tres hijos. Al despertar de ese sueño, tropezaba de nuevo con la realidad que le había llevado a sus andanzas.
En la casa, el sueño de los niños viajaba en los brazos de la muerte, en latitudes sombrías de lutos y desgracias, donde el aura de prometeo se paseaba con sus grandes alas, después de levantarse de su larga siesta, para divagar por el mundo envuelto en flagrante llama.
La brisa helada penetró enojada a la casa, tumbando la frágil lámpara de kerosene con su pabilo encendido colocada sobre la mesa. El fuego en su recorrido con fuerte estrépito la consumió rápidamente, trepando en silencio la pared de madera, chisporroteando alegre hasta convertir en cenizas la nefasta vivienda.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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