Antonio tuvo un día muy agitado. No imaginó que terminaría en la cárcel. Eran las seis de la tarde y se dirigió al bar para tomar un refresco. Tenía puesto el overol y al cinto un machete con que había cortado plátanos todo el día. En el bar un borracho comenzó a insultarlo y le amenazó de muerte. Luego quebró una botella vacía contra el canto de una mesa metálica y se le abalanzó. Antonio no tuvo otra alternativa que sacar su machete y defenderse. El borracho terminó con dos cortadas y Antonio fue conducido a la cárcel. Darío madrugó a visitarlo y encontró a Antonio por fuera de la celda y en compañía de algunos detenidos. Le llamó la atención verlos divididos en pequeños grupos jugando dominó, parques y dados. Apostaban medio cigarrillo por partida. Otras veces la colchoneta donde dormían, una papa de la comida, la comida completa o pasar la noche con el marica del penal. Para los detenidos era una pequeña tragedia que saliera libre uno de los detenidos porque se descompletaba el equipo de juego. Pero uno de los detenidos dirigía una operación mágica de invocación a Satanás para conseguir detenidos. Pintaba con tiza en el suelo del penal al demonio y luego todos los presos detenían sus juegos y empezaban a pegarle con una chancleta mientras le amenazaban y lo insultaban. La ceremonia duro como una hora al cabo de la cual Satanás escucho su invocación. Darío se enteró que la policía entro con un borracho quien venía rebelado y golpeando a todo el que veía. Al entrar al penal fue recibido en medio de un estallido de aplausos, risas y palabras soeces. Satanás era visitante frecuente en este presidio.