El sol nunca estuvo tan tranquilo ni tan sereno como esa mañana, esos veranos siempre tenían soles que te dejaban un sabor a esperanza, pero también te dejaban la humedad y el calor que recordaba que en este mundo la esperanza es de otro mundo.
El bus repleto, con todos los olores, de diferentes estratos, los sudados obreros, sin sonrisa, con una cansada e impotente mirada hacia la ventana, o los estudiantes, distraídos en sus pequeños y finitos mundos, pensando que un examen puede ser el fin del mundo, o los escolares, que no entienden bien que es la vida y solo la viven.
Todos estaban sumergidos en sus realidades fabricadas, tratando de vivir lo que les toca, con la inercia de dar un paso más aunque sea obligatorio.
Ella entró, no debería por la llenura del bus, pero entró como pudo, supongo que era por la hora, ya eran las 7:45, y al ver que tenía un bolso también deduje que era estudiante, otra más que se quemaba las pestañas para ser alguien en la vida. Entró al bus, con el desagrado fingido de que no le gustaba ir en la lata de sardinas móvil, pero con la agilidad de poder pasar entre los demás deducía que lo hacía unas 3 veces al día mínimo; era de la universidad estatal, eso me dijeron sus zapatos de baja calidad, aunque de buen gusto, combinaban con la blusa azul eléctrico, casi transparente que hacía notar su cuerpo, la blusa también era de baja calidad, de esas que se encuentran en los mercados, pero con el jean oscuro y los zapatos demostraba que aun en su humildad tenía un gusto elegante, ese don del buen gusto, no siempre se tiene cuando uno nace en buena cuna, hay algunos que lo tienen de manera inherente, algo que es parte de ellos; ella era de esas personas, hasta su mirada morena, cansada por el ajetreo de su vida, demostraba algo de solemnidad, de dama.
Se sentó en un lugar cómodo para observarla, puso su bolso, un poco viejo, no había muchas cosas, solo algún libro que se dejó ver, muy probablemente estudiaba alguna carrera humanística, el libro era muy pequeño para algo matemático o relativo a números, además ella no tenía esa tosca genialidad que tienen ese tipo de personas, también vi que sus manos eran pequeñas, delicadas, finas, sus dedos eran finos y hasta sus movimientos denotaban la solemnidad que demostraba su rostro, estaban descuidadas, pero hace poco tiempo eran cuidadas, eso me decía su piel fina un poco lastimada por el trabajo; entonces deduje que trabajaba en algún lugar con las manos, vi que su cabello, de un castaño rebelde, casi independiente a ella, que no se sometía ni a la gravedad, estaba sujetado por un pequeño listón con el logotipo de una cadena de venta de comida rápida, una mujer como ella no se pondría el listón como ese por simple gusto. Trabajaba en la cadena.
Me observó cuando la miraba fijamente, mi mundo se cerró por completo en sus negros ojos, profundos, dos grandes universos incrustados en un pequeño rostro moreno. Me vio con la seguridad de que yo no existía, que solo era parte de bus, como la ventana que no se podía abrir, o el asiento que no tenía la funda de protección, de ese tipo de paisaje era para ella.
Sacó su libro, y efectivamente era de algo de humanidades, “psicología clínica”, no logré leer al autor, empezó a leer las primeras páginas, después vio la ventana, ausente como si nunca hubiera leído el libro, recordé que la portada era de un escritor que ya había leído, era el Cuauhtémoc Sánchez de la psicología moderna, después entendí porque ella dejó de leer el libro. Volvió a mirarme, como si supiera que la estaba mirando todo el tiempo, claro, ella se daba cuenta que unos ojos estaban encima de ella, no quería que creyera que le miraba solo el cuerpo, aunque su moreno cuerpo tenía esa elegancia sensual que muchas actrices practicaban durante años, el cruzar de piernas, las manos tranquilas en los muslos trabajados, sus senos perfectos, su cuello bien dibujado por la naturaleza, su piel morena, cómplice también del sol de nuestra ciudad. Definitivamente no era lo que me llamaba la atención de ella, pero tampoco no dejaba desapercibido.
Vi como ella miraba sus manos, la impotencia del descuido, vi que las acariciaba, recordando tiempo antiguos de buena vida; una piel morena, uniforme, llena de vida, necesitaba cuidados especiales, que, según veo, ella ya no podía otorgar, vi que sus ojos se humedecían, pudo ser algún recuerdo de esos que no vuelven, que solo se recuerdan con la seguridad de que nunca más volverá a pasar, sacó del viejo bolso unas gafas de sol que decían en su armazón desgastado “Ray Ban”, tratando de disimular su tristeza y sus prontas lágrimas, me dio un poco de lastima ver su tristeza, las mujeres lloran de esa manera por una simple razón, amor.
No cayó ninguna lágrima por sus mejillas, cerró el libro, y empezó a escribir en una hoja, me volvió a mirar, esta vez con cierta molestia, decidí moverme de mi lugar, no quería que pensara que la estaba acosando en silencio, solo me divertía observándola, era más divertido que ver al tipo sentado de barba blanca y traje grueso de un diseño de los 60, despidiendo un olor grotesco, con sus uñas largas, su lunar en la mejilla y la increíble inocencia que tenían sus ojos, o el hombre que estaba parado junto a la puerta, con esa camisa purpura un número menor a la de su talla, zapatos caros pero viejos, que no combinaba con su cinturón que tenía una enorme hebilla con el nombre “DIESEL” obviamente de imitación; o la mujer sentada a lado mío, de grandes ojos, un pésimo gusto con el maquillaje y su chirriante voz que sacudía mis tímpanos al tomar atención de lo que decía, temas como que el calor le hacía sudar como una chancha (lo dijo de esa manera y trataba de disimularlo con un perfume decimado dulce) , que su marido era un borracho, su hijo un borracho como su padre, sus vecinos, la nena de la fulana embarazada del mengano, que se escapó a quien sabe dónde, esta clase de conversaciones me tenían hastiado, no me importaban, me provocaban el estómago, no me dejaban concentrarme en ella, así que decidí volver a cambiarme de lugar, me levanté y justo el hombre delgado que estaba sentado a ella se bajó, el asiento estaba libre, pero no podría observarla con comodidad, así que me senté frente a ella, ya no me importaba que supiera que la miro, ella sabía que lo hacía, me miró fijamente y se levantó, no me había dado cuenta que le sudaban las manos, supuse que debió ser por mí.
Bajó, faltaba mucho para mi destino, pero un día que falte al trabajo, no afectaría nada mi vida; bajó muy segura de sí misma y se perdió entre la multitud de estudiantes.
Obviamente no la perseguiría ese día, era tarde, pero sabía que estudiaba en la universidad estatal, psicología en el tercer o segundo semestre en el turno de la mañana, o que la encontraría en la cadena de comida rápida que está cerca de la universidad, lo importante es que ella nunca se perdería más, siempre la encontraría.
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