UN NUEVO RENACER
Angélica tenía que viajar de improvisto a su pintoresco pueblo, mientras arreglaba su equipaje; mil emociones a cual más intensa le traían desde el alba, unas tristes y otras alegres. Tomó su vehículo y llegó al muelle, donde la esperaba un yate de una compañía comercial; junto con ella viajaban unos pocos viajeros. Mientras el timonel alzaba el ancla, Angélica se acomodaba en su camarote. Se sentó con sus manos quietas en su regazo, y su pensamiento vagaba como un átomo luminoso suspendido en el aire. El yate se fue alejando de la orilla, el agua brillaba pacíficamente, el cielo despejado, era una benigna de pura luz. Sólo las brumas del oeste se volvían cada minuto más sombrías, como que las irritase la proximidad del sol; la marea fluía y refluía en su continuo servicio. Angélica estaba metida en sus pensamientos cuando oyó un suave toque en su camarote, era uno de los viajeros del yate, tenía una sonrisa radiante que le iluminaba el rostro; le preguntó si a ella se le ofrecía algo, Angélica le dijo que si, ella tenía sed, y él, amablemente le trajo un baso de agua muy cristalina, que ella bebió, y sintió como un destello de emoción que la hiso vibrar en su interior. Empezaron a platicar, y él le dijo, mi nombre es Germán, yo soy un hombre sencillo que viajo de un lado a otro, para cumplir múltiples misiones con numerosísimas obligaciones; ella observo que en su dedo tenía un anillo que expedía cárdenos reflejos. Continuaron hablando y ella pudo darse cuenta que él era un caballero de exquisitos modales y de impecable cortesía, cada vez que él hablaba, ella seguía sintiendo una seguridad en su interior, por todo lo que él le trasmitía. La tarde empezó adormecer, y en una inapreciable y elíptico crepúsculo, el sol descendió y de un blanco ardiente pasó a un rojo palidecido; Angélica contemplaba esa belleza natural y pensaba en los misterios de la vida, él la observaba y como que le escudriñaba el pensamiento, y le dijo, todo se transforma, en unos minutos más veras cambiar el tiempo; el día de hoy está muriendo, pero mañana renacerá otro tan radiante como el de hoy, ella lo oía complacida. La oscuridad descendió sobre las aguas y comenzaron aparecer luces a lo largo de la orilla y las luces de los barcos se movían en el rio, una gran vibración luminosa ascendía y descendía. A medida que se iba acercando el yate a la ciudad, Angélica se emocionaba. Germán subió a su camarote, ya estaban llegando. Cuando llegaron, Angélica quería despedirse de Germán y le preguntó al capitán por él, y él contestó que nadie había viajado con ese nombre, ella se sorprendió, y vio que solamente desembarcaron siete personas. Ella tomó un taxi y se quedó en la plaza muy cerca de su casa, allí había bancos y unos cuantos árboles en flor y una fuente de mármol que envolvía en una fina lluvia a una estatua. Había gente circulando por la plaza; ella continuó su camino y cuando llegó a su casa se quitó los zapatos y descanso sus pies sobre la alfombra; llamó a su madre y no estaba, y vio una hermosa obra de arte con un exquisito paisaje de un bello amanecer, y una nota que le decía:
Hija este es tu regalo de bienvenida, tuve que salir, pero pronto estaré contigo.
Te quiero mucho,
Ariadna
Ella se quedó perpleja, y recordó las palabras de Germán, que cada día había un nuevo renacer.
FIN
Cuento por:
Mayte Moreno
“Todo asciende y desciende”
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