El deseo de Nefertiti
Personajes:
Paul Walters (Inspector británico)
Kabir Al-Abdel (Policía Egipcio)
Jonathan Westmeyer (Antropólogo asesinado)
Jendayi Kokey (Doctora Experta en Lenguas del Museo de El Cairo)
-Bien, una vez más… ¿qué hago aquí?-
-El servicio secreto nos recomendó que lo buscáramos, Señor.- Dijo el detective egipcio que tenía delante en un inglés pésimo. Paul Walter, lo miraba con una expresión de asco mientras el jeep que los trasladaba por el desierto lo sacudía de un lado a otro.
-¿Es que no se entera? Estoy de vacaciones, con mi familia…-
-Sí, Señor, lo entiendo… Pero el cadáver que hemos hallado es de un ciudadano británico y al notificarlo en la embajada, los contactos nos dijeron que lo buscáramos.- Se explicó el policía local. Walters bajó la cabeza, hastiado.
-¡Maldito Jenkins…- Masculló. El viejo era especialista en fastidiarle los viajes. Y además era muy hábil, como aquella vez que le recomendó visitar Varsovia… Bueno, nada podía ser peor que aquello. Su mujer todavía iba a terapia por el incidente… -¿Cómo dijo que se llamaba?-
-Abdel. Kabir Al-Abdel...-
-Limitémonos a Al…- Dijo resignado, sin ganas de aprenderse el nombre del individuo. -Viendo que no me voy a librar, veré qué puedo hacer. ¿Dónde está el fiambre?-
-En las excavaciones, no lo hemos retirado de la escena aún.-
-¿Con el calor que hace?- Se sorprendió Walters. -Habrá que conservarlo para la autopsia, ¿no?-
-Es que primero habría que sacarlo… y nadie se atreve a tocarlo, Señor.-
-¿Y eso por qué? ¿Lo han momificado?-
-No, Señor; Algo peor...-
El rostro de Al palideció. Y esa fue la señal de que, en verdad, Paul se encontraría algo fuera de lo común y terrible.
-¿Se sabe quién es la víctima?-
- Jonathan Westmeyer.-
-¿Westmeyer? ¿El arqueólogo?-
- ¿Lo conoce?-
-¿Cómo no conocerlo? En Inglaterra sólo se habla de ese tipejo. Dice que ha encontrado el lugar donde se enterró a Nefertiti.-
-Así es. Con sus recursos, ha encontrado el mayor hallazgo de tumbas de la década. Toda la comunidad cultural egipcia tiene los ojos puestos en él. O los tenía hasta ayer, que lo han asesinado.-
Llegaron a destino mientras conversaban. El campamento de la expedición arqueológica de Westmeyer contaba con la mayor tecnología, y a su alrededor había ruinas y cuadrantes bien señalizados, pero ni un alma se veía trabajando en ellas.
-¿Y los colaboradores de Westmeyer?- Quiso saber Paul, mientras se dejaba guiar por Al hasta una zona que se abría en una gruta.
-Están siendo interrogados en El Cairo ahora mismo.- Respondió el oficial, mientras se adentraban en algo que parecía una caverna angosta, pero que en realidad era un túnel hecho por manos humanas en un pasado muy remoto. Era tan bajo que había que caminar inclinado para no dar con la cabeza en el techo, y los hombros rozaban contra las paredes a ambos lados del estrecho pasadizo. A lo lejos vislumbraron una luz, casi al tiempo que los alcanzaba un olor desagradable. Al se cubrió la nariz con la manga, y se hizo a un lado en el instante en que llegaron a una recámara enterrada al final de aquel pasillo infernal. Lo que Walters vio lo dejó sin palabras; Lo que yacía delante de él contra una de las paredes pobladas de jeroglíficos no parecía del todo humano. O, mejor dicho, lo habían manipulado para que no lo fuera. El torso, las piernas, los brazos, todo era de un hombre, excepto la cabeza, que había sido reemplazada por la de un chacal. El cuerpo estaba vestido a la usanza del Egipto antiguo, y sus collares, que cubrían perfectamente la unión del cuello del animal con los hombros del finado, daban impresión de continuidad. En el pecho llevaba grabada una frase en un idioma indescifrable para Walters.
-¿Y la cabeza?-
-No la hemos hallado, Señor.-
-Bien…- Dijo el británico, y se acercó al cadáver con cautela. Se arrodilló a su lado, y contempló la cabeza de animal. –Es como si hubieran querido representar a Anubis, ¿no crees, Al?-
-Parece...-
-Pero el animal está. Anubis de seguro no conocía al taxidermista…- Divagó. Luego, sacó con su teléfono personal una foto del pecho del finado y preguntó a su improvisado compañero. –Sacad fotos y llevaos el cadáver. Esto no se trata de una maldición, sino de un psicópata, así que dejaos de supercherías y tratad con dignidad a este hombre.-
-Sí, Señor.- Se limitó a contestar Abdel. Pero Walters prosiguió, despreocupado.
-¿Quién podría ayudarme a saber qué dice esto?-
-Se me ocurre que la experta en Lenguas de El Cairo, la Doctora Jendayi Kokey. Lo llevaré con ella.-
Sin dilación, Al condujo el jeep de regreso a la ciudad hasta el museo antropológico de El Cairo, donde la mujer trabajaba. Antes de poner un pie en le museo, Abdel Al-Kabir recibió una llamada. Al contestar, empezó discutir claramente con su interlocutor. Luego, se volvió a Paul, molesto.
-Debo regresar. Hay guías y otro personal del campamento que se niegan a que se retire el cuerpo de Westmeyer.-
-Vaya tranquilo. Yo averiguaré lo que pueda con la Doctora Kokey.- Le dijo el inglés, y el egipcio, respetuosamente, se despidió y se marchó en el jeep.
Un secretario llevó al inspector hasta el despacho de la Doctora. Ésta se hallaba leyendo una placa de barro con una lupa enorme. Era una mujer más joven de lo que Walters esperaba encontrar, y ciertamente más hermosa. En cuanto traspasó la puerta de la habitación, la mujer dejó lo que hacía y extendió la mano hacia el caballero desde el otro lado de la mesa.
-Bienvenido, Señor Walters, y enhorabuena. Me ha descubierto.-
-¿Qué dice?- Se sorprendió el investigador, retrayendo la mano como si le hubiera dado chispas.
- Yo he asesinado al profesor Jonathan Westmeyer.-
Walters no reaccionó. No podía creer lo que oía. La mujer, ante el pasmo del inspector, se echó a reír.
-Veo que tengo que convencerlo.- Dijo, y abrió una cajonera para extraer de ella una bolsa ensangrentada. –Aquí está la cabeza del antropólogo. La tengo porque lo he matado. Y en el sótano encontrará el resto del cuerpo disecado del chacal cuya cabeza utilicé para completar el cuerpo y activar los mecanismos de autodefensa de Egipto: su creencia en las maldiciones.-
Walters, aturdido, sólo atinó a preguntar.
-¿Pero por qué lo ha hecho?-
-No quería que encontrara la tumba de Nefertiti. O, más bien, no quería que “no” la encontrara. Si se descubriera que Nefertiti no tiene tumba, quizás…-
-¿Quizás qué?-
-Quizás se les dé por pensar que se ha perdido para siempre… o quizás descubran la verdad.-
-¿Cuál verdad?-
-Que la tumba de Nefertiti nunca existió.-
-¿Y cómo sabe usted eso, Doctora?-
-Bueno… es largo de contar. Sólo sé que no existe porque… nunca la necesitó.-
-¿Qué insinúa?-
-¡Oh, vamos! ¿Tan listo y tan tonto a la vez?-
-No juegue conmigo.-
-No lo hago. Ni siquiera me resisto. Espóseme y lléveme prisionera. ¡Ah! Y asegúrese de que seré deportada a Inglaterra para cumplir condena.-
-Pasará los próximos veinticinco años en la cárcel por este crimen…- Masculló el inspector, entre la extrañeza y la respulsión.
-He esperado cuatro mil años para salir de este desierto… ¿cree que me importa esperar otros veinticinco?-
Pensando que trataba con una demente, Walters se apresuró a esposarla. Y mientras lo hacía, Jendayi echó la cabeza hacia atrás, esforzándose por verlo, y le preguntó, socarrona y sensualemente.
- ¿Sabe lo que escribí en el pecho de Westeyer?-
-No. –
-Nefertiti vive… La bella se ha marchado…-
-Chiflada… para esto echan a perder mis vacaciones…- Rezongó Paul Walters, arrastrándola fuera del despacho. Jendayi, sin embargo, reía con indescriptible satisfacción...
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