Las urgencias
Un jugador de ajedrez, aprende a pensar varias jugadas anticipadas en su línea de pensamiento. Planea su estrategia, con variantes. Su antagonista también está planeando de la misma manera.
Puede leer el tablero, sacar conclusiones, calcular las posibles movidas que el oponente estará planeando. Esto es lo que lo hace atractivo, es una carrera mental contra la imaginación y la inteligencia del rival. Es un concurso de calidad, de aventajado pensamiento, de clarividencia.
Y, la vida se nos presenta como un juego de ajedrez. Un tablero que no puede verse, piezas vivas que hacen sus movidas guiadas, la mayoría de las veces, no por la lógica o el análisis, sino por urgencias internas de sus necesidades físicas, emocionales, políticas, financieras. A veces incluso, el juego se vuelve estúpido.
Reyes y reinas juegan en contra de su propio ejército sacrificándolo injustamente, quieren intercambiar posiciones sin seguir las reglas, darle jaque mate a su propio rey o su propia reina... Se convierten en antagonistas de un juego caótico, más que estúpido y el pensamiento corre hacia lo absurdo. Se pierde la estrategia, en este caso urgente. Afloran el fraude, el engaño, la mentira.
En un juego normal, preocupado el oponente para que no revelar sus tácticas, intenta averiguar de antemano la del otro y así hacer sus variantes, utilizando todo su ejército en armonía sin que sean advertidas a tiempo. Trabajan todos sus integrantes para evitar que el adversario pueda bloquear la acometida. La implacable dama que inteligente se mueve despacio, avanza sin prisa, busca la mejor manera de llegar a su objetivo, sacrificando piezas importantes protegiendo a su rey y no se distrae con vanidades superfluas. Da la cara en cada movimiento tratando de no dejar descubrir todos los caminos que podría tomar, y ese es el objetivo secundario del contrincante, que ya sabe el principal.
Cuando las urgencias dominan el tablero los movimientos no son lógicos, son viscerales. Reyes y reinas con hormonas desbordantes, solo piensan en sí mismos. La estrategia se vuelve cruel. Movidos por impostergables impulsos, no quieren detenerse ante nada. Casi como en cualquier guerra, los instintos toman el lugar de las opciones inteligentes y se pierde el derecho a mejores posiciones.
Es una guerra cruel, disimulada bajo un manto de armonías, es una guerra de poderes, de dominios de derechos sobre los derechos de los otros.
Surgen los movimientos falsos, que tratan de enviar el mensaje de un camino elegido, que no es el planeado sino una tortuosa derivación con el fin de confundir al oponente. Llegar al objetivo sin ser visto y allí ¡zas! dar el zarpazo y decapitar al otro sin consideración alguna. Sobre todo, cuando una reina quiere ocupar el trono de la otra y ésta aún no ha sido derrotada…situaciones que no solo se dan en el juego urgente y hormonal de la vida, sino también en el apacible y sesudo juego del ajedrez.
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